El final de junio, desde hace tiempo tradicional fecha de disputa de los campeonatos nacionales en la mayoría de países, seguramente sea el momento más idóneo para rememorar algunas de las historias más curiosas que el ciclismo guarda en relación con las procedencias de sus esforzados protagonistas. El guión no siempre se ajusta al vínculo habitual entre el corredor y el país, y son varios los casos donde los cambios o vaivenes de nacionalidad acabaron siendo tanto o más recordados que las prestaciones deportivas. Un ejemplo ilustrativo acaecido en la década de los ochenta fue Jan Koba, originario de Michalovce en la antigua parte eslovaca de Checoslovaquia. Como amateur era uno de los más destacados en su país, algo que le valía para ser parte habitual del combinado nacional y poder visitar y descubrir en las competiciones las bondades de la Europa occidental de la época. Después de disputar un Giro de las Regiones en Italia con sólo veinte años, al regresar a casa su cabeza le dijo basta a su vida de entonces y decidió planear una fuga que acabaría concretando poco tiempo después, tras otro desplazamiento a Italia. Koba huiría aprovechando una parada efectuada en suelo suizo de vuelta del Giro de los Abruzzos. Se escondió del resto de sus compañeros y del cuerpo técnico para escaparse hacia lo desconocido, obteniendo al poco el estatuto de refugiado político en el país helvético, en el que se pudo ganar la vida compitiendo en aficionados. Su nivel y triunfos llamaron la atención del Peugeot francés, con el que accedería en 1986 a profesionales sin haber concluido todavía los trámites de obtención de su nueva nacionalidad. Pasó con estatuto de apátrida y se mantuvo al más alto nivel durante dos temporadas, tras las que acabaría recalificándose al no ser renovado. Poco después se convertiría en ciudadano de Suiza a todos los efectos y allí sigue residiendo, en el cantón de San Galo, dedicado a la fabricación y a la venta de bicicletas que llevan su apellido por marca. Más enrevesada resultaría la historia vivida mucho antes por Paul Neri, nombre adoptado por el italiano Paolo Faldutto en Francia, tras llegar procedente de Reggio Calabria junto a su familia. Después de proclamarse campeón nacional de su país de acogida en 1947 y aparecer en prensa como originario de Istres -localidad próxima a Marsella-, acabaría siendo desposeído del galardón al prosperar la reclamación interpuesta por el equipo Mercier, finalmente vencedor con su ciclista Émile Idée. Hasta su triunfo en esa carrera y nueve años después de haber sido tramitada su primera licencia federativa, nunca había trascendido para nadie que continuaba siendo ciudadano de Italia y no tenía la nacionalidad gala. La crónica de aquel curioso desliz, en un país que en esos momentos trataba de recomponerse de los efectos de su segundo gran conflicto armado del siglo, queda redondeada al comprobar cómo el propio Neri ya había sido campeón galo de aficionados en 1942, título que en cambio se le mantuvo, ya que nunca fue borrado del palmarés de la prueba.