No hace falta teorizar demasiado a estas alturas sobre el efecto que el paso por el Tour de Francia puede tener en la trayectoria de un ciclista. Su carrera deportiva puede quedar marcada por el amplificador que representa cualquier prestación lograda, pero también por las vivencias que escapen a lo convencional, en un escenario donde el más mínimo detalle es altamente susceptible de ser captado y contado a los cuatro vientos.
Peter Farazijn, un belga que participó en ocho ocasiones, podría ser recordado por acabar como farolillo rojo de la primera, en mil novecientos noventa y tres, o muchas otras actuaciones, pero una concatenación de casualidades acabaron provocando que su paso por el Tour, e incluso por este deporte, quedasen marcados para siempre por su atropellada aparición en la última, en dos mil cuatro, cuando tuvo la simbólica condición de reserva en el Cofidis hasta escasas horas del arranque definitivo de la Grande Boucle.
En las horas previas al comienzo, y mientras reconocía el trazado del prólogo de Lieja, su compañero Matthew White tropezaba con un pasacables y caía fracturándose la clavícula. El corredor australiano dejaba en una comprometida situación a su equipo, cuyos rectores, tirando de lógica y aprovechando también la laxitud normativa, decidían avisar de inmediato al propio Farazijn para que se acercara a competir desde Ypres, su localidad de residencia. Los doscientos cincuenta kilómetros de trayecto desde allí hasta la capital valona parecían una distancia "salvable" como para pensar en contar con él en la rampa de salida, aunque esa mañana se encontrara viendo un rally tras pasar la noche en un karaoke sin pensar que finalmente iba a estar en la vuelta por etapas más importante del calendario.
"Esa mañana estaba resacoso y decidí no salir a rodar en bicicleta. Me fui con mi hijo y poco después vi que tenía una llamada perdida del equipo. Era Francis Van Londersele, el jefe, y cuando logré hablar con él me estaba pidiendo que ¡saliese disparado hacia Lieja para participar en el Tour!", contaba. Ajustado su horario de salida a lo más tarde posible, y conducido por su esposa a velocidades prohibitivas por las autovías belgas, Farazijn consiguió ser de la partida con la bicicleta de White, y con los días le cogería el tono a una competición que concluyó y que irremediablemente le marcaría para los restos.
Años antes ya había sido un héroe local paseado por su localidad sobre un carruaje tras concluir el Tour de Francia de mil novecientos noventa y siete como mejor belga a más de dos horas de Jan Ullrich, pero en Lieja la prensa de todos los países del mundo se agolpaba a su alrededor para escuchar semejante historia. Su jornada se saldó con una discreta prestación deportiva, aunque al menos pudo escapar de la última posición por veintiséis segundos. Transcurridos veinte años, muchos le reconocen en su trabajo actual como chófer de autobús y hablan con él de su pasado deportivo junto a tantas figuras del ciclismo flamenco y mundial. "Pero siempre acabamos volviendo a esto", admite divertido.