Tour 2010. 19º etapa: El reloj elige a Alberto

Crono de infarto en la que Andy Schleck rozó por dos segundos el amarillo pero Contador terminó imponiéndose en la parte final. Menchov se mostró intratable y nada pudo hacer Samuel Sánchez para aguantar la tercera plaza del podium

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Tour 2010. 19º etapa: El reloj elige a Alberto
Tour 2010. 19º etapa: El reloj elige a Alberto

Si a 18 kilómetros de una salida fugaz, fulgurante y meteórica, como un rayo, en las piernas te dicen que tu rival y a la vez amigo, ése al que se perdonó en Spa, al que no se esperó por su desencadenamiento en Balés pero que luego, corazón reblandecido, se le cede una victoria tan mítica como la del Tourmalet, si con menos de 20 de 52 que consta el día que acumula, mortífero 3300 desde la lejana Rotterdam, el pinganillo chirría, grita una voz tanto que no se necesitan auriculares anunciando la fatalidad. Es la voz de Faustino Muñoz, el mecánico, el artista de las ruedas y los radios, del cuadro, de que la cadena no se salga, de que todo vaya en el sitio que debe en la bicicleta de Alberto Contador. Es también la banda sonora de la contrarreloj de Pauillac. La decisiva lucha, la verdadera. Todo un Tour esperando a la batalla. Tres semanas pendientes de los ataques y de la montaña, pero al final quien manda, quien juzga y quien atrona, quien decide es el reloj. El encarnizado grito de Faustino es revelador. Exasperante grita, con todo lo que tiene. "¡A tope Alberto, hay que darlo todo!". Alberto lo sabe, no hace falta que se lo diga nadie. Más cuando milésimas de segundo antes le habían dicho que Andy Schleck, el rival y amigo por el que esperó para entrar en las termas de Spa, al que enseñó su vena más ambiciosa en el descenso del Balés y al mismo que cedió el triunfo le está superando en cinco segundos en la contrarreloj y destgiñe a cada paso más el amarillo que ya creía suyo Alberto. "¡Hay que apretar!" se desgañita Faustino desde el coche que sigue a Contador.


Era la crono de las prueba a uno mismo. De hasta dónde puede llegar un cuerpo pulido hasta el límite en dos enjutos cuerpos que caben, por tan desmesuradamente finos, en solo ocho segundos. El Tour de la amistad no se podía jugar con batallas en base a ataques o triquiñuelas, a jugarretas sucias. No. Ni las piedras de Arenberg -qué lejanas ya-, ni la cadena del Balés ni el descenso a tumba abierta hasta Luchon. Tampoco el Tourmalet y su misticismo. Su leyenda. No. Este Tour abre otra leyenda. Otra fábula con dos narradores: Contador y Andy. Y el reloj. Las manecillas iban a dictar la sentencia. Que decidan ellas. Se decantaron del lado del madrileño no con gracilidad, la esperada. Con pelea y vacío extremo. Corazón en un puño y gritos. Hubo de todo. Gritos que ensordecen los nervios, que disimulan que el órgano vital está a punto de salirse de su órbita. Ataques de pánico. Esos los guardan las personas, como Faustino, del entero de Contador. Lo suyo es la madurez y la calma. Ni siquiera se dio una vuelta por los 52 kilómetros que separaban Burdeos de Pauillac. Los mismos que abrían la grieta decisiva, la última por superar para hacerse con su tercer Tour. Prefirió descansar, alargar las horas de sueño. No las cumplió tampoco mecido en los brazos de Morfeo Contador. "No he dormido nada bien esta noche". Estaba nervioso, algo le aplacaba el espíritu.


Otra exhibición de Cancellara

Así hasta las 16:02 de la tarde, largo día. También lo fue para Cancellara, que después de marcar el mejor tiempo se sentó, más de dos horas allí, refrescando sus piernas espartanas para recoger las flores que se sabían suyas, ya llevaban su nombre inscrito, el de la superioridad hecha palabra. El rey de la crono. Disfrutó de asiento de primera fila para ver el duelo entre su compañero y casi hijo adoptado Andy Schleck y Contador. Y sufrió. Sufrió como Alberto nunca lo había hecho en su vida. El impulso de la rampa le dio al madrileño una chispa inigualable. Demoledor trazó los primeros kilómetros mientras Andy, más pausado, encontraba su ritmo a base de fuerza y cadencia constante. Contador, el vehemente. Contador, el fogoso. Contador, el inquieto por llegar a París buscaba en el ruido de sus pedales la revelación que todo el mundo le había hecho. Que todos, hasta él sabían o creían cierta y daban por válida. Que una crono con ocho segundos de ventaja para ganar el Tour respecto a Andy Schleck, el otrora pésimo croner era pan comido. Pero no. Los gritos de Faustino pronto se lo dijeron. Bastó la primera referencia: Dos segundos mejor Andy que Alberto.


Y sufrió Alberto buscando la posición que no acertaba. Atrás y adelante en el sillín. Ha llegado con una masa corporal tan reducida, un chasis de huesos tan visible, que no se adaptaba al sillín. Revoloteaba un manojo de nervios en la cabeza. El culo resbalaba. Atrás adelante. Más claro encontró revelador en las manecillas, pronto, demasiado pronto, la desilusión Samuel Sánchez de que la tercera plaza del podium se quedaría en una quimera, un sueño imposible camino de París. En esa peregrinación jacobea Menchov se salió poderoso. Fue el único de los hombres de la general en acabar entre los quince primeros. Los demás, Contador, Andy y Samuel ni siquiera olieron el top20. Las fuerzas, que renquean en el penúltimo día, ya se sabe. No se guarda nada para el final. Y de esa nada hay que sacar para exprimirlo en la contrarreloj que iba a decidir el Tour del fair play. Y mientras Menchov ponía tierra de por medio, Andy Schleck seguía su camino de los cálculos. Resta a cada pedalada. Una dentellada más de emoción. Le cantaban también a él, más grácil y con ilusión. A cinco segundos de ganar el Tour. A cuatro. A dos. De infarto.


Andy, a dos segundos

Ya lo prometió el luxemburgués. "Hasta caerme de la bicicleta voy a luchar". Casi. En el mismo vocablo quedó reducida su espejismo. En un lamento, porque quedaban aúnmás de 30 kilómetros por delante. Los de echar el resto. Los de la fuerza bruta, innata en cada uno. Ahí no vale nada más que el instinto. Se acaba imponiendo, como lo hizo Contador. Por ley natural. El reloj, que nunca engaña, volvió a decir la verdad. Empezó a aumentar en el segundero de Andy Schleck mientras Contador exprimía desde el vacío. De seis segundos en el kilómetro 36 castigó al luxemburgués súbito, como puñalada seca y rápida, con 17 en menos de una decena de kilómetros. Seguía gritando Faustino pero su corazón latía ya más ordenado, más calmado. Seguía subiendo el Contador de Alberto. 23, 26...Ya estaba casi hecho. Pero por si acaso esprintó en meta el madrileño, incluso después de rebasada la línea que le decía que ya había ganado el Tour de Francia. Siguió, no paró, por si las moscas. Pero ya estaba. Medio minuto con Andy Schleck en la etapa y 39 segundos de diferencia final en la crono.


Los mismos, casualidades, que le metió Alberto en Luchon, cuando decidió no esperar a su amigo. Tenías un Tour que ganar. El resto era todo paseo. Por eso podía dejarle ganar en el Tourmalet, premio de consolación. De cesión del caballero al príncipe derrotado. Todos gritaron, todos tenían el corazón en un puño. Él no. Ni el órgano vital estaba ya en los adentros de Contador. Vacío. Así subió al podium, a recibir el maillot amarillo entre lágrimas emocionadas del que sabe que lo ha dado todo, que s eha dejado todo. No podía ni levantar los brazos el chaval. Cuando le ajustaron la casaca ni se inmutó y los besos a las azafatas los tiró sin fuerza. No la tenía. Se había quebrado con el reloj y un infarto. El suyo no, que siempre mantuvo la sosiego sabiendo que así, despedazando su cuerpo frente a las manecillas del reloj iba a acabar siendo el rey. El elegido del Tour.



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