4:55 suena el despertador. Qué sueño, hace poco rato me ha parecido que llovía. Me levanto, voy a la ventana y veo que ha llovido, pero ahora no lo hace. Tras ocho largos meses de entrenamientos, ha llegado el día señalado. Cuando le plantee a Juan Francisco Andreu (Rendimiento físico) el reto de hacer la Quebrantahuesos junto a mi padre, sabíamos que era una apuesta arriesgada, por la edad de ambos.
Desayuno contundente y abundante para llenar los depósitos, y nos vamos hacia Sabiñanigo. Allí estábamos mi padre y yo, vestidos con chaqueta de manga larga, culote corto y guantes cortos, y pensando si sería suficiente el piñón 32 que había puesto a mi Liv Envie Advanced 2, para subir el temido Marie Blanque.
Cruzamos la línea de salida. Momentos de nervios, pelotones muy grandes y cuando pillamos la autovía, sopla viento de costado y ya se ven las nubes sobre la cordillera. Empezamos a hablar con un trío de amigos que han venido desde Alicante para hacer la QH y es la primera vez que participan, los dos que tiran del grupo aumentan el ritmo y yo decido no seguirlos. No voy a machacarme en el llano tratando de seguirlos con cuatro puertos por delante y 180 kilómetros. Cruzamos Jaca con un ambiente impresionante y tomamos la carretera dirección Alto del Somport.
Al llegar a Canfranc empezamos a cruzarnos con algunos ciclistas que se retiran, a la altura de la estación los grupos ya son más numerosos y de allí hasta Candanchú parece como si acabara arriba, auténticos pelotones de ciclistas diciendo no crucéis, es una locura.
Comienza la aventura
En el avituallamiento de Candanchu cae txirimiri. En la cumbre, a 1640 metros, la lluvia es más intensa y el termómetro marca dos grados. Muchos se dan la vuelta, nosotros decidimos seguir. Descenso mojado, peligroso y con gente subiendo el puerto. Mis manos empiezan a congelarse, voy cambiando la posición de los dedos sobre el freno, pero no mejora. En les Forges d´Abel, las ambulancias están repartiendo guantes de latex. Voy a pedirle unos guantes a uno de los técnicos de la ambulancia y al tocarme las manos me dice: "entra, con estas manos no puedes seguir".
Me quita los guantes, los pone encima del calefactor y de repente, un dolor insoportable en mis manos. El contraste está dilatando mis manos y esto produce un dolor brutal. En esos momentos, la idea de la retirada ronda por mi mente, pero sé que defraudaría a mucha gente. Mi padre me mira desde el otro lado del cristal y el ambulanciero suelta una frase: "venga, que una de La Fueva no se va a retirar aquí, sois más duras que esto". Ahí lo tengo claro, me pongo los guantes de latex, encima los guantes de la bici, salgo de la ambulancia y cojo la bici. En los primeros 500 metros me cuesta mantener el cuerpo encima de la bicicleta, varios escalofríos hacen que me tambalee.
Tras pasar por Urdos, se acerca una furgoneta con remolque y le dice a mi padre: "sois final de carrera, pero tranquilos vais en tiempo, no os tenéis que preocupar". Adelantamos a gente que ha pinchado, uno meándose en sus propias manos en un intento de calentarlas. Es una locura. Ni rastro de pelotones, ni grupos. Afrontamos el llano hasta Escot solos, bajo un tremendo aguacero y tratando de comer y beber aunque el cuerpo no quiera.
Llegamos al avituallamiento y uno de los voluntarios me saca el botellin, me lo rellena de agua e incluso me echa hasta las sales. Les damos las gracias, porque estar tantas horas en un mismo sitio, con mal tiempo y que te traten tan bien y siempre con una sonrisa en la boca y unas palabras de ánimo, es para hacer un monumento a todos los voluntarios.
El muro de los sueños
Y aquí llegan los 4 kilómetros duros del Marie Blanque, esos kilómetros con los que tanto tiempo lleva mi padre metiéndome miedo y que él los califica como una pared. Primer kilómetro llevadero, aunque empieza a llover. Segundo kilómetro, un poco más duro, decido meter el 32. Tercer kilómetro al 13%, decido no mirar más allá de mi bicicleta. Mi padre me espera y le digo: "¿dónde están esos pelotones de gente que sube haciendo "eses" o desmontados de la bici? Espero que el siguiente kilómetro sea más suave". Mi padre ríe y me afirma con un movimiento de cabeza. Adelantamos a algunos ciclistas que suben andando estas terribles rampas del puerto francés y cuando llego a la altura del cartel que marca último kilómetro y veo que marca 12%, le suelto: "¡menos mal que aflojaba!" Ultima rampa, se oye el gaitero, vamos a coronar.
Bajamos hasta el avituallamiento, no paramos y decidimos comer de camino al Portalet. El llano hasta Laruns con viento de costado, otra vez vamos solos. Pasamos Laruns y paramos en un lado de la carretera. Gel, barritas. Hay que comer, son casi 29 kilómetros de puerto y viendo la lluvia y viento que hace se van a hacer muy largos. Vamos restando kilómetros, pasamos por Eaux- Chaudes, primer cuarto de puerto superado. Dos kilómetros de porcentajes duros y llegamos a Gabas. Venga, ya tenemos la mitad. Vuelve a llover con fuerza cuando alcanzamos la presa de Artouste y al llegar al avituallamiento huele a caldo. Creo que estoy alucinando, pero es cierto, los voluntarios han preparado cazuelas de caldo en un intento de que los corredores repongan fuerzas y calor para poder acabar la marcha. Los voluntarios no dejan de sorprenderme. Son unos cracks, increíbles: ellos sí que merecen todos los aplausos.
Reanudamos la marcha y un kilometro más adelante nos encontramos con nuestros amigos de Alicante. Vaya sorpresa, ellos pensaban que habíamos abandonado, porque me habían visto entrar en la ambulancia. Se acercan las viseras, la alegría por ver la cima tan cerca hace que aumentemos el ritmo y cuando nos damos cuenta se han quedado. Sufro un pequeño momento de crisis cuando veo que avanzamos y avanzamos, y no llegamos nunca al Hotel du Pourtalet. Mi padre lo nota y me anima: "Venga Bruis, que no queda nada, esto ya lo tenemos". Al coronar oigo a un Guardia civil decir que han anulado Hoz de Jaca por motivos de seguridad.
Mirando al horizonte
Descenso durísimo, mi cabeza solo va pendiente de los kilómetros que me restan de bajada. Al paso por Biescas el pueblo está al borde de la carretera, gritando ¡VALIENTES! Yo no puedo parar de saludar, no sé ni cómo agradecerles esas palabras de ánimo cuando ya llevas más de 10 horas encima de la bicicleta.
Ya estamos en Sabiñanigo, sintiendo los aplausos de la gente y los gritos de ánimo. Giramos hacia la izquierda y cogidos de la mano cruzamos la meta. Supero la línea acompañada de mi padre. El culpable de que esté dando pedales, mi guía y sin el que jamás podría haber cruzado la línea de meta de la Quebrantahuesos 2016. Mi madre aplaude y cuando nos acercamos a ella soy incapaz de contarle nada, la emoción puede conmigo y tengo un nudo en la garganta que me impide hablar.
La organización me comunica que soy la fémina más joven en acabar este año, una edición que ha sido calificada por la propia organización como una de las más duras.
Tras meses y meses de entrenamientos, sacrificios, horas robadas a la familia por salir en bici, lo habíamos conseguido, habíamos cruzado la meta, teníamos nuestra primera Quebrantahuesos juntos.
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