Todo aquel que quiere pasar fondeando de Ordino hasta Pal, al doble sector de pistas esquiables de la Andorra meridional, no le queda más remedio que hacerlo por carretera, bajarse de los esquís, desprenderse del mono que protege del infausto frío, de las gafas que esquivan el funesto sol, cruel astro rey que con todo barre, a todo tiñe sin piedad y quema, coger la máquina motorizada y olvidarse, no puede ser de otra forma, de los retos imposibles. Dela superación de uno mismo con la nieve, las cuestas empinadas hacia arriba, imposibles, y el llano matador para las piernas anguladas, los pies alargados en linea recta, por delante y por detrás. Nada de retos. De Ordino a Pal se va por carretera. Ni un solo teleférico cruza ambos sectores, ni cielo, ni nieve que se pueda recorrer, traspasar, volar. Para viajar desde Ordino hasta Pal hay que ser paciente, buscar la guía adecuada, la ruta correcta. Camino largo y costoso, el que separa a ambos trazados andorranos y que pone a prueba la paciencia, la resistencia, la resignación a veces. La entereza sobre todo.
Camino que no por corto lleva consigo, impregnado en sus raíces el aprendizaje. Larga peregrinación como escuela de vida. Así fue para Igor Anton, una escuela desde Ordino, aquella que subió tres año atrás y que supuso su descubrimiento de la Vuelta a España, de los Pirineos cuando todavía era un chabal, cuando llevaba colgada ese cartel que tanto pesa, "la joya del ciclismo vasco", y que certificó el Ordino con el séptimo que cruzó el recurrido anillo, la seña de todo esquiador par ano perderse. Un millar de timbrazos, como si del final de cada hora colegial se tratara, una educación en cursos, temporadas, quedaban por delante para llegar desde Ordino hasta Pal. El Tour, la decepción de una general no machacada a gusto, como la cuesta abajo de la pendiente alpina andorrana encarnada en su carrera, esquís todavía recubriendo sus zócalos. Aquel año, la segunda Vuelta, Anton quedó un puesto por delante de Ezequiel Mosquera. Lo soltó con bravura en las rampas camino del anillo y le demonizó con casi medio minuto de ventaja. Lo buscaba, matón, después de haber sobresaltado en la Pandera un año antes.
Ritmo infernal de Mosquera
Esta vez era diferente. Ese camino, esas pendientes con desniveles hacia lo bajo y alto por igual, le llevaron a Anton a enfriar la sangre, un mar de placas de hielo el océano del ciclista de Galdakao que venía inundando ya desde lejos. Desde Málaga, donde le arañó la garra de Gilbert, desde Jaén, donde impuso su ley y en Xorret, allí donde dijo que él mandaba. Rey de las pistas esquiables de la Vuelta. Perdió poco después, dos días le duró ante el ímpetu incontrolable y desbocado de Joaquim Rodríguez que, como un loco buscó, se desgastó y mató por vestirse de líder. Y lo consiguió, pero se acabó hundiendo apenas 24 horas después por esa ola, torrente incontrolable provocado por él mismo. Alocado reventón el de Purito en Pal por irreflexivo disparate pagado con un baño de masas y la condecoración efímera de la justicia en carrera, del más fuerte como líder.
Resulta que el ciclismo, menos ley y matemáticas con siempre el mismo resultado, tiene de todo. Y esa gana, ese deseo de disparate bello y loco por igual, romántico y de sabor a ciclismo antiguo acabó haciéndose aguas, derretido ante las placas de hielo de Igor Anton camino de Pal. Allí no se sube esquiando pero vale la calculadora, paradojas. Para medir en vatios la potencia del que siempre quiere ganar, Mosquera, el del deseo irrefutable que nunca llega a conseguirse. Provocó la selección, mortal, casi incontenible el gallego. Ni Menchov ni Schleck aguantaron en las primeras rampas, cuando el Rabobank dejaba de ahogar el ritmo del pelotón que cruzó la frontera andorrana a ritmo de corneta, a la caza de Cherel y Tschopp, los escapados que tranquilizaron a los favoritos sabiendo que la etapa iba a ser para ellos y no destinada a una de esas fugas repartidas siempre entre los Moncoutie o los Garate. Estrenaba paternidad en la mañana de Vilanova i la Geltrù el guipuzcoano, como un loco de contento gritaba que "cojo la escapada seguro, otra cosa es que llegue". Ni una cosa ni la otra.
Rabobank enciende la subida
Sucedió así hasta cruzar la frontera y vagar por los Pirineos a golpe del Rabobank y el Katusha. Kolobnev también apretaba hasta que vio algo raro. Notó algo extraño. Su líder, el de todos, no carburaba. Escondía Purito la mirada ente las gafas y el maillot y pronto se tornaron colorados sus mofletes, cuando Gonzalo Rabuñal imprimió la esquela de muerte para el pelotón. Mosquera le dio el relevo camino del infierno al que solo aguantaron Nibali y Purito. Anton se retorcía. "Yo quería pasar este día lo mejor posible, pero sin buscar nada más". A base de caminar despacio, lento pero constante llegó a Pal. Iba a sur ritmo, el que resultó ser el más rápido, el más potente. Sobrepasó a Purito en medio de la duda. ¿Dónde estaban los demás? "Yo no quería ganar hoy". No estaba en sus planes, sobre todo cuando experimentó el crepitar del resto con mayor rapidez. "He tenido un mal día al principio, he sufrido mucho". Al contrario que Purito. Empezó bien el catalán, hasta que, entre las curvas de Pal, ésas que tan bien conoce, al milímetro, pues entrena por aquí día tras día, se topó con la aparición inesperada, la odiada. El tío del mazo. "Me he cebado con Ezequiel y al final me ha sacado de punto". Hachazo al cuerpo. "He pecado de exceso de confianza y luego no podía más", dijo el catalán. No pudo ni ver a Anton cuando le adelantó, recuperado, "ha pasado muy rápido". Camino del inevitable, del no querer pero poder. Del no ser capaz de despreciar un premio gordo, la lotería de la meta.
A por él apostaba, con boletos a mansalva, mano recubierta de papelajos Mosquera mientras pedaleaba sin cesar para soltar a Nibali. Lo consiguió, expirante el italiano se dejó caer. Otro más a su ritmo ante la criba gallega. Así, solo y viéndose ya ganador. Ya. Por fin después de Fuentes de Invierno y aquel rifi-rafe con Contador, de Sierra Nevada y Moncoutie superándole, de la sanción por el botellín, después de todo eso ni miraba ya para atrás. Para qué. Ni le hizo falta para ver cómo llegaba y le trituraba Anton. Un agarre a la rueda del ciclista del Xacobeo de un mísero minuto agotador para marcharse, y sumirle en la expiración cuando se marchaba, sin buscarlo y sumido en "un mal día", dijo después el ya líder para fundir a Mosquera en una distancia corta, la que más se sufre, agónica muerte en vida del que ve cómo se le escapa ese deseo sin poder hacer nada, en unos metros cortos pero insalvables, los que contó Anton para llegar a la cima de Pal, en bici, nada de esquís, ni funiculares y colocar las primeras diferencias serias de la Vuelta. 45 segundos con Nibali, un minuto y cuatro segundos con el emergente Tondo y uno y 17 con el alicaído Purito. Y todo sin querer.
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