El Tour de Francia ha debido lidiar en numerosas ocasiones con la amenaza de quienes vieron en su presencia un altavoz ideal para lanzar reivindicaciones o soflamas de cualquier naturaleza. El fácil acceso del espectador a la competición ciclista, unido a la singularidad y particularidad de su cobertura mediática, ha venido convirtiendo desde siempre a este deporte en un atractivo vehículo para hacerse oír, del que evidentemente su prueba reina no ha escapado. La ya lejana edición de 1982 supondría un punto de inflexión en este sentido en la historia de la carrera. Por primera vez en setenta y nueve años, una etapa debía interrumpirse y suspenderse por este motivo; sería la quinta, crono por equipos entre Orchies y Fontaine-au-Pire, en el ámbito territorial ciclísticamente famoso por la disputa de la París-Roubaix, y el motivo, un bloqueo de la ruta provocado por los trabajadores de Usinor, industria siderúrgica de la localidad de Denain, que en la jornada anterior se enteraban de las previsiones del cierre de su fábrica de laminados de acero inoxidable para el año 1985. Al anuncio tan torpe en la fecha le seguiría la rápida movilización de los obreros, conocedores de la caja de resonancia que el paso del Tour representaría por otras experiencias vividas recientemente en la cercana Valenciennes. Unos doscientos cincuenta serían partidarios del boicot, y ante la imposibilidad -por peligrosa- de formalizar un desvío propuesto por la propia organización atravesando la fábrica, haciendo así a Francia conocedora de la misma y de su problemática, impedirían físicamente el paso de la primera de las formaciones participantes, el Splendor-Wickes belga de Criquielion y Planckaert. La rápida llegada al lugar de la dirección de la carrera, comandada en aquel momento por Jacques Goddet y Félix Lévitan, poco podría hacer. Aunque incluso se planteó el reinicio unos kilómetros más adelante, la decisión era un hecho: la etapa quedaba anulada sin que algunos de los equipos hubiesen tenido tiempo de empezar. "¡Mañana nosotros tendremos el maillot amarillo del paro!", gritaba desde su megáfono André Bauduin, el rostro más visible de la protesta, que pese a la fuerte tensión del momento, y a los insultos de sus detractores, pudo improvisar un discurso de más de cuarenta minutos. La carrera no renunció a la crono colectiva, y la recuperó cinco jornadas después con una fórmula improvisada sobre la marcha; el recorrido del noveno día, inicialmente previsto entre Lorient y Nantes, se dividiría en dos sectores del que el primero, con meta en Plumelec, sería de nuevo bajo esta fórmula. Para los vecinos de la pequeña Fontaine-au-Pire, la compensación de aquel fiasco llegaría doce meses después, de nuevo repitiendo una contrarreloj por equipos con final en la localidad, pero con salida desde Soissons, y trazado de ¡cien kilómetros! Desde entonces, la climatología, el duelo o las propias protestas de los ciclistas han acortado o neutralizado la disputa de etapas, pero nunca detenido en seco la carrera como aquel día, donde como conclusión, y para desgracia colectiva, aquello no sirvió de nada.