Nada, una premonición. Simple y llana. Un aviso. "Yo gano hasta los sprints cuando nada importan", avisó Mark Cavendish en Gap, punto y seguido del Tour en el día que toda Francia se echó a la calle a festejar la fiesta del país. El orgullo nacional. Cohetes y fuegos artificiales. Globos. Rojho, azul y blanco. Y fiesta, todo cerrado, todos de descanso. Hasta el pelotón del Tour se lo tomó así para llegar a Gap calmado. Alargó las vacaciones un día más, otro día de sopor que espanta, evasivo al público de masas del espectáculo del ciclismo. Otro día, otro más, de esquiva emoción, efímera exhibición. 185 kilómetros de paseo sobre el sol y las cigarras. Sobre el insoportable calor y las pedaladas lentas, eternas para ser testigo el Tour de los de siempre, del regreso confirmado, de lo que se esperaba: otra victoria de Cavendish, otro recital de su equipo, el HTC-Columbia, el equipo conectado con el cielo que colma de victorias pero que se queda sin un ángel, las otras dos piernas de Cavendish, su extensión: Renshaw. Por ser, son hasta iguales en el nombre. Los dos Mark's. Uno el lanzador, la cabeza que piensa y desarrolla la táctica. Que despliega, perverso y sin bondad alguna las llegadas. Un huracán amoldado. Un asesino a sueldo en toda regla. A Renshaw le extienden un talón cada mes, afila el cuchillo, carga las balas y listo. A matar. Por y para quien sea. No le importa. Bien para Cavendish, su amigo y confesor, su gran jefe, el mejor de sus clientes, o para André Greipel, el otro brazo ejecutor, marginado pero no menos poderoso, no menos letal en la arrancada de bíceps tozudo y musculado, veloz y raudo. “Los dos son muy buenos", dice Renshaw sin dudar. No puede quejarse de ninguno de sus patriarcas. Son parroquianos asiduos ambos que se pegan a su rueda, la del matador que les deja en balde el paseillo triunfante hasta la meta, "Greipel tiene más cabeza, es más inteligente pero Mark...". Define Renshaw a su tocallo así: Cavendish es un loco. "Es que no le tengo que decir nada, sale como loco y en un instante". Compenetración perfecta. Benitez, Auge y Geslin escapados Su ángel y guía espiritual. En lo bueno y en lo malo. Renshaw le acompañó en sus noches interminables y las jornadas fatigosas de tortura en las que Cavendish no mojaba. Siempre lo ha hecho. En lo bueno y en lo malo. En la saludo y en la enfermedad. Siempre ahí, primero, cincuenta metros apostantes en los sprints, delante. Después detrás, para verle levantar los brazos, ganar, colmar la otra mitad de la victoria que le pertenece a él. Ahora, camino de París, a Cavendish le tocará hacer ese trayecto solo, sin ángel que le ilumine, sin su gregario más brillante por culpa de los cabezazos becerriles que Renshaw le dio, fruto de los nervios y la impaciencia, en los últimos metros del la undécima etapa del Tour de Francia, la segunda en la que el pelotón se tomó su particular fiesta nacional. De perfil llano, interminable recta, que no podía acabar de otra forma que con la victoria, el hat trick del chico de Man. Ya no llora Cavendish,. Ya se ha vuelto a acostumbrar a ganar. Pero ahora tendrá que saber llegar hasta la capital francesa sin Mark Renshaw. Fue culpa de un apresurado golpe de rabia de Renshaw. El dueño y señor de las lanzaderas, el hombre-cañón por excelencia. Ese es su terreno. Rey de la mecha que enciende a la bomba de su sprinter. Otro monarca. No le gusta que ningún okupa se cuele en su casa. Se atrevió Julian Dean a hacerlo cuando la guerra entre el Sky, trabajando azarosos para Boasson Hagen, el propio Garmin de Farrar y el HTC-Columbia más el Lampre de Petacchi se pelearan en los últimos kilómetros para imponer su dominio en la llegada. Para entonces, ocho kilómetros vista hacia el final, José Alberto Benítez, Stephane Augé y Anthony Geslin, los tres protagonistas de la etapa desde el inicio con su escapada ya habían sido neutralizados. Para entonces también Chavanel, el valiente e incansable, con Popovych acechante a su caníbal rueda también habían sido devueltos a la calma tras su intento suicida. Cabezazos a Dean Para entonces también el Saxo Bank había dejado descansar a Cancellara, a Voigt y a Fuglsang en la tarea de escoltar a su estrella amarilla Andy Schleck. Brillaba entre gotas de sudor y litros de agua, todos los que corrieron por el pelotón en otra jornada de extenuante calor. Contador a su rueda, sin prisa. Calculador. Los hombres de la general y sus escuadras se apartaron, ley ciclista no escrita. Los sprinters aparecieron y con ellos los nervios, la impaciencia. Adiós a la calma. Fin de la tregua. Pasó sin problemas Mark Cavendish, perfecta colocación y suma pedalada que se sabía ganadora. Superior. No necesitó nada, ni siquiera la lanzadera de Renshaw esta vez. Confianza recuperada. Pero el cañón detonó por sí solo, error. Uno, dos, tres cabezazos contra Julian Dean que no veía nada, ni la delantera, ni al animal que le corneaba ni a su sprinter Farrar, totalmente eliminado por ley natural, porque Petacchi y Cavendish eran más rápidos. Un toro salido del ruedo Renshaw. Cavendish ni se acercó. Lanzó la llegada por sí solo, desde lejos. Nadie pudo con él por tercera vez en este Tour. Nueve en apenas dos años. Al cruzar la meta y repartir sus clásicos abrazos a lo compañeros calmó a Renshaw. Objetivo cumplido sin necesidad de embestidas. Después se enteró de que el Tour le dejaba sin su ángel de la guardia que se había convertido en animal salvaje. Esos en carrera no se admiten. Hasta París, a Cavendish le tocará ponerse su traje de luces, coger el capote y hacer sus corridas solo, sin ángel de la guardia. Que el Tour no quiere toros en su ruedo. PINCHA AQUI PARA VER LAS FOTOS DEL TOUR DE FRANCIA
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Tour 2010.11ºetapa: Cavendish se queda sin su ángel de la guarda
Sumó su tercera victoria merced a un sprint de poderío y superioridad que mandó a su lanzador Mark Renshaw a casa por darle varios cabezazos a Julian Dean en plena 'volata'
