-3’5 kilómetros para la línea de meta de Xorret del Catí. Unos cuantos periodistas, la mayoría españoles, esperan en la carpa de pie, frente al pequeño televisor viendo el desenlace de la etapa. Alberto Contador se alza sobre la bicicleta y ataca. Los periodistas, la mayoría españoles no pueden contenerse. Los de los micros, con la alcachofa en off, los de la prensa escrita, olvidándose de coger el bolígrafo para apuntar en qué kilómetro ha sido el ataque (sí, lo confieso, una manía incurable). Todos alzan los puños. Gritan. ¡¡Vamos, coño!! Nadie puede evitarlo.
Porque el ataque de Contador que deja seco en primera instancia a Froome y deshoja el grupo de favoritos, es el ataque de la esperanza, del volver a creer. Del querer es poder. De lo que todos queremos. Contador vuelve a despertar al ciclismo de la siesta, a hacer de una etapa insulsa y con una fuga que ya tenía la jornada resuelta, otro día más para recordar. Y ya van unos cuantos.
A estas alturas, la pregunta, por deducción es. ¿Se habrá propuesto Contador atacar en todos y cada uno de los puertos que va a escalar por última vez en esta Vuelta? De momento, lleva ese camino. La otra deducción es más dolorosa. Porque cada vez, y ya va sucediendo en varias etapas, en la Ermita de Santa Lucía, en Sagunto y hoy en Xorret del Cati, cada uno de esos ataques son esperanzadores, motivantes, animadores. Pero también son dolorosos. Porque a todos nos duele cada día más Andorra, la indigestión y los dos minutos y medio que se dejó en la tercera etapa de la Vuelta.
Demasiado para pensar en luchar por la clasificación general. Demasiado, si fuese otro corredor que no se llamara Alberto Contador. El ciclista de la piel dura, el del alma inconformista. El ciclista del corazón desbocado.
Cuando Contador cruza la línea de meta una maraña de cables, micrófonos y aparatos inalámbricos con antenas gigantes lo rodean. Nervios. Le piden que vaya hasta el fondo de la meta de Xorret del Catí. No va a parar hasta allí pero es igual, los micrófonos lo asedian. Se para, bebe agua y ya empiezan a preguntarle, a empujar. “Pero si no ha empezado a hablar, ¡dejadle!”, grita Jacinto Vidarte, su jefe de prensa. Cuando empieza a hablar, todos callan. Él centra la atención. El único. Ni Nibali, ni Aru, ni David de la Cruz ni Chaves tienen tantos periodistas alrededor.
De hecho a De la Cruz solo le ve un periodista, “qué cabreado iba”. Él y algunos otros, porque para llegar hasta los autobuses de los equipos, la organización de la Vuelta les da un silbato nada más cruzar la línea de meta para que bajen por el mismo sitio que han subido (que en algunos tramos, en el caso del Xorret del Cati es subida bajando). Unos cinco kilómetros después de los casi 200 de la etapa. “A ver si esto también lo ponéis en las noticias que escribís”. Le grita De la Cruz al periodista.
De la Cruz se deja en la meta 28’’ y ya está a 1’08’’ del liderato que tanto añoraba al llegar a su Cataluña y que rozó por dos segundos en Andorra. Cómo nos duele a todos Andorra. “Pero tranquila, a mi estos finales no me van muy bien, la verdad. Ya llegarán días mejores, como la etapa de Andorra”, dice un par de horas más tarde por mensaje, más tranquilo.
Más feliz se le ve a Jesús Hernández. Contador se le acerca y le susurra. ¿Qué te ha dicho? “Que buen día…que hemos hecho bien el día”. Seguro que algo más también le ha susurrado. Porque cuando a Contador le preguntan si empieza a pensar en la general a pesar del tiempo perdido que tiene arruga el morro. No quiere contestar. Pero su ambición le puede. Con los años, ha aprendido a manejarlo frente a los micrófonos, y utiliza el comodín del “día a día”.
“Pero el día que no piense en subirse al podio es que se habrá retirado, mientras esté en activo da por hecho que va a pensar en lo máximo”. ¿Le duele lo de Andorra a Contador más ahora, viendo que ha sido el único capaz de contestar a Froome? Responde Jesús, mientras por un costado se le acerca a gritos de ‘Parcero, parceroooooo’ Jarlinson Pantano: “Eso ya lo pensaremos en Madrid si acaso. Ahora no”. Señal inequívoca de que Contador no da nada por perdido hasta llegar a la Castellana.