Tour 2010.2º etapa. Azote a la emoción

Varias caídas masivas en el descenso del Col de Stockeu pudieron eliminar a Andy Schleck pero Contador, que también se cayó y Armstrong, decidieron firmar una tregua permanente. Por delante, Menchov, Gesink y Sastre tampoco quisieron implicarse. Sylvain Chavanel ganó la etapa y se vistió de amarillo

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Tour 2010.2º etapa. Azote a la emoción
Tour 2010.2º etapa. Azote a la emoción

Es la premonición de una mirada posterior a un escalofrío que recorre, asustadizo, pusilánime y tembloroso las entrañas del alma. El espíritu tirita, se asusta por sí solo el corazón cuando en la superficie nada llama a la inquietud. Lo sabe muy bien Lance Armstrong, fiel oyente de su cuerpo, de las sensaciones de sus músculos afinados para su regreso al Tour, para su vuelta a la conquista del amarillo. Esas nociones secretas que te dicen que el peligro se acerca. Que acecha. Que te espera en cada curva, en cada milímetro de asfalto, brea o pavés. Llano o cota. Con lluvia o en seco. Donde sea. Por eso la respuesta automática de sus músculos le hicieron estrujar la mirada. Hacer más visibles sus arrugas del cuarentón que es. Cada surco una historia superada. Una batalla ganada. El cáncer. El regreso. Los siete Tours ganados. El 're-regreso'. El tercer cajón de los Campos Elíseos y ésta, la última guerra que le zarandeó el alma sin saber exactamente por qué camino de Spa, la ciudad del relax y las termas. Asaltaron alarmas sin explicación aparente, mirada execrable al frente, a las cotas y el tramo adoquinado que llegaba y de reojo al cielo penitente y sin clemencia. Gotas sobre el Tour. La lluvia le cambió también la cara a Andy Schleck, huesudo, esmirriado, tanto o más que su hermano Frank. Entre su escuálida faceta se dibujó, ésta sin arrugas, la mueca de la preocupación. Presagio de la desgracia que estaba por llegar.


Caidas masivas

Era el miedo, mezclado con el espanto a la lluvia y condimentado por el pánico al pavé del Col de Stockeu, el aperitivo para los tramos de piedras que esperan ya, afilados para cortar cabezas en este Tour. La caída de Francesco Gavazzi en el descenso, descolgado el italiano del ritmo frenético de Roelandts y el ansia penetrante de Sylvain Chavanel persiguiéndole lo que romopió la fuga y encendió la mecha. Entonces Armstrong lo vio claro. Ahí estaban personificados todos sus males. Una moto que trató de esquivar al sprinter del Lampre terminó también en el suelo con el consiguiente derramamiento de aceite. Gavazzi se levantó súbito antes de que por detrás llegaran las endelebles figuras del pelotón. Figuras débiles. Enclenques y sin freno. Sin posibilidad de derrapamiento, de recupreación de terreno. Todos al suelo. "Me he caído dos veces en unos 300 metros", lamentaba Andy Schleck. Y con él su hermano, claro. Etrenan, correr, cenan y también se caen juntos. Sus cejas volvían a enarcarse. Esta vez no era un presagio. Ya no había premoniciones. Solo dolor. Las manos, desfiguradas ya por otro incidente en un entrenamiento previo al Tour chirriaban al agarrar el manillar.


Los luxemburgueses no fueron los únicos en resbalar por la pista de patinaje en la que se había convertido el camino a las termas de Spa. También Contador, con golpes en la caderea y en la rodilla y escoriaciones en el codo. Esto ya no se arregla con un simple cubo de hielo. Igual que Armstrong, el hombre de las corazonadas. Esta vez no pudo evitarlas. No pudo evadirlas. No fue capaz de huir. ¡Crash! Al suelo. Y Vande Velde, el hombre que pasa más tiempo en la brea que subido a los pedales. Y Kreuziger, roto de piernas. Y Wiggins, otro de los escurridizos. Entre desenmarañar bicicletas, comprobar daños y tomar aliento por el frondoso bosque, carreteras estrechas y tapones solo se salvaron el líder Cancellara, Luis León Sánchez, Gesink, Menchov y Sastre entre los favoritos y Hushovd y Freire como puntales para la etapa que se fugaba regalando segundos a Roelandts y Chavanel, ya solos en cabeza.


Parón

Cancellara no dudó. Parón y llegada neutralizada. Decisión del maillot jaune que ninguno estuvo dispuesto a revocar. Ivan Gutiérrez cruzó opiniones con el suizo, "pero nosotros no tenemos la vara demedir en este Tour, había equipos más interesados que nosotros?. En esa voz se escondían Gesink y Menchov. ?Si ellos hubieran tirado nosotros hubiésemos colaborado". Nada. Sin ambición por ganar un Tour. Por detrás Contador se aprovechó edl trabajo incesante del RadioShack. Casualidades odiosas. El equipo que el año pasado quería tumbarle le dio cobijo entre las cotas para engancharse al despedazado pelotón delantero. Entraron, ante la indiferencia de éste último. Por el conformismo desmedido. Ciclismo acomodado que también le vino de perlas a Andy Schleck. "Yo fui uno de los que mandé parar para que entrara". No tuvo reparos Contador en señalarlo al lelgar a meta de Spa, relajado. Igual que todos, también el pequeño de los hermanos que acabó entrando. Andy y Alberto son amigos. El madrileño quiere una pelea limpia, frente a frente con las piernas y la fuerza como determinantes. Sin caídas desequilibrantes por ninguno de los lados. Pero la duda siempre quedará en el aire. ¿El RadioShack de Armstrong hubiera hecho lo mismo?


En esas no pensaba Sylvain Chavanel. Él también es un superviviente que logró cavarse su propia vía de escapatoria del infierno del coma profundo, de la lucha por la vida y la admodición de la muerte. Vio cercana ese haz de luz hace poco, cuando una caída en la Lieja-Bastogne-Lieja le partió la base del cráneo y le tuvo en coma letargado durante semanas. Despertó y volvió a coger la bicicleta. Lleno de cicatrices volvió a ponerse un dorsal en la Vuelta a Suiza. "Mira, aquí, detrás de la cabeza, en la barbilla, en la cara", numeraba las marcas. ?¡Hasta he perdido un diente!". Bromeaba entonces, camino del prólogo que le renacía como ciclista. Una segunda vida en la que no ha perdido, por fortuna para él y para el seguidor de a pie, su espíritu combativo y garra luchadora. Ésa que en este ciclismo moderno tanto escasea. Ésa que hoy en día es un regalo verla. Ésa de la que se olvidó el pelotón del Tour de Francia en la segnda etapa camino de Spa. De la relajación propia de un desinterés nato por la codiciada victoria.


Son eventualidades, se piensa a menudo, volver al lugar que a punto estuvo de mandarle a uno al descanso eterno y que, por arte mágica el cuerpo reflota. Revive. Chavanel no cree en esas casualidades. A él le costó siete años ganar una etapa en el Tour de Francia fruto del esfuerzo, del empeño. De la lucha diaria que forjó su carácter. Un espíritu que también lee en el aire cuando llega el peligro. Cuando toca atacar y resarcirse frente a uno mismo. Frente al destino qwue le quiso apartar del mundo. Por eso tomó la vía fácil de la escapada camino de Spa. Él no quería relajación. Uscaba reclamarse a sí mismo. Devolverse a su espacio natural. Jugó con las indicaciones de las carreteras por las que casi se deja la piel. Flechas en un mismo cartel, una a la izquierda que señalaba a Lieja, a su particular infierno y otra, a la derecha a Spa. La gloria del triunfo y el amarillo. Suyo todo, premio a la implicación y la lucha. Al inconformismo. El mismo que faltó en el pelotón.



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