David Clinger es el único estadounidense presente en el palmarés de una prueba tan vinculada históricamente al ciclismo veraniego como la Prueba Villafranca, aunque este año se celebrará en octubre. Ganador en 2001 imponiéndose a seis escapados entre los que curiosamente estaba un compañero suyo del Festina casi apellidado como él -Michel Klinger el suizo-, lograría en esta competición guipuzcoana su triunfo europeo más destacado y, de paso y también gracias a su rendimiento global, un billete para integrar la temporada siguiente el entonces equipo insignia de su país, el US Postal Service. Si bien las buenas actuaciones seguirían, aunque ya localizadas en pruebas menores, e incluso pudo regresar a Europa con el Domina Vacanze de Mario Cipollini, la trayectoria deportiva y sobre todo personal de este ex corredor de Thousand Oaks (California) caería en picado a partir del invierno de 2005. Recién divorciado y nuevamente fuera del circuito europeo, aprovechó una estancia de entrenamiento en altitud en el país de su nueva pareja, Argentina, para plasmar una ocurrencia muy poco formal que le rondaba. Comenzó a tatuarse el rostro con símbolos tribales polinesios, una cultura que había estudiado y de la que se sentía un profundo admirador hasta ese extremo. La idea horrorizó a la jefatura del Webcor, su nuevo equipo, desde donde se le pidió de inmediato que borrara esos signos por contravenir la imagen que el patrocinador quería de todos sus integrantes. Quince mil dólares gastados en cremas y sesiones de láser no bastarían y lo enrevesado de la situación le llevó a desistir, optando a partir de entonces por el camino opuesto. Al poco tiempo abandonó su formación y pagó para redibujar y completar aquella máscara con la que continuaría su carrera deportiva. "Veo el miedo en la cara de mis rivales y me hace sentirme fuerte", alardeaba. No sería, sin embargo, la tinta sobre su rostro el único problema en que se vería envuelto en todo aquel periodo. La adicción a las drogas, problemas diversos con la justicia e incluso el veto de su último equipo -el no menos polémico y controvertido Rock Racing- a expedirle licencia profesional como castigo por los problemas vividos le acabarían por hundir en un pozo del que afortunadamente podría escapar gracias a su familia. Su ayuda le serviría para entrar por segunda vez en un centro de rehabilitación, donde le fue diagnosticada una esquizofrenia en su personalidad desconocida hasta la fecha. De nuevo limpio y liberado, chocaba de regreso al ciclismo con el obstáculo final en forma de positivos que le apartaron de manera definitiva de la competición. La USADA, con su propia aceptación, le sancionó de por vida después de detectarle sucesivamente testosterona y clembuterol en dos controles efectuados en el Campeonato de Estados Unidos en 2009 y en una prueba aleatoria fuera de competición en 2011. Parece, al menos, y pese a su retorcido sino, que el Clinger persona terminó saliendo adelante. Las últimas informaciones le sitúan trabajando en una estación de esquí del estado de Utah. En su rostro, por cierto, apenas quedan marcas de aquella controvertida simbología tribal con que este deporte le recordará seguramente para siempre.