Tiene la cima de Xorret del Catí un sabor místico. Casi ascético para los que le procesan devoción, unos pocos. Elegidos por preferencia de la corta pero eterna subida hasta el clímax de pinares y carrascas. Solo admite Catí un apellido. Jiménez. Cima silenciosa, tranquila y sosegada la de Catí, campos eternos los que se divisan en el rápido desnivel acumulado, como largas son sus rampas. Clímax solo perturbado en ocasiones por el paso de
Le gustó tanto que volvió a adjudicársela en 2004 de la mano del Comunitat Valenciana. Sin ellos, sin Eladio, desterrado en Portugal, sin el Chaba, vigilancia constante desde el cielo al que una sobredosis le mandó el mismo 2004, volvía
Fugado de inicio
La suya es una vida de sacrificio. Así entiende el ciclismo. Fugas desde el mismo banderazo de salida. Nulidad encontrada en los kilómetros finales por el ajuste de velocidad del pelotón, sumisión inevitable. Y a trabajar. De eso vive, de respirar por sus jefes, por Ezequiel Moquera, el líder del Xacobeo-Galicia. Allí cuando ya no queda más aliento después de la neutralización. Allí cuando llegan las rampas y su jefe lo necesita, está. "Derrocha vatios a favor de sus compañeros, se desfoga totalmente por nosotros", explicaba el propio ciclista de Teo, sufrimiento y agonía diaria desde que se cayó en Lieja. No percibe Veloso otro tipo de ciclismo, desde pequeño, cuando empezaba a subirse a una bicicleta. Tardío fue su fruto. Primero le dio por el cross y a los quince años lo cambió por las botas de fútbol. Lateral izquierdo del Bomio, el equipo de su natal Vilagarcía de Arousa. Siempre en la zaga. Detrás de los grandes goleadores, de los grandes ganadores. Defensa para sus líderes. Igual en el ciclismo.
"Cuando empecé en el ciclismo coincidió con la gran época de Miguel Indurain y, por extraño que parezca, yo lo que soñaba era con ayudar a un gran líder", explica el propio ciclista gallego, casi inmutable. Experimentó una sensación rara al cruzar Xorret del Catí. Caños de victoria para él en lo que fue la primera victoria española en
A ellos se les unieron Ramírez Abeja, del Andalucía y el propio Veloso, vista de lince. Captó con prontitud el beneplácito de los caños de Catí para llegar hasta su seña de identidad, la de los apellidos a
Líder por siete segundos
Apenas un minuto por recortar en solo tres kilómetros de etapa. Escasos en apariencia, pero interminables para todos. Taaramae apenas se levantó del sillín. Pedaleo retorcido a la par que Joaquim Rodríguez lanzaba órdago a los favoritos. Ataque fulgurante que le dejó en cabeza. Despiste. Poco tardó Evans en ponerse nervioso. Acelerón. Le siguió sin problemas Alejandro Valverde, explorador en búsqueda y captura de chorros dorados. También Ivan Basso, regular. A Gesink le costó coger la rueda de cabeza, la misma a la que no llegaron ni el magullado Samuel Sánchez, ni Ezequiel Mosquera. La lanzadera catalana surgió efecto al instante en el que Valverde atacó de nuevo a Evans. Emanaba ya chorros de oro por los cuatro costados el murciano. Mañana
Así se quedó Taaramae una vez más. Sumiso al ritmo de Veloso, con credencial para hacer su paso por los apellidos de Catí. Buscó su espacio en el granito de la estatua mientras neutralizaba al estonio del Cofidis. Y luego, a cincelar su nombre. Grabado de gloria en meta. Incrédula litografía. Tercero llegó Alejandro Valverde, esprintando en la cima de Catí. Desató los chorros del oro con Evans, desquiciado y sin encontrar su hueco para disputarle la llegada al murciano. El líder del Silence-Lotto se equivocó al buscar la posición y se topó con Gesink, pendiente de Valverde. Del nuevo líder. Siete segundos de oro en los caños de Catí. ainara@ciclismoafondo.es
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