Foto: Tim de Waele
La educación es la madre de todas las leyes. Pauta para la supervivencia litografiada en la mente del ser humano para modelar el cincelaje de una existencia. Más aún en el ciclismo, donde la generosidad y la nobleza suponen el primer escalón que garantiza una buena gestión del señorío en el que se convierte la azarosa carrera de la vida sobre una bicicleta. Es más visible aún esa cortés circunstancia en Alejandro Valverde, de actividad revoloteada por los despachos, los jueces y las enternas sospechas. Le acompañan desde hace más de tres años, cuando la Operación Puerto acuciaba con su lapidación y jugueteaba con su honradez y civismo, innatos siempre, por pura naturaleza, allá donde alberga su instinto ganador. Ése que aprendió a la vez que le quitaban las dos minúsculas ruedas de la bicicleta con la que correteaba de niño y dejaba su máquina en solo dos círculos potenciadores. Aprendizaje de por vida. Dicen que, si hay algo que en nuestra existencia no olvidamos, es andar en bici. Valverde añadió, a la vez que aprendía a manejar la locomotora de su vida, la continua evocación a la victoria, unida a la galantería cordial y afable,cuando es menester. de la cesión de triunfos. El Mont Ventoux se lo sugería y el regalo le cayó a Sylvester Szmyd. Un amigo más para la lista que viste amarillo, de irascible y merecido liderato, el premio a la exhibición que puede valerle toda una reiteración de su reinado en la Dauphiné Liberé.
Porque es la rabia, impulso esencial, la que desencadena movimientos infructuosos por sí sola. El estallido es aún más vaporoso si se contiene un grito de desasosiego liberador como respuesta a los diatribas verbales que el murciano viene sufriendo desde que el CONI le ha implicado en la Operación Puerto y deshace pruebas con la misma regla de irritación subjetiva. Callaba entonces Valverde en el cruce de acusaciones. Educado. Solo se limitaba a lanzar promesas. De demandas que acabó interponiendo. Cumplidor con su propia palabra. Saltaron después el Tour de Francia y su repulsión a la presencia del líder del Caisse d'epargne en la ronda gala. Una ola de silencio proseguía recorriendo a Valverde en los ataques donde solo la palabra, transitoria peregrina de las derrotas, tiene fuerza. Las embestidas del murciano van siempre acompañadas del más absoluto silencio de la garganta. No vocaliza para defenderse. Irrumpe a base de contestaciones victoriosas. La mejor mordaza para el léxico que le atormenta. Calla y otorga. Regala también, generoso, victorias para aseverar su carácter ilustrado. De promesa. Consigo mismo y con sus rivales.
Ataque a nueve kilómetros de meta
Le tocó en gracia a Sylvester Szmyd acompasar la subida acelerada del murciano, irascible y colérico, que llevaba en su mente las frases de Bernard Laporte, secretario del Estado para el Deporte francés. "No es bienvenido en el Tour". Furia máxima. Unida a las acusaciones soportadas a lo largo de los últimos meses, vaticinaban una explosión inminente. Llegó a nueve kilómetros para la conclusión de la etapa reina de la Dauphiné Liberé, mucho antes de dejar al propio Mont Ventoux que se desnudara de la vegetación que le cubre hasta sus últimos resquicios donde el paisaje lunar confunde las rocas inamovibles y camufla a sus visitantes. Mucho antes de ese despoje resopló Valverde para arrojar toda su furia, por promesa entendida. Lo dijo en Valence, donde se fustigó a casi dos minutos de retraso con Cadel Evans. General perdida para cualquier mente cabal, a excepción de la suya, la que no se olvida nunca de ganar. "Lo voy a dar todo por disputar la carrera", decía 24 horas antes de dejar en la estacada al propio australiano y marcharse hasta donde los vientos del Mont Ventoux alcanzan velocidades vertiginosas. Compromiso adquirido.
Lo hizo bueno con un alarde de exhibición a lo largo de la escalada, demostración de fuerza y tesón rabiosas después de una arremetida que le sirvió para abrir el telón de su particular pase cineasta a la que Evans, por resguardo, y Contador, sin vestigios de desgastarse antes del Tour de Francia, no quisieron acudir. Remitieron los grandes favoritos el peso a Robert Gesink y el Rabobank, todo deseo y ansia, pero en minúsculos grados de fuerza rentable ofrecidas, cuando todavía Ivan Basso y Haimar Zubeldia se auto invitaban a la ceremonia orquestada por Alejandro Valverde. Moncoutié y Vladimir Efimkim también se dejaron ver pero a duras penas aguantaron el ritmo del gipuzcoano y el italiano del Liquigas, sacrificados en honor de Valverde poco después, mientras Szmyd tiraba de su líder al tiempo que se percataba de la dosificación de Valverde cuando llegó hasta su puesto.
Colaboración de Szmyd
Se abrió el polaco ante la agonía de Basso mientras Valverde cruzaba el puente que le sirvió de lanzadera hasta el paisaje lunar de altura en el Mont Ventoux. Con la inevitable flaqueza del jefe del Liquigas ante el portentoso ritmo de Valverde, Szmyd jugó sus cartas para pegarse a la rueda del líder del Caisse d'epargne. Fue nada más adosarse a ellas cuando Valverde abrió la boca por única vez. "Tú la etapa y yo la general". Otra promesa. Entonces, por acción de los dioses, Szmyd relevó lo segundos que catapultaban a Valverde al liderato. Esfuerzo imprudente. Juntos consiguieron sentenciar a Evans, atento a los fulgurosos ataques de Jacob Fuglsang, uno de los pocos en dar bríos de atención al grupo de los líderes. Pero los tirones apenas sirvieron al australiano para maniatar el maillot amarillo, dependiente de Alejandro Valverde.
Quiso el murciano atosigar con más grandeza su diferencia, pero el desgaste inoportuno de Sylvester Szmyd se lo imposibilitó. Un pequeño arranque bastó para demoler al corredor del Liquigas, bloqueado consigo mismo en las últimas rampas, casi cuando avistaba ya la meta que iba a regalarle la primera victoria de su carrera profesional. Desconcertó a Valverde que, al doblar la curva definitiva y aparecer enfocado por todo ojo visible, echó mano al freno, por promesa infundida en la sangre del bravo Szmyd, que no reparó en esfuerzos para remolcar el maillot amarillo hasta las espaldas del caballeroso murciano. Se sujetó a sí mismo para permitir el adelantamiento del polaco y sacrificar así unos segundos con Cadel Evans, desorientado ya. Cumplió sus pactos Valverde. Con Szmyd y consigo mismo. Hombre de palabra, silenciosa en la vocalización, pero efectiva en lo que constituye su mejor ataque para la tumba en la que amenazan enterrarle. ainara@ciclismoafondo.es
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