"¿Y si fueras tú el TGV?", le dijo Dries entre risas. Él se sonrojó, pero la aprobación del resto de sus compañeros convirtieron la ocurrencia del belga en una carta de presentación. En un modo de entender el ciclismo. Sin paradas y a toda velocidad hasta el destino final.
Rémi abruma por su corpulencia, característica de los ciclistas rodadores. Aunque lo que más desconcierta es un tono de voz amable, casi aniñado, empujado desde una arteria carótida que repta por su cuello en perpetuo estado de hinchazón. En cambio, su español se desliza tímido, todavía apegado a expresiones parejas a su francés natal, relajándose solamente cuando el discurso se desarrolla plenamente en su lengua, o cuando se le recuerda que hay una marcha cicloturista que lleva su nombre y que sale de Saint Just en Chevalet, el pueblo de su abuelo.
Precisamente, su afición al ciclismo está construida sin más ayuda que el empujón que le dio éste para decantarse por la bicicleta de carretera que descubrió de adolescente durante su etapa como estudiante en un Instituto de Clermont Ferrand, su ciudad natal. Aquella nueva afición la estaba haciendo propia, sin revestirla de ídolos, ni momentos inolvidables en el recuerdo. Simplemente creció con la sensación de que, tras dejar de correr a pie seguía siendo un atleta sobre la bicicleta, ávido de desplegar su fuerza en soledad.
Su potencia peregrina le llevó a ser uno de los mejores amateurs de su generación, llegando a firmar con 21 años por el continental Klein Constantia, el equipo donde, a fuego lento, se cocinaban los jóvenes talentos que antes o despué, formarían parte del potente Quick-Step. Rémi sólo necesitó un año para que Patrick Lefevere, mánager general de la estructura belga, le llamara para tener una charla. Dicen los que lo han vivido que cuando Patrick habla con el corredor por primera vez éste se siente minúsculo, incapaz de articular más que una mueca de asentimiento a cada una de sus palabras. También fue el caso de Rémi. "Me han dicho que eres buen estudiante", le dijo. Él inclinó tibiamente la cabeza, incapaz de responder que tenía el título de Derecho.
Pronto descubrió que la leyenda del equipo era cierta. Que sólo valía ganar. Daba igual la carrera que fuese. Si era de un día o de varios. La ambición siempre lacraba el ambiente. En su caso, su gran potencial estaría dedicado en favor de los demás. Bien para tirar del pelotón hasta tumbar una escapada, bien para ayudar en los sprints. Las oportunidades personales llegarían sobre una bicicleta de contrarreloj. Era entonces cuando se sentía libre. Poderoso.
Sin embargo, su enorme potencial le seguiría dando otro tipo de oportunidades. En ciertas ocasiones tendría licencia para filtrarse en escapadas. Pero no era su objetivo. Él quería rodar sólo. Era consciente de que su fuerza se seguía desplegando más allá de las tres o cuatro horas de carrera. Que no necesitaba a nadie junto a él. Así llegaron grandes victorias. En 2019, su estilo característico comenzó a desplegarse: en el Tour de California consiguió adjudicarse una etapa con más de 7 minutos sobre un pelotón que le perdió de vista a 120 kilómetros de la llegada. Meses después hizo lo propio en aquella etapa de la Vuelta a España donde, tras 18 días, ningún equipo de sprinters supo atraparle.
"¿Cómo vas a ir a la carrera?", le preguntó Dries Devenyns. Rémi le respondió que primero en coche y luego en avión. "¿Pero no tenéis los franceses TGV para ir a todos lados?", insistió su compañero de equipo. "Si, pero no hay en Clermont - Ferrand", respondió él. Entonces, el belga le bautizó. "¿Y si fueras tú el TGV?", le dijo entre risas sin saber que ese apodo le acompañaría para siempre.
Hoy, sus conversaciones son diferentes. Vuelven a ser tímidas, entrelazadas entre el español y el inglés. Su vida ha cambiado desde que Eusebio Unzue, mánager del Movistar, se reuniera con él durante el pasado Tour de Francia. Eusebio supo como despertar su interés. Le habló de libertad, de dar rienda suelta a su voracidad en las cronos, de seguir aprendiendo sobre ellas y de descubrir territorios nuevos, las clásicas entre piedras, antes prohibidas en un equipo donde sólo se iba a ganar.
Y Rémi aceptó. A sabiendas de que dejaba un equipo donde había aprendido todo lo que sabía. Que le había apoyado en las victorias, pero también en todas aquellas cronos que se perdieron en el último suspiro. Consciente de que ya no tendría a su lado a Geert Van Bondt, su segundo padre, el Director Deportivo que le había mostrado el camino para ser quién es. Que ahora iba a ser él único francés, y que iba a echar mucho en falta los momentos de complicidad con Julian Alaphilippe, el jefe de filas que se convirtió en su gran amigo.
Se despidió de su equipo practicando el "canibalismo deportivo", como le habían enseñado. Venciendo en la general del Tour de Eslovaquia tras una cabalgada en solitario en la primera etapa que fue escoltada por un equipo que venció en cada una de las jornadas sucesivas. Al más puro estilo Quick-Step.
Ahora, bajo la equipación del equipo español, combinando la "M" blanca corporativa con los tres zarpazos de color que describen su victoria en el Campeonato nacional de crono de su país. podrá disfrutar de mayor ambición, de correr más a su manera. De probar sin presión en carreras como París-Roubaix o el Tour de Flandes. De seguir siendo aquel atleta que no necesitaba a nadie para filtrear con la agonía. De seguir siendo Rémi, "el TGV de Clermont-Ferrand".