Ahora la duda empieza cada vez a ser de verdad más grande, ¿está Froome mejor que en el Tour de Francia? Cada día que pasa, cada etapa, cada final en alto, en repecho de cuesta de garaje como lo llaman ya muchos, cada etapa llana, el keniano da muestras de que es así. Froome es superior a todos y le gusta. No, mucho más. Le encanta. Porque podría haber cedido el maillot rojo a Nelson Oliveira ayer y de paso dar una alegría al Movistar, que bien necesitado está, o en las etapas anteriores a Jetse Bol. Dejar descansar a su equipo para las etapas importantes que deben venir y reservarse él también. Pero no, ahí está, echando abajo las escapadas cada día con su impresionante Sky, dejándose la piel y dando la cara sea en el Garbí, en el Xorret del Catí y hoy, en la Cumbre del Sol. Honrando a la roja y a la Vuelta.
La meta de la Cumbre del Sol es, como casi todos los finales en repechos de la Vuelta estrecho, incómodo para trabajar sea para auxiliares y periodistas, para los coches que vienen de carrera y para los propios miembros de organización. Por eso cuando llegan los ciclistas se forma un tremendo embudo. La prioridad son los masajistas de cada corredor que llega, un miembro de la organización le permite el paso y sujeta al corredor para que deje de pedalear, el momento que marca el fin del infierno, y lo alejan de la zona de meta.
El revuelo de siempre se genera con Contador, con Chaves, con Froome y con De la Cruz. Los más demandados siempre. El resto de corredores, aprovechan para dejarse colocar por sus masajistas (los verdaderos héroes de este deporte), una toalla por el cuello que los cubra antes de que se queden fríos. Beben agua, se colocan el silbato en la boca, y a bajar. Con lo que cuesta subir hasta arriba para eso.
Entre todos esos a los que las cámaras ya no miran está Rubén Fernández, uno de los grandes señalados al inicio de la Vuelta. Cruza la meta con cara de dolor. No hace falta que lo explique, se le nota en la expresión. “Parece que nos han echado la negra”, dice.
Cerca suyo pasa David López, con la chaqueta ya puesta y comiendo una barrita en busca del autobús pero lo frenan, pues justo va a salir al podio el líder, el ganador de etapa y su jefe, que son el mismo. “No tenía pensado ganar hoy”, desvela mientras termina de masticar. “Nuestro plan era el de todos los días, dejar la escapada y por atrás intentar sacar ventaja, pero ha tirado Cannondale para cogerla. Nosotros no estamos interesados en cogerla ningún día pero hoy había otros intereses y la bonificación era muy golosa”.
Froome se conocía bien esta subida a la Cumbre del Sol. En el 2015, Tom Dumoulin le remachó en los últimos 200 metros después de su ataque y le ganó delante de sus narices. El keniano no para de repetir que no quiere repetir errores. Aunque no lo parezca, tiene algunos. En la Vuelta, sobre todo. Es la carrera que más desea porque aún no la ha conseguido a pesar de venir año tras año a disputarla. De cada edición se ha llevado una lección como para escribir un libro. Y empieza a aplicarlas.
Además, no tiene problemas en contarlas. Hace unos días contaba lo importante que es sacar diferencias, mantener el maillot rojo y no dejarlo (como acostumbra a correr en el Tour, con un golpe de autoridad y luego, jugando a la defensiva). Hace unos días dejó, además, un detalle en sus declaraciones. “No quiero que me pase lo del año pasado”. Lo del año pasado es la etapa de Formigal cuando, solo y descompuesto, no pudo responder al ataque de Contador y al zafarrancho que le montó el Movistar.
Viene con la lección aprendida. Igual que en la Cumbre del Sol. Sabía lo que tenía que hacer para que nadie le arrebatara el triunfo. Esperar. “Él pensaba atacar de más abajo para coger más ventaja pero como hacía viento de cara ha dicho que merecía mas la pena sacar la bonificación que diez segundos en meta y se ha reservado para el sprint”, desvelaba David López, ya con la barrita bien digerida mientras observa cómo le visten a Froome de rojo un día más. “Los diez segundos de bonificación son muy golosos”, repite el vizcaíno, “y llegando delante no se los va a regalar a nadie”.
Dice David que “siempre da doble moral llegar al día de descanso con el maillot rojo, se saborea mejor” y no niega que el ambiente dentro del Sky es “muy bueno, cada día mejor”. Euforia. Sí, no lo oculta tampoco: “Empezamos con mucha euforia, porque nos dijo que llegaba muy bien, igual que al Tour y había euforia pero también nos cansamos y el cansancio se nota en el ambiente del equipo, estamos tranquilos”. Y entonces, arriba, Froome se mete en el podio con su maillot rojo, y David lo mira desde abajo satisfecho. “Van pasando los días y vamos sumando”. Un miembro de la organización le da paso y echa a andar. Al bus. Al descanso. A seguir con la euforia.