Regresamos un año más al pequeño pueblo de Sotosalbos para participar en una de esas pocas marchas que aún conservar el sabor de las de toda la vida con una organización que mima a cada uno de los 450 participantes, cupo máximo que fijan para mantener unos servicios de calidad y que nos permite disfrutar no sólo de los puertos de la Sierra de Guadarrama sino también de las carreteras más desconocidas de la provincia de Segovia. Una marcha que como cada año recuerda la figura del ciclista segoviano Nico Abad fallecido hace unos años a causa del cáncer y en cuyo homenaje se destina un porcentaje de cada inscripción a la Asociación Española Contra el Cáncer.
Puertos clásicos
El inicio de la prueba nos conduce hacia la Sierra de Guadarrama, en concreto a La Granja de San Ildefonso para adentrarnos en el valle del río Eresma a la búsqueda de la primera dificultad del día, el puerto de Navacerrada por su conocida vertiente de las Siete Revueltas Una ascensión dura y mantenida que a lo largo de sus 6 km nos obliga a mantener la cabeza fría para no dejarnos desde el inicio las fuerzas que luego necesitaremos. El ser una marcha con tan pocos participantes y el ritmo intenso de inicio hace que la prueba vaya completamente rota desde los primeros compases por lo que nos toca bregar en solitario en el falso llano que nos conduce al puerto de Cotos desde donde nos lanzamos en una precaria bajada a causa del deficiente estado del asfalto, hacia el valle del Lozoya. Un tramo llano nos separa del inicio del puerto de Navafría, segunda dificultad de la jornada. Son 12 kilómetros, mucho más amables que la anterior subida pero en los que la fatiga ya va haciendo mella.
Interminable
Al coronar este puerto y a la vista del perfil podemos pensar que está todo hecho, sin embargo, el perfil engaña. Lo descubrimos cuando tomamos una carretera botosa que nos conduce hacia el pueblo medieval de Pedraza. A partir de aquí nos adentramos en Segovia profunda. 40 kilómetros de carreteras estrechas y descarnadas a lo largo del valle del río Cega en las que un millón de repechos, en los que apenas se suman 300 m de desnivel, pero que nos roban las escasas energías que nos quedan. Si no era suficiente a la hora que rodamos por allí ni una brizna de viento nos libra de un intensísimo calor que nos termina de destrozar. La prueba es un rosario de ciclistas desperdigados que avanzan penosamente descontando kilómetro a kilómetro de este calvario que resta hasta alcanzar de nuevo Sotosalbos y la merecida ducha, masaje y paella que allí nos espera.
Nuestro colaborador Juan Carlos Alvaré nos ha dejado testimonio de todos los participantes de esta marcha.