Joaquim Rodríguez es un hombre que se aferra a los sueños. Siempre lo ha hecho. De atacar de ganar, de crecer. Y eso que es pequeño el catalán, una bomba racionada en metro sesenta y pocos, nada cautos, reservones menos. Pequeño que se deja notar. Que se mece por la dormidera en la que sume mente y cuerpo cada noche. Arde también entonces, siempre. Se evoca a sí mismo ganando la Vuelta, un sueño que hace un año cuando sus piernas no eran suyas, cuando su aliento no le pertenecía, cuando no se podía permitir hablar, pensar, discutir por llevar tatuado el nombre de su líder, Alejandro Valverde, el que fuera ganador después en Madrid y hundido después en el infierno de la descalificación, de la nada por la Unión Ciclista Internacional, era lejano, tanto que ni se avistaba evocar Purito con el más mínimo deseo del triunfo, ese reservado, un VIP para los grandes, el círculo de elegidos al que ahora se pelea con los porteros de discoteca por entrar. Lo tiene difícil Purito por diminuto ante guardavallas cuadrados que escrutan y racionan la entrada. Se lo ganó Quim en la Vuelta a base de méritos, quería acumularlos rápido y desgastó su ardor imparable, ni su director Claudio Cozzi podía parar tanta ansía a base de gritos en el coche. En el camino que llevó a la Vuelta desde Andalucía hasta Catalunya la inquietud, el afán y el deseo pudieron con su inteligencia, suma y colosal, excelsa en su minúsculo cuerpo.
Pero sobrevivió, y de rojo Purito hasta llegar a Pal. "El día en el que hemos cometido nuestro único error", admite Cozzi. "Estaba muy nervioso y quería hacerlo a la perfección". Ley de Murhy. Tanto conocerlo, tanto entrenar, arriba-abajo, abajo-arriba, tanto tiempo solo de preparación en altura para tallar durante el invierno un torso y una mente de líder despojado para acabar fallando. Lo arrastra Purito eso, eso y los excesos derrochados en la primera semana de carrera. Despilfarro total. Y ahora, Cotobello, cima inédita y guinda de etapa reina de la Vuelta lo paga. Tasa de importe barato, al menos de momento, porque el catalán regresa al podium, a los besos de las azafatas y las rosas rojas por medio minuto de ventaja, ridículo ante 46 llanos, mortíferos y demoníacos kilómetros de contrarreloj que le esperan para sucumbirle en los infiernos de la derrota antes de la pared de la Bola del Mundo, allí donde habitan los sueños de Purito. Dulce utopía la suya cuando cuenta dos minutos "siendo generosos para perder en Peñafiel y luego arriesgar al máximo en la Bola". Reveladora será ésta porque a Cotobello, Nibali, Mosquera y el catalán llegaron exhaustos.
Ritmo de Kreuziger
Ahogados algunos, como Mosquera por el calor. Es lucir el astro rey, pegar rayos de calor y asfixiarse. "Bastante con superar el día, podía haber perdido una minutada". Y aún así atacó, a un kilómetro porque pensó que "nada tenía que perder". Sabor de ciclismo antiguo el suyo, al que siguió la chispa ardiente de Joaquim mientras Nibali agonizaba, ojos llorosos en meta. "Me he mantenido tranquilo, contaba con perder el rojo. Cuando han atacado me he preocupado de gestionarme. 'Vaffanculo' a seguirles he pensado, en el sentido de no cebarme", decía a la vez de preguntar la diferencia con Purito. Con medio minuto le vale para reprenderle en la contrarreloj por no haberle atacado antes, a pie, cuando Kreuziger imprimía un boleto ganador a ritmo demoledor para su líder, a quien terminó matando también,. Se vio escrito en la cara del tiburón, reventado. Espolón en la trasera clavado, herido casi de muerte si hubieran querido. No lo desearon. A Nibali le basta con medio minuto. A Joaquim y Mosquera no. Tampoco un ataque a medio kilómetro de una ascensión inédita como la de Cotobello y sin arrancadas de los favoritos, sin apenas pruebas. Solo Mosquera, en ese olor añejo lo probó.
Regusto antiguo le puso también Mikel Nieve. Joven de mente antigua, paradojas. Se escapó con su compañero Txurruka cuando la fuga, la de Luisle, Oroz, Peterson, de Weert...ya estaba hecha. Aprovecharon Nieve y Txurruka el impulso para comenzar a ascender la Cobertoria a la par de encaramarse del infierno al que la caída y retirada de Anton, el hombre más fuerte, el ganador de todo pronóstico plausible de la Vuelta sumió al Euskaltel-Euskadi. Nevaba en el infierno aunque Mikel no lo sabía. Tuvo que llorar para corroborarlo, para saber que era real subido en el podium con Cotobello a sus pies y hasta un famoso, David Bisbal arropando su triunfo, su primero, su más grande como profesional.
Enlazó con la cabeza, con Juanjo Oroz y Luis León de camino, de paso mientras los favoritos, detrás a ritmo infernal se castigaban por la marcha de Roman Kreuziger. El checo dejó sin fuerzas a todos, hasta a su propio líder. Para entonces, Mikel Nieve ya lloraba en el podium al soltar a todos para ascender solo y por primera vez, como todos, la Cobertoria. Real lo del navarro. Utopía lo de Purito. Dos minutos dice para la crono. Con eso y la pared de la Bola del Mundo dice que le basta para, arriesgando al máximo, ganar la Vuelta. Nos queda soñar.
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