La ‘era Pogacar’. El talento precoz. La ausencia de formación complementaria para muchos ciclistas que abandonan muy pronto sus estudios por el prometido paraíso del profesionalismo. Una moda importada de otros deportes, subir desde juveniles hasta profesionales. Un proceso que impulsan los mánager y scouts que trabajan ya en categoría cadete.

UNA DERIVA ESTÉRIL
Una deriva que en el ciclismo se muestra estéril y que también provoca un abandono prematuro de la competición al más alto nivel. O, en el mejor de los casos, que estos corredores se vean obligados a recalificarse. Echando un vistazo a los datos de nuevos profesionales desde 2021, el año posterior a la pandemia, encontramos cifras que son siempre superiores a los 30 corredores que, cada temporada, encontraron acomodo en equipos Continentales, ProTeam o WorldTeam.
Ya en el análisis de ese mismo año, 2021, se remarcaba el dato de que siete ciclistas que daban el salto lo habían hecho anteriormente. Decisiones prematuras que tuvieron una segunda oportunidad. En cualquier caso, esa campaña catapultó a nombres como Jon Barrenetxea, Mario Aparicio, Xabier Mikel Azparren, Raúl y Carlos García Pierna, Jordi López, Javi Serrano, Javi Romo, Felipe Orts o Pelayo Sánchez. Todos ellos con recorrido sub-23 y que, a día de hoy, continúan compitiendo al más alto nivel.
El año más prolífico sería 2022, con 45 nuevos profesionales, pero del que sólo sobreviven como más destacados Marc Brustenga, Igor Arrieta, Pau Miquel, Iván Cobo, José María García o Timo de Jong. Otros tuvieron que dar un paso atrás como Joan Martí Bennassar, Erik Martorell, Ricardo Zurita o el brasileño Vinícius Rangel.

En 2023 y 2024 empezó a destacar la apuesta de corredores júnior por los equipos de desarrollo de los conjuntos WorldTeam, frente a la oportunidad de competir en categoría élite y sub-23. Mejores condiciones, tanto económicas como de material. Pero también más viajes, un calendario lejos de casa y en ocasiones realmente reducido, junto a un entorno mucho más complicado en lo personal, con apenas 18 años, para madurar como ciclistas y aprender el oficio.
Conjuntos como el Israel Academy, UAE Team Emirates Gen Z, Lidl-Trek Future Racing o Q36.5 Devo fueron el lugar elegido por estos ciclistas. Y nombres que prometen un gran futuro -o casi presente- como Markel Beloki, Héctor Álvarez o Adrià Pericas mostraban la cara más amable y exitosa de una criba antes de tiempo, que muchos corredores con la necesidad de cocinarse a fuego lento no son capaces de superar.
VIVEROS DESDE ABAJO
Los propios equipos júnior empiezan a convertirse en la cantera de esas estructuras profesionales y sus equipos de desarrollo. Como ejemplo más claro, el Baqué Team, que cuenta además ahora con el nacimiento del Movistar Team Academy. Pero basta con un vistazo a los equipos ProTeam para encontrar un camino muy distinto: el paso por la categoría élite sub-23.
Tomando como ejemplo las Vueltas a España de 2024 y 2025, los equipos nacionales invitados se esmeraron en convocar a algunos de sus talentos más jóvenes: Equipo Kern Pharma lo hizo con Urko Berrade (ganador de etapa), Pau Miquel (4 top 5) o Pablo Castrillo (doble vencedor de etapa); Euskaltel- Euskadi eligió a Xabier Berasategi o Xabier Isasa; Caja Rural-Seguros RGA apostó por Thomas Silva (dos top 10), Abel Balderstone o Jaume Guardeño (ambos top 15 en la general); mientras que Burgos Burpellet BH juntó hasta seis ciclistas procedentes del Equipo Cortizo, José Luis Faura, Daniel Cavia, Hugo de la Calle, Sergio Chumil, Eric Fagúndez y Sinuhé Fernández, aunque con mala fortuna en forma de enfermedad durante la prueba.

Todos los nombres son ejemplos de ciclistas que han conocido la categoría élite sub-23, aunque en algunos casos ya hubieran destacado como júniors. Ese trabajo de crecimiento parece tener el efecto de garantizar su carrera ciclista: se conocen mejor y acumulan la experiencia que requiere el profesionalismo, sin miedo a tener que dar un paso atrás para concluir su formación.
Siempre con el beneficio de la duda, el salto directo de júnior a profesionales, y más si cabe a equipos de desarrollo del WT, parece encajar más en la determinación de las grandes estructuras de atesorar todo el talento antes de que lo fiche la competencia. Pero sin posibilidad real de darles un futuro en sus equipos, y con la fecha de caducidad de que queden fuera de estas estructuras si no explotan al nivel de los mejores.
LA LEY DEL EMBUDO
La suma de los equipos WT y de sus plantillas de desarrollo supera en muchos casos los 40 ciclistas. Pese al extensísimo calendario que terminan abarcando -a priori, hay carreras para todos-, la realidad es que en estructuras más modestas parece evidente que esos mismos corredores, obligados a vivir permanentemente entre concentraciones y competiciones a miles de kilómetros de casa, podrían encontrar una proyección más razonable.

Además, cuando esos ciclistas buscan reconducir su carrera profesional el resto de equipos se muestran reacios a acoger estos regresos, ya que priman siempre el talento joven de sus propias estructuras. Por lo que el único camino en muchos casos termina siendo recalificarse en la categoría élite sub-23 un año más. Tal vez ese año que deberían haber retrasado su promoción al profesionalismo, para que el paso adelante sea firme, duradero y permita a nuestro deporte no perderse a ningún talento, aunque necesite un proceso más prolongado para mostrar su nivel.




