Fue bajar del avión directo desde Pisa, cerca, muy cerca de Pistoia, donde se refugia del frío inglés, donde ha moldeado su carácter reservado y avista una sonrisa jovial. Fue abrirse las puertas del avión, sentir el calor agobiante hasta la extrema unción en el cuerpo, coger la 'cabra', reunir a los ocho corredores y verlo. Presentirlo. Saberlo. "Me transmitían fuerza, seguridad mucha confianza. Y eso que era la primera vez que nos juntábamos con este bloque que traemos a la Vuelta". Eso era lo de menos. En cuanto les adivinó la mirada lozana Cavendish y los vio pedalear por los catorce kilómetros de recorrido de la crono el mismo miércoles que el sol sevillano atizaba su cabellera frío inglesa se lo dijo. "Chicos, esta crono la vamos a ganar".
Solo era cuestión de esperar a que pasaran los días. Que corrieran las horas. Que se hastiaran pedaladas desde la Maestranza, luz poderosa iluminada, el blanco Puente Triana, la peligrosa Castilla, el casco antiguo y sus adoquines y curvas cerradas, la trampa de la contrarreloj por equipos que dejaba a la majestuosa Torre del Oro reservada para el final, como los finales apoteósicos de las películas. Magistral. Es cierto que Sevilla tiene un color especial. Por el día el fuego de sol la abrasa. Por la noche brilla por sí sola. Mágica. Todo junto, millares de personas apostados ante la pantalla que se salía de su ser en las cunetas expectantes de ése final, el que tronó como premio al cobijo de las primeras etapas de esta prometedora Vuelta, el Andlaucía-Cajasur.
Para entonces, Cavendish llevaba más de media hora sentado en la trastienda del podium. Le tocaba antidoping. Y encima había marcado el mejor tiempo. Por eso, por tantas cosas acumuladas cogió la silla y apostó sus piernas frente al televisor mientras los equipos pasaban. Había marcado un tope, el de las doce menos veinte de la noche. A esa hora calculó Cavendish, llegaría la locomotora humana de Cancellara con sus vagones, los ocho hombres que arrastraba a su peso y responsabilidad. No carburaban. No caminaban. Como toro embravecido bramía el suizo al entrar en el autobús. Ni una sola mirada entre los nueve. Ni un solo comentario hasta cruzar la puerta de la intimidad. "Frank está enfadado, eso es que viene a disputar", dicen los auxiliares de su equipo. El resultado, el pobre tercero a 12 segundos del HTC-Columbia no valía de nada. Solo para enrabietarse. Orgullo herido. La promesa se cumplía. Palabra de Mark.
El 'bad boy' que llora. Que se emociona. Que sonríe incluso cuando todavía no sabe lo que depara la suerte, esquiva a veces, como en el Tour hasta que llegara el estreno y la explosión de las lágrimas. Rodada después, cinco veces. Y otra más. Cruzada la línea de la muerte el Saxo Bank, con el Liquigas agonizando por diez segundos claudicantes, Mark liberó presiones. Ya había motivado a sus chicos como él quería. Ya estaba ganada. Una nube de periodistas lo aclamaba y acudió, sonriente. Que para algo había ganado. Pero no perdía la mirada, un ojo delante y otro detrás, a la pantalla. Cuando cruzó la meta el Rabobank de Menchov. Nada, 36 segundos. Cuando lo hizo también el Cervelo, eliminados por 13 segundos. Hasta con el Andalucía-Cajasur, segundos por la cola, giró la mirada. Por si acaso. Pero ya no había remedio. Nadie se lo pudo poner.
Tampoco el Caisse d'epargne. Fiasco para los de Eusebio Unzué que no rodaron conectados. Las redes aún no están disponibles, se van construyendo la línea de Movistar. De momento, sin conexión. Rodando casi a la perfección, de libro, saltaron al romántico escenario sevillano. De la plaza de toros de las Maestranza primero Bruseghin y después Luisle, para el relevo grande. Seguido, Rubén Plaza apostaba, el segundo contrarrelojista, a la zancada que metía a los hombres de negro en los adoquines de la Calle Castilla. Allí se perdieron. Desenchufados.
"Vaya cagada", masculló Luisle, sudor todavía brillante, porque los 42 grados no descendieron ni cuando el sol se escondió y la iluminación ecológica fogueó el camino desde la plaza de toros hasta la Torre del Oro. El final mágico. El esperado. El del estreno de un maillot, el rojo, y la consecución de una promesa. "Este jersey lleva escrito el nombre de mis ocho compañeros, no el mío", dijo Mark. Ésta crono ya la había ganado.
PINCHA AQUI PARA VER LAS FOTOS DE LA VUELTA A ESPAÑA
Debate sobre la Vuelta en nuestro foro