No todo debería ser Mathieu Van der Poel al hablar del Alpecin-Fenix. Entre las incorporaciones para esta temporada de la rebautizada y reforzada formación belga se encuentra Alexander Richardson, un británico que recién estrenada la treintena ha conseguido acceder al segundo escalón del profesionalismo tras una fulgurante trayectoria ciclista iniciada hace sólo cinco, y sobre la que merece la pena detenerse por su singular y rápida llegada a la élite de este deporte frente a lo habitual. Una brillante, pero también dura y estresante trayectoria en la City trabajando como agente de bolsa del sector petrolífero, no parecía llenar las expectativas de este joven londinense. Antes ya había mostrado notables aptitudes con el tenis, consiguiendo incluso integrar hasta los dieciocho años la célebre academia de Nick Bollettieri en Florida, un vivero de promesas de la disciplina del que surgieron figuras de la talla de Agassi, Courier o Seles y del que él saldría por una lesión. A pedalear comenzaría mucho más tarde, sería a los veinticinco tras adquirir un modelo de carretera, para decidir apenas unos meses después sacarse una licencia de competición élite. "Me encontré de golpe levantándome cada día a las tres y media de la madrugada para entrenar. Después cogía el tren y me iba a trabajar -explica recordando sus inicios-. Con la bici encontré libertad y adrenalina, esa sensación de excitación e insomnio que de niño tienes en Nochebuena. Quizá fui un imprudente". Y es que para entonces, Richardson ya tenía mujer, dos hijos, casa y un notable prestigio laboral como para jugar a ser ciclista. Espoleado por los buenos resultados y pese a la oposición inicial de su esposa, quien le tachaba de loco y le pedía madurar, nuestro protagonista fue cada día a más con su aventura a pedales, y poco después dejaba su trabajo en los mercados financieros para centrarse exclusivamente en entrenar y competir. A la oficina siempre podría volver si fracasaba, y sus ganas, y sobre todo la fe en sí mismo y en sus posibilidades, iban a poder más que el resto para cambiar su vida y seguir persiguiendo su sueño. Tan sólo doce meses después de su primera competición, en verano de 2016, recibía una oferta para competir la temporada siguiente en profesionales con el Bike Channel-Canyon, estructura continental de su país donde regresó el año pasado tras militar fugazmente en el más potente ONE Pro Cycling durante unos meses de 2018. Sus buenos resultados y el nivel mostrado tanto en su calendario nacional, como en pruebas continentales del UCI Europa Tour -con victorias en una clásica y una etapa de pruebas 'punto2'- le acabarían abriendo el pasado otoño la puerta de su actual conjunto. En las filas del Alpecin-Fenix debería haber optado esta primavera a cumplir el siguiente hito de sus deseos deportivos: participar en las clásicas belgas, pero de momento, y por causas de fuerza mayor, su hoja de servicios ha quedado reducida a cinco etapas de la Estrella de Bessèges. El otro factor clave en su meteórico ascenso ha sido en sus propias palabras el perfeccionamiento de los entrenos tras moto. Una salida semanal simulando las condiciones de una competición ha relevado a sus imaginativas primeras sesiones realizadas al rebufo del singular ayudante al que contrataba en aquellas ocasiones... un repartidor de pizzas de su zona, nada menos.