Foto: Tim de Waele
Trinchera de guerra compuesta por un solo soldado. De nombre, Damiano Cunego. Experto licenciado. Guerrero. Corredor curtido en mil batallas. En las francesas, que tanto quebraderos de cabeza le traen cuando cada año deja incompletas las expectativas que se posan sobre él durante el Tour de Francia. En las españolas, donde acude como reválida, para superar el examen pendiente de aprobar de la ronda gala. En Italia. Tres de esos combates los ha desatado en Lombardía. En Madonna del Ghisallo. En Como. En Balisio. En San Fermo Della Battaglia. Allí siempre sale airoso. La batalla se la adjudica él. Es terreno vedado. Acotado por el corredor del Lampre. Indestructible.
Antes de tomar la salida, por la mañana, en la mundialista localidad de Varese, Cunego se estampó en su brazo izquierdo una caricatura calcada de otra misma pintada a mano. Simple. Un círculo con otros dos más pequeños dentro, que hacían las veces de ojos. Y una semi luna bajo ellos.
Una caída mandó al traste todos sus planes de disputar la general en el Tour de Francia, después de renunciar a participar en el Giro. Otro se hubiera marchado a casa. Él no. Aquella décimo octava etapa, camino de Saint Etienne se marchó al suelo y llenó su rostro de heridas. Miró su brazo. Sus piernas. Podía seguir. Dibujó una sonrisa en su interior y se subió a su bicicleta. Aquel día cerró la clasificación de
Ataque en Civiglio
Dicho y hecho. Cunego se grabó la mueca sonriente en su brazo. Optimista. Y barrió con todo a su paso. La potente escuadra del Lampre declinó su sacrificio por el ciclista de Cerro Veronese en detrimento de Alessandro Ballan. Juntos y ordenados. Así consiguieron dar caza a la media docena de corredores que marchaban en cabeza, entre los que se encontraban Pablo Lastras, Chris Sorensen, Stefano Garzelli y Michael Rogers. Poco tardó Cunego en marcar su territorio. En plena ascensión al Civiglio lanzó su ataque. Sin tapujos. Y suave. No forzó. Pero sus rivales sabían que era el definitivo. Le veían sonreír porque miraban su brazo. Dani Moreno, Chris Horner y Francesco Failli se marcharon con él.
No consiguieron que dejara de sonreír. Pero Cunego no quería acompañantes. Otra vez, sin apenas esfuerzo soltó al italiano y al norteamericano y se marchó en solitario. Así hasta Como. En busca de Ludovica. Exhibición. Le restaba por ascender San Fermo Della Battaglia. Puro trámite. Aquella batalla ya la tenía ganada. Ni Rigoberto Uran, ni Janez Brajkovic, que saltaron en los últimos kilómetros, pudieron darle caza. En meta, Cunego alzó un solo brazo. El que no llevaba la caricatura sonriente estampada. Ese ya lo había lucido durante
Levantó tres dedos. Por los tres años de Ludovica. Por sus tres victorias en Lombardía. La de 2004, frente a Michael Boogerd e Ivan Basso. La de 2007, por delante del sancionado Ricardo Riccó y el olímpico Samuel Sánchez. El asturiano nada pudo hacer frente al poderío del Lampre, a pesar de que conectó con la cabeza de carrera gracias a su potencia en la bajada del alto del Civiglio. El tercer dedo en alto de Cunego fue, claro, por la victoria recién conquistada. También por los tres triunfos que hasta ahora atesoraba en 2008. La quinta etapa de la Vuelta al País Vasco. La Klasika de Amorebieta y