Fotos:Rafa Gómez
Tiene Ángel Vicioso inteligencia bruta, quemada a fuego lento a base de echarse kilómetros a las espaldas. No le pesan al frágil aragonés. Indeleble por fuera. Fortaleza sin igual interiorizada que cuando se despliega, ni viento y marea, cuan huracán desatado son capaces de frenar. Casta y clase innatas forjadas en once años de pedaleo profesional y veinte victorias hasta ayer. Hasta que se arrimó a Llodio y desató su inteligencia y frialdad, un saber estar sin igual. Omnipresente a lo largo y ancho de la geografía alavesa para culminar su 21º victoria. La del regreso del mejor Vicioso. El inteligente y vertiginoso ratón escurridizo que terminó de soldar sus huesos en la meta de la avenida Zumalakarregui tras año y medio de penurias atado a una cama y dos más con corsé pegado al cuerpo, prolongación de las espigadas piernas. Se quedó sin tren superior, hecho pedazos en Portugal cuando una "caída tonta" le dejó sin correr toda la temporada. El caparazón se quedó postrado entonces. Casi de por vida parecía. "Pensé que esto se acababa". Pero no. Los huesos de Vicioso estaban a buen recaudo, esperándole en Llodio para asistir a su regreso. Soberbio y de prodigio.
Le sucede al avispado ciclista aragonés que, como andar en bicicleta, no se olvida de ganar. Ese mágico instante, cuando los dos pequeños ruedines se desplegan de la máquina y uno es capaz de mantener el equilibrio, cuestión de superviviencia. Así lo vio Vicioso cuando el GP Paredes Rota le partió una vértebra por la mitad. Dos arandelas menos en la bicicleta. Aprendió a andar sin ellas, como niño que, a base de caídas camina sin la seguridad proporcionada por los dos neumáticos de más. Paciente aprendiz. Presto y sosegado como acostumbra, casi flemático, esperó, resignado, a la llegada de Llodio. Casi un año en el dique seco, de no ser ciclista De pasarse día y noche atado a una cama primero y a un corsé después. Se lo quitó en octubre del 2009, después de una temporada en blanco. Toma de contacto la de los primeros meses del año hasta llegar a abril, a Llodio donde Vicioso recuperó su carnet de ciclista.
En dos escapadas
A base de astucia y sagacidad. Al aragonés le vienen de serie. Eso no se olvida con caídas, meses de oscuridad. No lo quitan los corsés pegados al cuerpo ni las interminables horas tumbado en la cama. Inservible. Acumuló maquiavelismo y avenencia a al par que rabia y apetito de carreras. Hambre de triunfos que quiso saciar de raíz en Llodio, apuesta arriesgada la suya, con la escapada en la que no dudó en consumir energías desde que la carrera extenuó a su paso por Altube donde el parco pelotón agonizaba en las primeras rampas de la clásica de Álava.
Fue sobrepasarlo y presentir Vicioso el aroma del regreso. Dulce bálsamo en el paladar. Hostigó el olor del regreso al demarrar a Intxausti y Verdugo, las referencias, a David Arroyo y Perget, la robustez, Tino Zaballa, el nervio y Vicioso, el de los huesos compactados. Por fin. "Estoy muy fuerte", adelantaba por la mañana en la concurrida salida. Acertó, vival y pillo como nadie. A base de sudor, el derramado por las carreteras alavesas, sangre y lágrimas, las desaguadas en un año de cama y corsé. Olvidado aquello. Eso sí. Ganar y pedalear, estampado en la mente incluso cuando el tren del Euskaltel-Euskadi neutralizó la fuga en la que Vicioso avistaba ya sus huesos, esperándole en la meta. No. Aún no. Encubiertos en la Avenida Zumalakarregui todavía. Apostados en la curva que daba el pase milagroso al triunfo. A la coagulación de su sangre regresada.
Tuvo que esperar más Vicioso. Enfriar su maravillosa chispa inquieta hasta el descenso del primero de los tres pasos por Garate donde aceleró con Zaballa de nuevo, Koldo Fernández de Larrea, Egoitz García, Juanjo Cobo, Pablo Lastras y los franceses Jerome Coppel y Veis entre la veintena de corredores. Sucumbieron todos, a pesar del minuto regalado por el pelotón en el vertiginoso final, cuando Zaballa desató su furia de exiliado. Un canto a la vida el del cántabro. Maravilloso. "Para lo poco que corro en España tengo que aprovecharlo", certificaba. Lo hizo. Solo Marcos García, Coppel y Vicioso pudieron agarrarse a su ira mientras el Euskaltel se olvidaba de las opciones de Larrea para neutralizar la cabeza y jugarse el triunfo con Intxausti.
Demasiado tarde ya, cuando Marcos García trazó la curva infernal, con 500 metros de agonía por ancha y recta vía. Quien pasa primero por ella coge el ticket que abre las puertas del Edén, le dijeron al madrileño del Xacobeo. Engañado. En ese giro estaban los huesos de Vicioso escondidos. Esperándole para devolverle su cuerpo de ciclista. De ganador. "Cuando se marchó Marcos pensaba que no le cogía", reconoció el aragonés. Con esqueleto impoluto, de estreno. Recompuesto. Aceleró piernas para fundirle en los últimos metros. Para recoger de nuevo su carnet de ciclista. Su licencia de ganador. Para volver a ser el astuto y pillín sprinter al que nadie, como en Llodio es capaz de parar. Vendaval huracanado con esqueleto recuperado.
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