Foto: Tim de Waele
Los grabados sobre piedra perduran a lo largo de los siglos. No hay guerra, conflicto armado o cruzada que pasen por encima de la historia ajada que los domadores de la tierra inscribieron para sellar sus dominios y conquistas. Xilografía de una vida sobre piedras. Perennes. Gratitud imperecedera. Ellas, las rocas tienen más peso y valor también en el mes de abril ciclista, cuando el Tour de Flandes y la París-Roubaix abren el adoquinado camino hacia las palpitantes semanas que extienden la pasión de los pedales por el norte del viejo continente europeo. Clásicas. Eternas. Por sus materias primas, los adoquines en los que solo se permite el paso a los hombres de gran fondo, las belgas son las carreras más evocadas. En las que los grabados, sobre piedra y velódromos se tornan imperecederos. Impasibles a la historia. Perpetuos. Como Davide Rebellin, profeta clásico que ha desechado en sus 38 años de vida el pavés para predicar sobre asfalto, cotas y muros. Los de la Amstel Gold Race y la Lieja-Bastogne-Lieja que ya ha beatificó en 2004. El de Huy, dogma de la Flecha Valona procesa también su religión. Lo hizo en el mismo exitoso 2004. Volvió a atenazar con su credo en 2007. Dos años después rubricó la evangelización de la cota. Reconquistada.
Fue la de Rebellin una redención de guerrero tenaz. Al más puro estilo de la cruzada que Pedro de Amiens, líder religioso belga conocido como 'el Ermitaño' llevó a cabo como respuesta a la aclamación por parte del Papa Urbano II a la nobleza, dominante y poderosa, con la intención de que se hicieran con la Tierra Santa. La parte de Bélgica que, como a los Quick Step, reyes imperecederos y absolutos del pavés, les faltaba por invadir. Los de Patrick Lefevere, escultores en Roubaix y Flandes apostaban sus fuertes en segunda fila de batalla. La Flecha Valona, como la Amstel Gold Race era territorio para revueltas populares, la cruzada de los campesinos que, a finales del siglo XI lucharon liderados por 'El Ermitaño'. El mismo Davide Rebellin lo encarnó. Reconvertido de noble asentado en los aposentos alemanes del Gerolsteiner a plebeyo, orgullo del equipo continental en el que milita, el Serramenti-Diquivioganni. Pero para añadir triunfos a una dilatada carrera, lo que cuentan son las piernas. Si perecen a los años, treinta y ocho los de Il Piadoso que caen como mazazos, o ensalzan las dotes. Casta duradera.
A ella se encomendó también José Serpa, primer misil de la cruzada predicadora de Davide Rebellin. Cuando Christophe Moureau, superviviente del intento de tomar Huy con el japonés del Skil Shimano Fumiyuki Beppu, con el que llegó a disfrutar de 14 minutos de ventaja, fue neutralizado, el colombiano propaló la primera bala del Serramenti. Abrió la afrenta de ataques en el pelotón, agrupado y vigilante a falta de 20 kilómetros para el final. Serpa mantuvo en tensión al gran grupo donde Rein Taaramae se abrillantó con un leve intento de caza. Inmóvil por el acompasado demarraje de Rigoberto Uran, abriendo camino a Alejandro Valverde, el del Cofidis desistió y Serpa disfrutó de varios segundos de lucimiento mientras Davide Rebellin, a escondidas, se ataviaba con su hábito predicador en los recónditos secundarios puestos del pelotón.
Joaquim Rodríguez en cabeza
En el muro de Ahin, última ascensión previa al decisivo Huy, Alexandre Botcharov desplegó la carrera para poner en vilo a todos los favoritos que buscaban una correcta posición antes de la llegada al último kilómetro. Fabian Wegmann y Karsten Kroon siguieron la estela del corredor del Katusha junto a Michele Scarponi, segundo cartucho de los de Gianni Savio. Rebasados los más de dos kilómetros de ascensión, el propio Scarponi, beato fervoroso de Davide Rebellin conformó sus opciones con un grupo cabecero en el que Joaquim Rodríguez hizo gala de su buen estado de forma. El catalán afinó los dientes ante una posible llegada a Huy acompañado del italiano del Serramenti, Roman Kreuziger, Paolo Tiralongo, Karsten Kroon y Christian Pfannberger, pero sus diferencias fueron mínimas. El pelotón percibía ya los ecos de Davide Rebellin, descubriéndose a sí mismo entre las posiciones cabeceras.
David Lelay fue el único que no escuchó la profecía. Sordo. El francés se lanzó, suicida, cuando el muro vislumbraba sus primeros desniveles. En busca de un imposible. Cadel Evans, acelerado, le neutralizó para después seleccionar el pelotón. Estricto. Solo los comulgados podían disfrutar de las rampas finales de la Flecha Valona en solitario. El propio australiano, cegado por su misma ambición, Andy Schleck, escolano principiante pero aventajado y Davide Rebellin. El eterno procesador de clásicas. Con túnica exclusiva, la diseñada por él mismo y su mujer en favor de una asociación de niños con malformaciones. Casco pintado a mano propia. Bajó la mirada hacia el tinte, blanco incandescente e indemne de los últimos kilómetros por los que cada año encomienda sus más profundos alientos. "Huy" a raudales. Su cumbre.
Junto a ellas apareció en esta ocasión un nombre diferente. Repetido también. "Andy". El mismo que le precedía. El que pretendió sucederle en la dinastía de su religión clásica. Futuro. Pero lo de Davide Rebellin es omnipresencia. Eterno. Rebatió a Cadel Evans heterodoxo, para dejarle apostado en los metros finales. Desterrado. Un pequeño adelanto al menor de la saga de luxemburgueses, crecido ante su propio golpe pero descolocado ante la situación. Con eso le bastó a Rebellin para alzarse hasta lo más alto de Huy. Su altar. Evangelizado, como lo procesó en 2004 y 2007. Esculpe su nombre sobre la talla belga. Eterna la suya, a pesar de no ser sobre adoquines. Su religión se ha convertido, como él mismo, en inmortal. Imperecedero. ainara@ciclismoafondo.es
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