Que nadie esperaba todo lo que la etapa ha acabado dando de sí, es un hecho. Y es algo, que además se notaba en la salida de Villarreal por la mañana. Corredores saliendo pronto de los autobuses y pasando por el ‘village’ donde las marcas reparten regalos y música alta. Las sonrisas y las bromas en el control de firmas e incluso cuando ya estaban apostados en la línea de salida minutos antes del banderazo de salida. Uno de los que aguantaban las bromas era Enric Mas. “¡Este es un mongolo!”, le grita Eros Capecchi. “¿Pero te has fijado que se está quedando sin pelo? Cuando estaba en la Fundación Contador tenía más. ¡Se va a quedar calvo!”, le dice De la Cruz. El mallorquín las devuelven como puede. “A este lo ha fichado el Sky y en un año va a destrozar el equipo, ya verás. En un año desaparece”. Y el ‘calvo’ termina disputando la etapa que le gana Tomasz Marczynski. Tenemos ciclista para rato con Enric Mas. Aunque ya no tenga pelo.
Hay otros que ríen menos, como Carlos Verona. El madrileño del Orica viene sufriendo desde antes de la Vuelta un pequeño constipado. “Estoy con antibióticos, tengo varios herpes y la garganta tocada. No tengo fiebre ni dolor de cabeza pero no termino de recuperarlo”. Igual le pasa a Jorge Arcas, al que cuesta sacarle una sonrisa en la línea de salida. Aún no termina de quitarse los dolores de la caída que tuvo en la crono por equipos. “La mano ya no me molesta pero la espalda me duele muchísimo. Y con tantas horas encima de la bici, tantos kilómetros en estas etapas tan largas…”. Pasar revista en la Vuelta es, en muchos casos, como dar el parte de guerra de heridos cuando acaba una batalla”.
La humedad y el fuerte calor que se pega a los maillots aprieta y ahoga a todos. Mikel Nieve suspira. “No estamos acostumbrados a esto los del norte”, dice. “Yo que ahora soy andorrano ya se me ha olvidado esto del calor”, ríe Luis León Sánchez. Y entre medio de todos, como uno más está Alberto Contador. Huyendo por un momento de los flashes y la primera línea de corredores que ocupa Froome y el resto de los maillots de la Vuelta. Contador se esconde. Agazapado entre los últimos corredores que toman posiciones. Oculta algo. Que está afilando sus cuchillos. Guerra. No lo parece, pues está tranquilo. Habla de los días que han pasado más que de lo que viene. “De verdad te digo que en Andorra perdí dos minutos y medio y fue un buen día. Me podía haber dejado muchísimo más”.
Dice que ya come. “Solo arroz, pero al menos me sienta bien”. Suena el pitido del arranque de la etapa y Alberto saca el cuchillo. Entre los dientes. Guerra. No para de decir que ha venido a esta Vuelta a disfrutar y la única manera en que entiende eso pasa por dar espectáculo como solo él sabe. Con la raza y el coraje que tiene. Hoy solo puede seguirle Froome. Y eso hace que la tremenda pérdida de Andorra sea más dolorosa. Pero anima, por otra parte. Confirma que el espectáculo está asegurado. Contador quiere pelear hasta el final y en su fuero interno aún sabe que tiene una mínima opción de luchar por esta Vuelta. A ella se agarra él y todos.
Justo después de que David de la Cruz se cayera, Alberto mira para atrás, se alza sobre la bicicleta y baila como solo él sabe. Pero nadie le ayuda. Nadie quiere. Froome se va con él pero no le releva. “No necesito distanciar a los rivales. Estoy bien en la posición que estoy”. Sobrado. La batalla de Contador, pues, promete ser la de un único soldado contra toda una infantería. Difícil. Pero de situaciones así es de donde han salido sus gestas más bellas. No apaguen el televisor. Su raza nos pondrá en pie.