París-Roubaix: tres décadas del doblete que coronó a Duclos-Lassalle

Tan sólo 11 de los 88 ganadores de la París-Roubaix desde su primera edición en 1896 han conseguido hacerlo consecutivamente en dos o más ediciones: Lapize y Moser en tres ocasiones, y Garin, Lesna, Aucouturier, Rebry, Claes, Van Looy, De Vlaeminck, Duclos-Lassalle y Boonen en dos, integran una restringida lista a la que el ciclismo de los tiempos recientes parece empeñado en dificultar aún más si cabe el acceso. En las últimas tres décadas, pese a que en su transcurso han competido y ganado sobre el pavés campeones de la talla de Ballerini, Museeuw o Cancellara, sólo los referidos Duclos-Lassalle y Boonen han logrado la hazaña de revalidar laureles en el velódromo de la localidad nordista. En el caso del galo, además este doblete llegaba en el tercio final de su longeva carrera en la máxima categoría, prolongada por espacio de 19 temporadas entre 1977 y 1995. LA PROMESA CUMPLIDA En la tarde previa a la disputa de la edición del año 1992, Duclos-Lassalle prometía como regalo de despedida a Roger Zannier, director general de la empresa Z que al final de la temporada abandonaría el patrocinio de su equipo, el ramo de flores de vencedor de una prueba a la que llegaba en una condición óptima, después de disputar la Vuelta al País Vasco como inusual camino de preparación. La búsqueda de condiciones de competición similares a las de los años de sus mejores actuaciones previas sobre los adoquines hasta entonces, 1980 y 1983, motivaron su presencia en las carreteras vascas, saldada con una mejora en el rendimiento y las sensaciones plasmada en el ofrecimiento a su patrón. Sin un favorito claro por encima del resto en un momento en que la prueba andaba a la búsqueda de un nuevo patrón, aquella París-Roubaix estuvo marcada por un fuerte viento favorable que lanzó la prueba desde muy pronto, y del que el propio Gibus -como se le conocía en el mundillo- sabría aprovecharse. Escapado desde el paso por el bosque de Arenberg en compañía de Jean-Paul van Poppel, neutralizó en su compañía a los diversos grupos de destacados hasta componer ambos un cuarteto cabecero junto al belga Van Slycke, actual director del Alpecin- Deceuninck, y Thomas Wegmuller, segundo en el Tour de Flandes una semana antes. Maestro de los adoquines. Su dominio del terreno y un carácter irreductible le permitieron brillar donde otros se asustaban. El cuarteto mutó a terceto tras la baja de Wegmuller, descolgado después de su generoso esfuerzo en la fuga, e instantes después asistió al ataque en solitario de Duclos, quien desconfió de la actitud de sus dos acompañantes y decidió cubrir en solitario los cuarenta kilómetros que faltaban hasta el velódromo de Roubaix. Por detrás, en el grupo de los favoritos reinaba el descontrol y la vigilancia, con numerosos demarrajes que en muchas ocasiones fueron neutralizados por los integrantes del Z allí presentes, entre los que se encontraba el mismísimo Greg Lemond. Sólo Olaf Ludwig conseguiría destacarse en el Carrefour de l'Arbre, y lo haría sin tiempo ni espacio para neutralizar la ventaja acumulada por Duclos-Lassalle, ganador al fin en su duodécima presencia, y utilizando una de aquellas efímeras horquillas delanteras que se vieron durante el tercio central de esta década. El ramo de flores del podio, por cierto, terminó en las manos de Roger Zannier como quedó prometido. INESPERADA REVÁLIDA A la temporada siguiente, ya con los colores del nuevo GAN, repetiría paso previo por la Vuelta al País Vasco y se presentó en la salida de Compiègne después de sufrir en las horas previas numerosos problemas y cambios de cadena, horquilla y sillín en su bicicleta, que perturbaron su descanso pero no supondrían a la hora de la verdad ningún problema añadido. La llegada del pavés, no obstante, le comportó dificultades en forma de caída y pinchazo en el primer sector, al que se añadió la hecatombe colectiva de sus compañeros de los que sólo uno, Francis Moreau, aguantó delante sin incidencias. Pese a quedar fuera de una primera avanzadilla de doce favoritos con la que llegó a perder más de un minuto al paso por el Arenberg, a ochenta kilómetros del velódromo acabó regresando al grupo de cabeza de carrera donde los GB-MG eran mayoría y Franco Ballerini su más que probable primera opción, a quien decidió soldarse a rueda cuando lanzó su ofensiva a treinta kilómetros de meta. Un sprint icónico. En 1993, Gilbert Duclos-Lassalle se las arregló para superar a Franco Ballerini en el mítico velódromo de Roubaix Víctima de la absoluta confianza en sus fuerzas, el italiano se mostraría excesivamente generoso en el tramo final y en el sprint de Roubaix perdió por escasos centímetros, sufriendo una enorme decepción de la que se resarciría con sus victorias de 1995 y 1998. El turno para el doblete le llegaba a Duclos-Lassalle, a quien por error desde el equipo se le proporcionaba una gorra con la inscripción de GAN al revés. Con ella pasó a la posteridad como uno de los reyes del pavé. Pavé por encima de todo Siete veces entre los diez mejores Frente a su querencia y dedicación por la París- Roubaix, se da la casual circunstancia de que Gilbert Duclos-Lassalle, nació y residió -y sigue residiendo- en uno de los departamentos de la Francia continental más alejados del territorio de su disputa, el de los Pirineos Atlánticos, al sur del país y colindante con el País Vasco, Navarra y Aragón. En 1978, durante su segunda temporada como profesional, y sin apenas experiencia previa en las clásicas más allá de la Gante-Wevelgem o las kermesses belgas a las que su director de la época mandaba a los corredores a modo de castigo, debutó en medio de la indiferencia generalizada entre el resto de sus compañeros de entonces en el equipo Peugeot. Después de concluir 28º en esa, pero dentro del control y esquivando el temido cierre de puertas, volvió y progresó rápidamente, siendo segundo tras Francesco Moser dos años después, y repitiendo posición en 1983 superado por Hennie Kuiper en una edición donde sus desencuentros con el italiano en la escapada que formaron le alejó de un más que probable estreno. Con el tiempo, y al margen de sus dos victorias, acabó consiguiendo también un cuarto, un sexto y un noveno, finalizando 19º en 1995, la temporada de su despedida. Duclos Lasalle junto a Francesco Moser en una edición de la París-Roubaix. Pero más allá de los recuerdos de la gran clásica, la mayoría positivos, tuvo otro sonado encuentro con este terreno que se convertiría en uno de los momentos más agrios de su carrera: la duodécima etapa del Tour de Francia de 1981 con final en Roubaix y paso por varios sectores de adoquinado. Se clasificó segundo, llegando escapado al velódromo en compañía del portugués Joaquim Agostinho y del belga Willems, quien le ganó al sprint después de que la correa de su calapié derecho se rompiese a pocos metros de la meta. Nunca en su trayectoria estuvo tan cerca de ganar en la Grande Boucle, y aunque en el recuerdo de muchos quede su segunda plaza tras Cubino en la cima Luz Ardiden en 1988, lo hizo a más de seis minutos del bejarano, alejado de toda posibilidad de éxito.

París-Roubaix: tres décadas del doblete que coronó a Duclos-Lassalle

A los treinta y ocho años, y tras diecisiete en el pelotón profesional, el corredor francés firmó un registro al alcance de muy pocos en la reina de las clásicas, que el próximo domingo celebrará su 120ª edición.

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