Fotos Amstel Gold Race: Serguei Ivanov congela la cerveza holandesa

El ruso del Katusha hizo bueno su ataque en el Cauberg ante la impasibilidad de los favoritos

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Fotos Amstel Gold Race: Serguei Ivanov congela la cerveza holandesa
Fotos Amstel Gold Race: Serguei Ivanov congela la cerveza holandesa

Foto: Tim de Waele 

Resulta melodramático llegar a entrever que la gelidez rusa pueda batir el candor del intenso sabor de una cerveza. Que toda una armada holandesa, dueña de los derechos de la cebada fermentada, con Bélgica como aliada y varios militares en su mismo escuadrón de filas no puedan romper las plaquetas de hielo siberianas. Inviable. La fría y clara tez de Serguei Ivanov lo hizo. Congelador. Escarcha rusa. Cubitos de hielo para una cerveza, la Amstel, que se quedaron sin probar sus anodinos aponderados, los holandeses del Rabobank y el resto de impertérritos patriotas, presos de la historia que como 17 rocas, el mismo número de victorias nacionales que acumulan en la clásica de las Árdenas ejercen la fuerza que les coloca año tras año como favoritos de una prueba que no les ve triunfar desde que en 2001 Erik Dekker emborrachara el Cauberg con sus piernas. No fue tampoco la edición de 2009 local de embriagamiento para ellos. Los carámbanos heladores de Serguei Ivanov colmaron de impavidez a Robert Gesink primero y a Karsten Kroon, rematado en la misma línea de meta después. Petrificado.


 
Fueron la pareja de holandeses los únicos valientes que se lanzaron, sin el abrigo de Gore-Tex que proporciona el resguardo de una escuadra, para descorchar la botella de cerveza que esperaba en la cima del Cauberg, refrigerada en silencio por Serguei Ivanov. El congelador de pelotones. Alejandro Valverde, Damiano Cunego, Samuel Sánchez, Vincenzo Nibali y Davide Rebellin, los favoritos entre los que saltaban las quinielas fueron glaciales. Paralizados en la nulidad del gran grupo que se plantó a los pies de la última de las 31 cotas que jalonaban los 258 kilómetros de la Amstel Gold Race con apenas diez segundos de ventaja. De decoro. La lanzadera de los nombres que debían llegar hasta el repecho final vigilantes de los oponentes que nunca llegaron a aparecer. Descalabro por congelación. Los chasquetes de hielo de Serguei Ivanov los petrificaron y ninguno fue capaz de escapar de la refigeración a la que les sometió el corredor del Katusha.



Más solidificado se quedó Frank Schleck. Cuando Yukiya Arashiro, Serguei Klimov, Niki Terpstra, Borut Bozic, Rubens Bertogliati y Albert Timmer, fugados desde el inicio, agonizaban en su intento y Óscar Freire derrochaba síntomas de recuperación, el mayor de los hermanos luxemburgueses se fue al suelo con el australiano Mattew Lloyd. Fueron el nudo en la garganta que cortó la respiración de la carrera. Paralizada. Como ellos. Lloyd apenas podía cambiar de postura en los primeros instantes y Frank Schleck precisó de suero para recuperar el aliento. Abandonaban en una ambulancia, postradas en una camilla las esperanzas de espectáculo y emoción, ancladas al collarín del corredor del Saxo Bank. Pero Freire no reparó en incidentes. Su estela fue el único viso de exhibición en la Amstel Gold Race. Sangre caliente la del cántabro. Pero la mirada no le alcanza la vista a las cimas como el Cauberg. En fase de congelación rusa.



Freire en cabeza

El tricampeón mundial no desistió en su intento de revolucionar la carrera y echó mano del pundonor para colocarse en cabeza con Valerio Agnoli Markus Burghardt y Niki Terpstra, desconfiado en los relevos ante el incesante trabajo del Caisse d' epargne, con Óscar Pereiro, Luis Pasamontes y Vasil Kiryenka. Unión para asomar a Valverde hasta el Cauberg. Pero el murciano, al igual que Samuel Sánchez no sobrepasaron el Keutenberg, última cota previa a la final y a diez kilómetros de la llegada, en posiciones cabeceras. Fue allí donde Kreuziger, descalabrado ante la excesiva demora de Vincenzo Nibali, se degustó a sí mismo. Frío. Al igual que Robert Gesink y Karsten Kroon, el orgullo holandés de la Amstel Gold Race. Flemáticos. Los había congelado Serguei Ivanov que, junto al del Saxo Bank saltó para anular a Kreuziger y formar el trío que se pantó con las minimas y quebrantables diferencias en los pies del Cauberg.

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Los tres dispuestos a descorchar la sabrosa cerveza que cultivaron en los últimos kilómetros. Pero apenas pudieron intentarlo. Robert Gesink fue el primero en reparar en la congelación que sus piernas habían sufrido cuando fue a echar mano del abridor que, pretendía, le empujara hasta la meta. El cambio de ritmo de Serguei Ivanov le dejó claro que su enfriamiento era paralizador. Mortífero. Karsten Kroon no pudo más que seguir el paso de la bandera rusa, seña de identidad del Katusha, la que porta Ivanov. Congelador abusivo y experimentado. Convertido en imagen y semejanza del equipo de Omar Piscina que acumula ya 14 victorias en los primeros cuatro meses de temporada. Ivanov ni siquiera miró hacia atrás. A aquella Amstel Gold Race del 2002 en la que Michele Bartoli le superó por la mínima después de haber demarrado a sus compañeros de fuga, Michael Boogerd y Lance Armstrong. No. Esta cerveza iba a bebérsela él. Se levantó, camino del refrigerador donde los favoritos, estancados, expiaban. Desaparecidos. Arrancó a cuatrocientos metros para en final sin visos de un frenazo y solo giró la cabeza para certificar la congelación de Kroon, pegado a su rueda hasta la misma línea de meta, y del grupo perseguidor. Congelados en los diez segundos de los que Ivanov disfrutó degustando su más exquisita y helada cerveza. strong>ainara@ciclismoafondo.es</strong