La gloria Monsalve

El venezolano ratifica su triunfo en el Tour de Langkawi tras la ultima etapa, un vistoso circuito por Kuala Lumpur para festejar en la capital malaya la victoria que le confirma como la grata sorpresa del inicio del año ciclista

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La gloria Monsalve
La gloria Monsalve

En Jasin, agónica expiración de la antepenúltima etapa del Tour de Langkawi llovía a cántaros. Jarros y jarros de agua para recibir a los ciclistas, toda una fiesta nacional, igual que cada pueblo, ciudad o caseta abandonada por la que ha circundado la carrera después de tocar tierra firme tras el exótico banderazo de salida en la isla de Langkawi que da nombre a la prueba. Los ancianos se despegaban del diván, los mayores descuidaban por un rato el ganado, los padres soltaban la azada por un momento, la ocasión lo requería. Los colegios se quedaban vacíos, pues los niños, banderas malayas en mano que el gobierno, apoyado en el Ministerio de Cultura y Deportes como soporte de vida para la carrera, repartía una hora antes del paso de los ciclistas. Los críos se agolpaban en la carretera para ver el paso de otro niño, Yonathan Monsalve. También vestido de uniforme el venezolano, aunque él sin disfrutar de un día de fiesta. Monsalve no para, menos ahora. Su escuela es la carretera, sus libros, cada centésima que ha tenido que limar a Libardo Niño. Ése ha sido su examen precisamente, el de cambiar el uniforme blanco sellado con mil patrocinadores del Androni por el amarillo líder. Ritmo frenético el de Monsalve. Ya no frena, ahora no puede hacerlo, imparable meteorito esculpido en una talla de escándalo. La más esbelta, cincelada a gusto de las montañas italianas por las que desde hace dos años entrena. De Langkawi sale veloz, a seguir cincelándose a sí mismo bajo sol y lluvia. Lo que sea.
 
Le cayó un mar de agua encima a Monsalve en Jasin pero la suya fue la buena, el agua con clima tropical. Caliente y gustosa. De esas que cuando uno se descuida y mete dos prendas de colores enfrentados en una lavadora, abre la puerta con rostro pavoroso ante el desastre. Para Monsalve fue al contrario. Diluvio imparable a 40 grados de temperatura, empapado llegó a meta, blanco sólo de jersey. Su rostro en cambio mantenía la tez de siempre, negra y profunda. Sonriente a más no poder. Allí en Jasin donde a Libardo Niño le cayó el jarrón frio, Monsalve tiñó amarillo sus casi dos metros de altura gracias a los sprints intermedios bonificados que le sirvieron, tres días después de la etapa reina de Cameron Highlands donde se alzó con la victoria de etapa, para vestirse de amarillo.  "Quedan tres etapas y puede pasar de todo", decía en Jasin, ya envestido comandante del Tour de Langkawi tras recibir abrazos y desahogar con furiosos gritos de guerra victoriosa su liderato. Sólo dos segundos le aventajaban del viejo Libardo Niño, correoso como pocos. Tres días para restar la veintena de años de experiencia que les separan a los dos sudamericanos. Más tiempo del esperado en tomar el timón le costó a Monsalve. Así saben mejor las victorias, aunque aún, a pesar del poderío de su equipo que lo arropó desde el inicio, que apostó en Emanuelle Sella sólo para el despiste mediático en cuanto al favoritismo antes de comenzar a rodar por tierra malaya, que se vio superior en cada paso, en cada sprint bonificado, en cada lucha por ascender posiciones, no quería reconocer.
 
Objetivo, Giro de Italia
Ni siquiera sentado en el lobby del Concorde Hotel de Shah Alam, centro de operaciones antes de la última etapa donde ya se empaquetaban maletas, se desmontaban radios y se organizaba el plan de regreso a casa. Ni siquiera ahí relajado Monsalve después de desayunar, teléfono y ordenador siempre a su lado, pues es ese el único puente de contacto con su novia Crismarly y su hija Brihana, la fuente de inspiración, las que le sienten su aliento y respiración en cada carrera como si estuvieran en la cuneta. Ni siquiera así bajaba la guardia el líder. Un crío más entre esa jauría que a cada etapa se acercaban a ver pasar la carrera. Un niño maduro, de esos que aprenden a crecer por sí mismos. Sólo, cuando la vida presenta la oportunidad de dar un salto para no mirar atrás. "Aún la carrera no está acabada, tengo algunos segundos de ventaja pero en un circuito urbano que se va rápido puede pasar de todo". Decía calmado Monsalve. Ha aprendido bien el discurso y eso que sólo lleva tres días asediado por periodistas en las metas desde que arrebató el amarillo a Libardo Niño. Crece deprisa. Aprende a ritmo veloz.
 
Así se condesa y define él. Escalador rápido. Sus veinte primaveras consienten que toda referencia, todo ídolo en el que posa sus miradas deseoso de imitar en un futuro cercano sean los héroes de hoy. Su espejo en el que reflejarse, su Dios ciclista lleva nombre español, el de Alberto Contador. Por eso pregunta cada día de la semana cómo va su caso, se interesa por si ha hablado, por lo que ha dicho, por lo que va a pasar con él. "Espero que salga bien de todo esto, es mi corredor preferido y yo quiero ser como él". También quiere medirse al madrileño. Pero paso a paso, sin prisa Monsalve pues la tranquilidad cuando se baja de la bici, junto a su optimismo y sonrisa reflectante son su sello de garantía. Su bandera, la venezolana, con la que subió al podium del Tour de Langkawi donde se ha postulado como la grata sorpresa y bella aparición del primer mes del año 2011 ciclista. Quema escaleras, pues abrasan los más de 40 grados en Kuala Lumpur. Cada uno de los pasos que le acercan al podium mientras sube al oir su nombre como ganador de la carrera, es un peldaño más ascendido.
 
A partir de ahora se centrara en preparar el Giro de Italia, donde quiere ganar una etapa. Para conseguirlo se refugiará en el aliento de Crismarly y Brihana, que en unas semanas tomarán un vuelo desde Caracas hasta Milán, para quedarse junto a Yonathan los meses previos al inicio de la 'corsa rosa'. Familia unida. Después de eso, más sueños acumulados. "Vestirse de rosa". Pero no ahora, no este año, que todavía es pronto, dice Monsalve. Por eso desechó las ofertas del Saxo Bank y el Movistar antes de comenzar la temporada. "Su hubiera ido a un PRO-Tour el salto hubiera sido muy grande, es mejor así, ir despacio y creciendo poco a poco". Maduro como pocos, tanto como para aguantar el ansia de saborear un dulce caramelo que comenzaba a derretirse en sus labios y al que dijo no. Ni dulces telefónicos, ni caramelos daneses. Sufrimiento al máximo bajo la humildad de siempre para crecer y convertirse en el escalador fulgurante que quiere ser para batir un día a su ídolo Contador en las míticas cimas del Tour de Francia.


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