Esta vez no me resultó complicado quedar con mi amigo Patxi; cada vez que tratamos de vernos en la salida de cualquier marcha la cosa es más que difícil, porque suele apagar su móvil "para que no me amarguen la vida".
Como la gente estaba tan concienciada para colocarse en buen lugar, paradójicamente a nadie se le pasó por la cabeza situarse en primera línea y resultó sencillo acercarse hasta las escaleras del polideportivo, donde habíamos quedado de antemano.
El plan de la marcha era acompañar a Patxi hasta la cima de Navacerrada y, mientras él tenía pensado atajar, mi intención era proseguir la marcha completita y a ritmillo asequible, tratando de llegar dentro del horario.
Se dio
A la altura de La Granja ya nos habían superado todos los participantes, eso que aún se circulaba neutralizados. Palabrita del Niño Jesús que no bajamos de treinta por hora en esos comienzos.
A la cola formamos un grupeto de abueletes de lo más simpático, y así se abrió el crono, momento en el que los mismísimos veteranos ciclistas tensaron el rostro y pasaron de treinta por hora a treinta y dos. Se acabó la charleta.
Como mi intención era desde luego cumplir con el plan previsto, marqué a Patxi un ritmo que permitiera hablar, o sea, por debajo del famoso umbral de la cháchara, que diría Bernard Hinault.
En esto que no habíamos empezado a subir el puerto, como dos o tres kilómetros antes del paso sobre el río Eresma, cuando nos adelanta el coche escoba, el que marca el fin de prueba deportiva, el guardia civil de turno con la bandera verde, y, por supuesto,
En estas saqué mi papelito con el reglamento de la prueba y me apercibí de que el primer punto de control estaba en la cima de Navacerrada. Sinceramente me mosqueé un tanto. ¿Por qué no esperar a la cima del puerto? ¿Por qué dejarnos a nuestra suerte sin llegar al paso del primer punto de control y así comprobar que el último no lo cumple? Entonces decidí que no iba a quedarme toda la marcha tratando de cazar al motorista y al coche escoba, algo imposible de lograr si mantenía mi propósito de acompañar a Patxi en el primer puerto. Entonces tomé la decisión: haría la marcha con mi venerable amigo y atajaríamos continuando desde Rascafría hasta Lozoya para subir Navafría y así, al menos, poder tener una ambulancia por atrás.
Subimos el puerto de Navacerrada con el tráfico abierto normal, muy tranquilos y en solitario. Bajamos con la lógica precaución dado que el suelo estaba húmedo en las umbrías. Al llegar a Rascafría ya habían levantado el control de indicación del recorrido, cualquiera diría que por ahí pasó una marcha de más de mil seiscientos ciclistas, por lo que no pude advertir a la organización de nuestro propósito de atajar.
En Lozoya descansamos unos minutos, y comenzando a subir el puerto de Navafría, y no llevábamos ni un kilómetro cuando pasaron los primeros, cuatro participantes entre los que había algún que otro "pro". A unos ocho o diez minutos, un buen grupeto plagado de élites y sub-23 que iban a tope y tratando de cazar, aunque frente a los "pro", labor complicada.
No está mal eso de ver la cabeza de una marcha desde la bici, porque mi posición natural es la de los que hacen cicloturismo, que no superación personal, por llamarlo de un modo adecuado a la normativa federativa. Coronamos cuando ya nos habían pasado más de doscientos ciclistas.
Y entonces fue cuando constaté una vez más que la naturaleza humana es absolutamente irracional en alguno de sus ejemplares. Muchas veces nos quejamos de que no nos respetan los vehículos a motor, y es verdad. Sabido es que nuestro grupo de trabajo en el Consejo Superior de Tráfico no hace otra cosa más que trabajar por la seguridad vial de los ciclistas, pero eso no significa que tengamos patente de corso en cualquier circunstancia.
Las marchas circulan con tráfico abierto, y por lo tanto no existen las medidas de seguridad requeridas para las competiciones. Los descensos en carreteras estrechas y con curvas ciegas resultan muy peligrosos. Todos lo sabemos, pero hay algunos que parece desprecian esta circunstancia.
No haría este comentario si la mayoría de los participantes que me adelantaron hubieran mantenido un mínimo de precaución, pero lo triste es que hay que reconocer que la inmensa mayoría de ellos recortaban curvas por la izquierda sin visibilidad alguna y a una velocidad que impedía cualquier maniobra evasiva. Todos los coches que subían estaban prácticamente detenidos y sus conductores con semblante de horror, y pude escuchar unos comentarios nada favorables hacia los "carreristas". No tendría nada de particular si la circulación estuviera cerrada y hubiera motos de organización, jueces, guardia civil y personal advirtiendo con banderas los puntos peligrosos, pero no, era como un domingo cualquiera, pero con cientos de ciclistas bajando a tumba abierta recortando por la izquierda y, muchos de ellos, creyéndose en una competición.
La reflexión es la siguiente. ¿Hace falta que haya más desgracias para que reflexionemos en nuestra actitud ante las marchas?