Sentado en el suelo, apoyado sobre su maleta azul y haciendo sordo el ir y venir de gente apresurada que busca su puerta de embarque, Sergio, o “Sami” como le llama todo el mundo, mantiene la mirada posada sobre sus rodillas. La ausencia de un compañero a última hora le ha obligado a acudir al Tour de Bélgica.
Sabe que la carrera en si no le beneficia en nada, que no podrá aportar mucho. El menú lleva aderezado una crono, tramos barnizados en pavés en algunas etapas, y jornadas demasiado llanas para que pueda meterle el manillar a gente mucho más corpulenta. Pero él es un profesional enamorado de su equipo y jamás pondrá una excusa.
Dice mucha gente que el ciclismo es genética. Que si por dentro estás bien hecho, no hay mucho misterio. Javier, su padre, que es camionero, pesa 90 kilos y tiene artrosis en las rodillas. Sami sabe que como no se cuide, como no entrene como un bellaco, no hay tu tía. Lleva años poniendo en una balanza la comida. Olvidándose de esa cervecita con los amigos en verano o del Roscón de Reyes en Navidad, y siguiendo las indicaciones de los preparadores físicos más reputados. Ha escuchado cosas. Sabe que eso le podrá ocasionar problemas de ansiedad o trastornos con la comida en el futuro. De hecho, hay veces que se agobia. Afortunadamente hay profesionales que le han ayudado a gestionar sus emociones. La familia pone lo demás, lo que no se ve. Podría ahorrarse todo eso. No coger ese avión y vivir de los ahorros. O estudiar con el tiempo que la bici nunca le dejó tener. Pero eligió que ninguna disfunción alimenticia acabaría con la mariposa que siente en el estómago cuando se sube a una bici.
Eusebio Unzué, Mánager del equipo, no se lo puso fácil. A pesar de que ganaba en amateur le dijo que esperase dos años mientras se fogueaba con el desaparecido Euskadi-Murias, que luego le ficharía. Sami se enfadó un poco con él pero el navarro, experimentado como nadie, cumplió su palabra y se lo trajo con parte del trabajo hecho.
A Movistar llegó en plena pandemia. Empujado a un ciclismo donde, de repente, lo importante era el presente. Correr sin saber si el día siguiente habría carreras. Desembarcó con kilómetros hechos a cámara lenta mientras chicos más jóvenes como Pogacar o Evenepoel rompían registros a los que sabe que nunca llegará. Lo llaman “ciclismo moderno”.
Se sintió acogido por una familia en un mundillo en el que cada uno mira por lo suyo. Pero el inicio no pudo ser mejor. En aquel Giro de Italia que cambió la nieve de primavera por las hojas secas de octubre Txente García Acosta, su Director, hizo viral con él aquello de “la fuga de la fuga”. Gracias a una de ellas acabó entre los 13 primeros de la general de la corsa rosa.
Sabe que a partir de ahí se esperaba mucho de él. Quizás más de lo que pueda dar, pero muchos se olvidan de sus caídas. De los momentos malos que ha llorado en brazos de un director o de un Auxiliar en medio de un masaje. Pablo Lastras le ha exigido hasta llevarle al agobio, pero siempre con el objetivo de buscar su mejora. Sabe que si le han pedido, es porque le han tenido en cuenta. Y Txente... de cara al público puede resultar un bromista. Hacia adentro es protector con sus pupilos. También es consciente de que hay mecánicos a los que les ha vuelto locos con que le subieran la tija uno o dos milímetros. Pero es la confianza que le ha dado sentirse con una familia que, tras la cena post etapa, subía en grupo al autobús del equipo a tomarse un ColaCao con una onza de chocolate sin más pretexto que hablar de la vida.
Desafortunadamente, hace tiempo que las Grandes Vueltas apenas se prodigan en su programa de competición. Al Giro sólo ha vuelto una vez más, en 2022. Aquel año la carrera le golpeó dos veces. Primero cuando le llamaron para decirle que Álvaro, uno de sus mejores amigos, había perdido la vida en un accidente de moto, y dos días después cuando una caída le obligó a perder las esperanzas de dedicarle una victoria.
Saber si el equipo volverá a contar con él para otro Giro, o para otra Gran Vuelta, es una incógnita. En todo caso, lo que nunca podrá poner en duda es su dedicación. El esfuerzo que, primero con el Lizarte de Juanjo Oroz y luego con el Murias de Jon Odriozola, le llevó a mantener el interés de Eusebio.
Por un momento Sami vuelve a preguntarse qué hace tirado en el suelo de un aeropuerto, reflexionando sobre su vida. Ser ciclista del Movistar Team no es fácil. Sabe que hay aficionados que dudan de su calidad, y que cada vez que el equipo no le destina a participar en los objetivos más importantes entra dentro del foco de los más intolerantes. Y le duele. Duele mucho. El ciclismo también es eso: exponerse. Pero también viajar a lugares donde nunca hubiese imaginado. Y abrazarse a un compañero del staff cuando algo sale mal, y romper a llorar con él. O recuperar de una lesión con el cuerpo en forma tras meses de preparación. Y sentir que su calided natural a veces torna a la frialdad y el egoísmo porque el ciclismo moderno parece estar empeñado en priorizar la inmediatez.
Sami asume que, en medio de la selva de un pelotón donde nadie te asegura que mañana no te rompas la crisma y acabe todo, Movistar siempre será el cobijo. Y lo agradecerá toda la vida.
El futuro es incierto, eso lo sabe. Lo único tangible, son las emociones. Y el vuelo a Bruselas que acaban de anunciar.