Farfullaba entre dientes Joaquim Rodríguez, aun jadeante al llegar a la meta, o eso pensaba él. Aún le quedaba el último repecho. El lugar donde refrigera pulmones con aire puro se convirtió , para el catalán y para todos, un infierno. Moribundo Purito. Había que acercarse mucho a su menuda figura para entenderle. "Este Velits de m...". Lo dijo en italiano, el idioma oficial del equipo ruso Katusha pero aún así, en las distancias cortas se le adivinaba la maldición lanzada al cielo. El aire que le faltaba se acabó llevando sus palabras. Y su triunfo. Quemaba el ardiente carácter de Purito al aproximarse a él, al hombre de los mil de dedos posados sobre su casco. Sin aire, casi se cae de la bici al cruzar la línea de meta. No acaba ahí el Chaparral de Valdepeñas, el detonante final de la cuarta etapa de la Vuelta de las trampas y la supervivencia, del mantenerse frío frente al calor extremo de cada día. No puede Purito con eso, superior a su carácter, una mecha que se enciende en cada final con cartucho de pólvora. Siempre, o casi siempre roza la matrícula, brilla por sí solo. Por eso todo el pelotón se pega a su rueda, razonable infundada en el buen número de victorias así logradas. Y ése fue su problema en el Valdepeñas, que los triunfos no sirven para aprender.
Se gana, se festeja, se reciben ramos, felicitaciones, besos y mensajes que halagan ésa subida, ése ataque, esa dejada de rueda a los rivales y uno cree tener el sobresaliente bajo los brazos, porque el premio, la máxima de la victoria, se ha conseguido. Con eso todo vale. Es por eso que, cuando se masca el amargo sabor de la derrota, uno, el otro, el que sale de la meta con la mirada gacha y recibe los consuelos propios del perdedor reflexiona, recapacita y delibera. Vuelve, pedaladas atrás, a esos metros fatídicos que le han conducido al fracaso. Al ataque mortal del rival, a los fallos que se han cometido. Atronan sonoros en la cabeza. Así varaba Purito su mente en Valdepeñas tras el chaparrón al que le sometió Igor Anton, jarro de agua fría que combinó de mal gusto el catalán, cuarto. Por verse encerrado, taponado por el gemelo esloveno del HTC-Columbia. "Questo Velits del cazzo", por lo bajo, juramento al cielo impoluto que todo lo ve, pero nada responde. "¿Qué ha pasado Purito?". "Nada, nada".
Selección entre los favoritos
Sucedió que le sobró primero y le faltó después. "Todo lo que tenía en el puerto me ha faltado en el final". Acaeció el verse señalado, hasta el sonrojo, cuando Philippe Gilbert, Vincenzo Nibali y Luis León Sánchez cogieron la pólvora para sus cañones en la bajada del Alto de Valdepeñas, el tobogán antes del muro que se tornó infranqueable para todos aquellos que ya había ganado en espacios así. Para Nibali, dichoso con su descenso magistral del Grappa y la victoria correspondiente en el Giro de Italia. Él escualo del estrecho provocó el primer roto en la bajada a la que después se uniría el grueso del grupo. Para entonces, Sastre ya agonizaba, minuto y medio se dejó en meta y dilapidó, de golpe opciones, más que por el tiempo perdido, por su voz tenue, "las sensaciones no son las mejores", apuntaló.
Tampoco dio permisos la pared de Valdepeñas a Philippe Gilbert, suficiente con lo de ayer, con su rojo, con la Amstel Gold Race de abril. Ya le vale. Como a Purito, la voz enfadada del ganador en Mende, el octavo del Tour. "Es una pena porque me han marcado tanto como favorito que no podía hacer nada". Ni moverse. Tantas victorias le han hecho ganar un hueco en el firmamento de los grandes, de los que no fallan. Por eso, poco retienen en la memoria, que cava huecos a los momentos estelares y encierra los traspiés, los pocos. De esos se acordó, y mucho, Igor Anton. De la Flecha Vallona, donde la sangre caliente le llevó a atacar, a precipitarse en el Muro de Huy. Es ver rampas y la mirada de 'Fuji', esos ojos que aún recuerdan el viaje anual de Galdakao a las rampas de Urkiola para ver a Pantani retorcerse en la mítica subida vasca, se embalan, se vuelven locos. Esta vez esperó, recordando Huy, otra pared. "Allí me precipité y, sí que es verdad que hoy me ha venido a la mente, me ha servido para aprender y mantener la sangre fría". Congelado quedó Anton, expectante mientras Mikel Nieve desgastaba el motor de impresionante zancada para tapar huecos entre la escapada, Carasco, Cataldo y Bonnafond caminando entre los olivos jiensenses.
Uran, a las puertas
Trató de zafarse, intentona suicida Cataldo, la promesa prometedora, en doble, del Quick Step. De nada sirvió frente al descomunal trabajo de Nieve en la trasera. Con miedo el navarro viendo cómo Joaquim Rodríguez, el líder Gilbert y Nibali apuraban al máximo su pedalada. Hasta que Nibali lanzó el descenso y Luisle y Gilbert fueron va por él, trío sanguinario al que pronto llegó Purito. Y todos los demás arrastrados por el favoritismo del hombre del Katusha. Le tocó a Luisle lanzarse, en esa duda del probarlo pero hasta el murciano, metros de ventaja por minutos contados cayó en la cuenta de los imposible de su empresa. A Jaimerena le había llegado una foto de la pared del muro final y se lo advirtió. Para. La baza se jugaba de la mano de Uran.
Llegó el colombiano hasta el Chaparral, la calle con dirección al cielo, cuestas del 20% y gentío, mucho, un auténtico espectáculo para la vista, el infierno en pendiente para los que quedaron clavados sin poder superarlo. Hasta los ganadores del firmamento se quedaron a las puertas. Solo uno, el que venía con la mente en su propio candor de la Flecha Vallona, de otro muro, el que le hizo gritar "¡Uy!", a Igor Antón. "Me ha venido bien recordarlo para tener la cabeza fría y esperar". Escuela de vida. "Si sale bien no se aprende nada".
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