Fotos: Tim de Waele
Ironías circunstanciales que marcan el devenir de cada etapa. La de Kanstantsin Siutsou, desconocido rodador de débil cabalgada El año pasado dejaba al Columbia con la incertidumbre en la contrarreloj por equipos de haber podido superar al Garmin de Vandevelde, a la postre primer líder de aquel Giro, cuando el bielorruso agonizaba por seguir a sus compañeros. Cuatro. Con él sumaban la cifra exacta para parar el tiempo en meta, retardado por su frágil golpe de pierna. Incapaz de pedalear con audacia, entonces, sobre el llano. Escamado de aquello. Se satirizó a sí mismo con un ataque sobre terreno plano en la octava etapa del Giro de Italia. Burlona y espectacular en su parte final. Ironía que, ese mismo tiempo que un año atrás caía como una pesarosa piedra perdedora que le alejaba de la victoria en grupo, le otorgaba ahora, a cada segundo que añadía a su fugaz intento, mayores esperanzas de atisbar Bergamo con opción segura de victoria.
Ironía también, pensaba Pedro Horillo, que en el seco y soleado descenso de Culmine di San Pietro, exento de la película de agua que rodeaba ayer a los ciclistas en las peligrosas carreteras camino de Chiavenna, deslucida meta borrada del mapa, como las letras del Astana de Lance Armstrong dejaron de brillar, consecuencias de un patrocinador que no alimenta. Ironía que allí todos salvaron su piel de ser raspada por la cuneta resbaladiza. Sarcasmo con el puerto que despidió al vizcaíno. Culmine di San Pietro. Allí precisamente culminó su participación en el Giro. La intención de Horrrillo era volar en la centaria corsa rosa. Lo hizo, desdichado, sobre las alas del helicóptero que le evacuó hasta el hospital de Bérgamo tras sufrir una aparatosa caída que le deja numerosas fracturas, entre ellas una en el fémur, y un traumatismo craneal y torácico. Angustia tensa.
También la de Siutsou, socarrona ésta. Consiguió abrir un hueco indetectable para el ferviente deseo de Stefano Garzelli de repetir su triunfo en Bérgamo, llegada sofisticada y conocida para el del Acqua&Sapone. Lo hizo el bielorruso cuesta arriba, en el pequeño y pedregoso repecho donde el líder Danilo Di Luca, clasicómano forjado, intentó acercarse al del Columbia. Camino olvidado para el italiano, que esta temporada no ha saboreado el aroma del pavé y las Árdenas al quedarse el LPR, sin catar las clásicas primaverales. Sin pericia. Al contrario que Siutsou. Ironía. Robaba segundos al pelotón cuesta arriba tras haber arrancado en la leve llanura de la explosiva llegada. Se encargó de mantener viva una llama de la que fueron mecheros Serge Pawels, Johan Tschopp, Dario Cataldo, Giovanni Visconti, José Carlos Ochoa, Jelie Vanendert, Eduard Vorganov, Evgeni Petrov, Héctor González y David López. Los diez se fugaron desde el kilómetro 24, alcanzaron a asomarse hasta el Colle del Gallo donde el trabajo del Lampre, flagelados por no haberse introducido en la fuga, consiguió echar abajo sus expectativas.
Leipheimer se descubre
Ironía, la enésima, que fueran dos contrarrelojistas, Leipheimer y Rogers, los invitados de excepción en una explosión iniciada por Garzelli, puma hambriento de triunfo, en pleno ascenso al Colle del Gallo y que titubéo con el LPR y el Liquigas. El del Acqua&Sapone propinó un hachazo a los líderes y se llevó consigo a Rogers eufórico, Leipheimer, líder descubierto, un desmitificado Cunego, apostador parcial y eliminado por propia cuenta de la clasificación general. Junto a ellos resistía Arroyo, coraje y amor por sus pedaladas, Chris Horner, doblador del paso de Leipheimer, Boasson Hagen, joven exaltado con la resaca de su azaroso triunfo y el despistado Pellizotti, jefe improvisado del Liquigas en la avanzadilla. Ironía. Porque acariciaron el minuto de diferencia en menos de los seis kilómetros de subida que sumaban las rampas del Colle del Gallo, pero fueron aniquilados con premura cuando Garzelli, desesperado, suplicaba por pedaladas de regalo a Horner y Arroyo, casi reventado, pero con el pundonor suficiente para demarrar la rueda victoriosa. Sarcasmo. No había premio en ese grupo de ganadores natos.
Ironía la de Di Luca, vena ferviente y activa, que congeló su mente ante las opciones del goloso grupo que amenazaba su alternativa a la victoria y su propio liderato. El maillot rosa supo esperar a que la propia carretera pusiera al grupo cabecero en su sitio. Con el grueso del grupo. Irónica también la postura del Liquigas, una vez neutralizado la cabeza donde se apostaban los rubios rizos de Franco Pellizotti. Volvió a agarrar el timón de una carrera que todavía no lidera. Basso no dudó en ejercer la capitanía que pesa sobre su casco desde que inició el Giro, ante el afable y primario destentendimiento del líder, económico dosificador para el trampeado repecho final. Lo sabía el italiano. Kanstantsin Siutsou no. Pero no le importó al tirarse al mar, sin flotador que le sustentase. Suicida. Pero consiguió salir vivo. Mordaz. Causticidad también la de Filippo Pozzato, sangre caliente y apta para la llegada pedregosa de Bérgamo. El italiano no quiso desplegar a sus secuaces y tranquilizó a Luca Mazzanti cuando éste quería tomar posiciones cabeceras para neutralizar las débiles opciones de Siutsou. Tan sencillo parecía darle caza que consiguió finalmente escapar. Solitario débil rodador que emprendió una cabalgada victoriosa hasta Bérgamo. Irónico. ainara@ciclismoafondo.es
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