La Bretaña francesa, sobre todo su parte norte, Cap Fréhel en concreto, donde posaba su quinta meta este Tour. es así. Dista poco de su prima anglófona. Acantilados que se asoman hasta el extremo al frío Atlántico. Dejan éstos en vástago terreno espacio a las playas anchas e inmensas, perfectas para desplegar las alas de un viento voraz. Abajo, en la tierra firme que pisan los mortales el suelo es duro, de roca. El Tour, en su búsqueda constante de alicientes dentro del clasicismo más férreo que dictan los Pirineos, suaves y los Alpes, más duros y decisivos después, ha incluido en esta edición la puntuación de los sprints intermedios. Una meta a 90 kilómetros para el final. Solo varía la distancia que resta para los ciclistas hasta el hotel y el masaje pues el empeño, la velocidad y la disputa de los corredores es la misma. También los nervios. Y las caídas.
El temblar de los favoritos y sus equipos en el afán indestructible por ir bien colocado en uno de esos días, tantos así, que no se gana el Tour pero que sí se puede perder. Una lanzadera como era el sprint bonificado donde Rojas y el Movistar se emplearon para seguir manteniendo el maillot verde hizo de lanzadera. Al parar los velocistas llegaron los demás, todos querían volver a colocarse y no había espacio. Cayeron primero Brajkovic y Gesink. Al del RadioShack se lo llevaron en camilla, se acabó el Tour. El holandés en cambio se quejaba de la mano, pero amarró el manillar rápido y se subió a la bicicleta, no vaya a a ser que la ambulancia le deje sin Tour. Nerviosismo instalado ya en el grueso del grupo mientras Ivan Gutiérrez en compañía francesa -Valentin, Turgot y Delaplace- paseaban por el asfalto bretón. Áspero para todos. Mejor ir escapado, delante. Tranquilo. En calma hasta que el dorsal uno, el del mejor ciclista del mundo se iba al suelo
La imagen lo explicó todo. Desesperado, Alberto Contador, lanzó la bicicleta al suelo. Impotencia.Mmaillot con rasponazos en la espalda y noventa kilómetros para el final. Así los corrió, con el aire entrándole en el cuerpo. No le costó reincorporarse al madrileño a pesar del tan fulgurante como inexplicable cambio de ritmo del Garmin de Hushovd para que no lo hiciera. Ni el ni Gesink, a rebufo en el tren de los caídos llegaron cuando una moto intentó lo imposible de sobrepasar al pelotón embutido por la estrechez del asfalto. No hay sitio para tantos, al menos no lo había para Nicki Sorensen, uno de los gregarios más válidos de Contador que, enganchada su bicicleta con la moto, se fue arrastrando hasta acabar tirado en el suelo y viendo cómo su bicicleta se marchaba adosada a la máquina con motor.
Después cayeron Boonen, clavícula rota se asemejaba por su brazo en cabestrillo y su imposibilidad e moverse. Le pesó el asfalto al belga pero quiso elevarse y luchar contra sí mismo. Borrado del mapa del triunfo y abandonado por al estela del pelotón se alzó, campeón el belga. La miseria más vanagloriada del ciclismo. Llegó magullado, igual que Ivan Velasco, al suelo por una valla y clavícula partida. Ídolos a los que las cámaras no esperan. No lo pueden hacer con las extremas velocidades de ciclistas como Mark Cavendish. Ni siquiera él pensó que iba a ganar en Fréhel porque, a pesar de controlar los kilómetros finales, un arranque brutal de Boasson Hagen, la nueva perla noruega le dejó noqueado. Al del Sky le siguió Feillu cuando comenzó a hacer hueco. Una trampa, pues fue el puente para el resto.
Allí llegaron todos, también José Joaquín Rojas en una perfecta colocación. El murciano está cada vez aprendiendo mejor las dotes sin que nadie le enseñe, solo un prodigioso estado de forma ávido para la confianza, para que todo funcione. Viene solo. "Iba colocándome a falta de kilómetro y medio, y, como le he quitado la rueda de Cavendish, Petacchi me ha dado un puñetazo. Es un guarro". Se ha amoldado el del Movistar hasta en el lenguaje a ser picante.
Se abrío Rojas pero más lo hizo el inglés, incrédulo. "Me veía tan mal posicionado que pensé en coger algún punto". Se fue animando al ver huecos, espacios libres por los que colarse. Remontada heroica para "el sprint más duro que he hecho en mi vida", confesó el 'bad boy'. Claro, es inglés y llegaba a la bretaña, los acantilados, el viento y el asfalto. Había que dejar huella.
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