Era mirar a Joaquim Rodríguez en la mañana de Vilanova i la Geltrù y estresarse. De aquí para allá. Llegó pronto a la zona acotada para la salida, traje de luces pegado a su minúsculo cuerpo y bici revoloteando entre las manos de los masajistas y las suyas propia. Subía al autobús, se sentó un suspiro de tiempo y volvió a bajar, a pasar por el control de firmas, "que luego me lo cierran". Estampó esa insignia fina, veloz y propia, muy suya. Miradas, sonrisas, y al autobús otra vez. Otra espiración de segundos. Algo le remordía a Purito, estaba en casa y odiaba el cobijo del autobús. Quería salir, pedalear, rodar, esprintar. Y no tardó, solo 41 kilómetros en cambiar el uniforme de torero ruso por el rojo mandón de la Vuelta. El que gritaba su nombre en cada suave soplo de viento azotador en esta Vuelta a España a presión. De estrujamiento propio para el catalán, oprimido por los mil y un ataques, el tesón del equipo y una consigna, el rojo que no llegaba. Y un despropósito, ser el mejor hombre, tener el mejor equipo y no vestirlo aún así. Aún así tampoco. Entonces una incitación basta para calentar el alma enérgica de Joaquim, de aquel hombre que en 2003 se atrevió a retar al mismísimo Manolo Sáiz, genio y carácter hechos uno, en su ostentoso plan de vestir cada día, cada etapa de aquella Vuelta, a uno de sus hombres con el liderato. Rotar como premio. Pero 'Purito' se negó cuando le tocó pasarlo a uno de sus compañeros. Dijo que era suyo, al menos un día más.
Gilbert se descuelga
No era la primera vez que Purito lanzaba un órdago a la grande. De ahí, precisamente viene su sobrenombre cuando, restando en Cádiz, en su primer año como profesional y volviendo de un entrenamiento de pretemporada con el ONCE-EROSKI, lanzó un ataque a los Zulle, Jalabert, Beloki o Mauri. El niño desconocido dejaba a los grandes campeones de rueda. Y sobrado. Por eso miró hacia atrás y les hizo el signo de estar fumándose un puro. Poco le duró el habano, Manolo le apagó el chisquero, esa llama incontenible cuando no le renovó tras el desplante de aquella Vuelta. Sumergió entonces 'Quim' su garra y el ego para coger pico y pala por el mango y hacerse obrero de Eusebio Unzue. Hasta que dijo ya basta, plantó cara de nuevo, sacó los dientes y se bautizó ruso, del Katusha. Para hacerse 'jefazo', patrón. Líder. Bastaba de ahí pues un pequeño camino, el que le llevó a recoger guinda dorada en Mende y un octavo puesto en los Campos Elíseos parisinos para llegar a Sevilla. Calor, ahogo y agua. Mucha agua. Y segundos contados en millonésimas, las de Xorret del Catí, con una meta volante anulada en sus bonificaciones por culpa de una masiva caída que se llevó al por entonces líder Gilbert. Fuego en la mirada de Purito.
Bastaba eso, solo eso. Una incitación al descaro, minúscula provocación para encenderle en el sprint intermedio de Valls. Quería la roja. Y la quería ya. Por eso se tiró como un loco, sobrepasó a Cavendish, a Farrar...a todos los velocistas y puntuó. Ya había desvestido a Anton a pesar de quedar 134 kilómetros, el espiral del Rat Penat y la contingencia de la bajada. "Creo que han anulado la bonificación, Purito", le dijo Anton cuando su verdugo volvió al pelotón. Rompieron a reír ambos. Nada ni nadie se lo quitaba ya. Por eso la fuga, la de Gilbert y Van Avermaet. La de Erviti y Ten Dam no caminaba hasta que el belga del Omega Pharma no se desenganchó. Entonces, el Katusha se relajó, al fin. Premio conseguido, y los fugados cogieron alas.
Ataque a 20km
Coger alas, montarse a un avión, dicen, es el mejor método para quitar miedos, para eliminar resquicios de un pasado que atormenta y hace temblar cada noche. Así lo pensó Javi Moreno en el ascenso al Rat Penat. Bajada y falso llano por delante. Esa tierra cruel, ese mismo piso cuesta abajo le llevó al jienense directo al infierno. Una caída en la Volta a Catalunya del año pasado que le dejó sin correr el resto del año y un temblor de por vida, que todavía no se va, que le acompaña cada noche y comparte almohada con el ciclista del Andalucía. Retó también Moreno a todo. A todos. Al destino cruel y a su mente, la que se acuerda día sí y día también de aquella maldita carretera y cogió a Le Mevel para marcharse en el final del ascenso, cuando David García endurecía la subida en el pelotón.y se tiró también en la bajada.
La posterior neutralización en el terreno tramposo camino de Tarragona, todo un Mortirolo-Aprica al más puro estilo del Giro donde Basso y Niblai hicieron sucumbir a Arroyo terminó con sus opciones de etapa pero se llevó el miedo sempiterno. Un poquito menos, un suspiro de más tiene Javi Moreno ya. Reto. Como el que lanzó Erviti al mundo, 20 kilómetros por delante y una piernas galopantes, poderosas. De caballo. Entrenamiento tras moto y contra el viento, para eso sirve, para ponerlo más fácil cuando hay que sufrir de verdad en solitario. Así llegó a Tarragona, "¡qué liberación!", gritó. Suspiro de caballo navarro.
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