La historia reciente de los arranques del Tour de Francia -Grand Départ como se les conoce comúnmente- está indisolublemente vinculada a grandes urbes o administraciones regionales con potencial para financiar un evento cuyo coste se ha disparado a cantidades de siete u ocho dígitos, y para el que es necesario un esfuerzo logístico que imposibilita pensar en escenarios de menor escala como los que se utilizaban en otros momentos. Fruto del impulso de Guy Merlin, un afamado promotor inmobiliario de la época en Francia, la prueba vivió en 1976 una de sus salidas más alejadas de los estándares actuales. En aquella edición, la última hasta hoy con triunfo final para un belga, la sede del prólogo de ocho kilómetros que venció Freddy Maertens no fue una población, un accidente geográfico o una atracción distinguible al uso, sino un complejo vacacional a orillas del Océano Atlántico denominado Merlin Plage. Se ubicaba en Saint-Hilaire-de-Riez, localidad costera de apenas cinco mil habitantes que no tuvo que desembolsar ni un franco de la época, ni en esa, ni en las otras tres ocasiones en que la carrera tuvo una meta allí. El señor Merlin, vinculado al ciclismo tanto antes como después por la vía de los patrocinios de challenges y pruebas profesionales, e incluso de un efímero equipo de primer nivel con Cyrille Guimard a la cabeza, encontró en este deporte el vehículo ideal para la promoción de sus productos inmobiliarios, en el que continuaría por espacio de más de una década, hasta 1988, momento en que la mundialización de la carrera se tornaba imparable y le acabó dejando fuera de la partida frente a las multinacionales y otras empresas galas de mayor peso. Aquel año de la victoria de Pedro Delgado, el último de la firma en el Tour, todavía era posible distinguir su logo en los vallados de las llegadas indicando los metros restantes sobre un llamativo fondo de tonos fluorescentes. Al segoviano, así como a anteriores ganadores absolutos de la talla de Hinault, Fignon, Lemond o Thévenet, les regalaría un apartamento de alguna de sus promociones, aunque como se reconocía con alivio desde la propia firma, muchos de ellos acabaron olvidando reclamar su obsequio, y estos terminaron en otras manos. La carrera nunca volvería tras ese arranque de 1976 a Merlin Plage, un icono vacacional entre las clases populares de la Francia de la época. La urbanización sigue en pie con el aura de decadencia tan común a muchas urbanizaciones playeras de los setenta, y la firma Merlin, camuflada ahora bajo el nombre de Top Loisirs y dirigida por una de las hijas de su creador, ha puesto su ojo en zonas más glamurosas como los Alpes o la Costa Azul, sin que se le hayan conocido nuevos vínculos con el ciclismo. El penúltimo, poco antes de su marcha del Tour de Francia, pudo haber sido el copatrocinio del Reynolds de entonces, que con los años devino en el actual Movistar Team. La noticia llegó a publicarse en el propio L'Équipe y hablaba del alumbramiento para 1987 de un Reynolds-Merlin que, como ya sabemos, finalmente terminaría frustrándose, cosa que no sucedió con la continuidad del equipo, todavía en activo treinta y cinco años después.