Más allá de París y de Niza

Institucionalizada hace tiempo como primera gran cita por etapas del continente europeo, la París-Niza ha cumplido este año ochenta y un ediciones desde su nacimiento en 1933 bajo el nombre de 'Seis días de la ruta'. Le seguirían por un breve periodo tras la Segunda Guerra Mundial el de 'París-Costa Azul' y, a partir de 1954, adoptaría su denominación actual con la promoción de la zona noble del Mediterráneo galo como principal objetivo. Al margen de las típicas vueltas a países presentes en cualquier división del calendario UCI, ninguna prueba de varios días tiene, como ella, la cualidad de abarcar en su trazado un ámbito tan grande de territorio. Este es habitualmente superior a setecientos kilómetros en línea recta entre las zonas de arranque y llegada, pero en ocasiones se marcha por encima de los ochocientos, y puntualmente ha llegado incluso a sobrepasar el millar como veremos. Ahora que las tres grandes rondas han normalizado esta clase de cuestiones, llaman menos la atención las vueltas de tuerca que esta prueba dio en momentos pasados al diseño de su recorrido. Por motivos que saltan a la vista y se van más allá de lo deportivo, visitó países aparentemente poco identificables con ella como Bélgica o Italia, e incluso, en el más difícil todavía y sin que supusiese un parón en su ritmo normal del calendario de etapas, realizó varios viajes a Córcega. A la isla más grande de la Francia mediterránea se acercó la carrera en tres ocasiones en los años sesenta. Con una etapa en 1960, y tres en el 64 y el 66, la organización aprovechó su quebrada orografía para añadir montaña al menú de la época, más limitado que en la actualidad por las contingencias meteorológicas de entonces en los Alpes Marítimos, menos soleados y despejados de cómo los vemos actualmente. En el caso belga, la salida fue desde el municipio de Mouscron, fronterizo con Francia y famoso por tener como vecinos más ilustres a Frank Vandenbroucke y a su tío Jean Luc, un gran rodador y especialista en prólogos al que sus paisanos quisieron ver triunfar en casa organizando la salida del año 1982. El circuito de aquel prólogo, sin embargo, le resultaría inadecuado por excesivamente revirado y acabó con él en el suelo y sin opciones tanto para ese día, como para la general, donde todavía pudo ser tercero. Pero nada de lo anterior se puede comparar al megalómano espíritu de la edición organizada en 1959, cuando tras llegar a Niza la carrera continuó visitando sucesivamente Ventimiglia, Chiavari, Florencia, Pisa y acabó en Roma tras once etapas donde se entregó el triunfo tanto al ganador absoluto, como a los mejores en los parciales entre París y Niza y entre Niza y Roma. Pese a su originalidad, la idea encontró una fuerte contestación por su elevada longitud y duración, casi dos mil kilómetros en once jornadas, y terminó aparcada doce meses después.

Más allá de París y de Niza

Al margen de las típicas vueltas a países presentes en cualquier división del calendario UCI, ninguna prueba de varios días tiene, como la París-Niza, la cualidad de abarcar en su trazado un ámbito tan grande de territorio.

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