Para algunos, la Vuelta acaba tarde, muy entrada la noche. Mecánicos, masajistas, conductores y algún que otro periodista. Por uno u otro motivo. Para otros empieza pronto. A los que les gusta poner el despertador unas horas antes y hacer deporte. Como Patxi Vila, por ejemplo. Su alarma nunca está activada más tarde de las seis de la mañana. A Patxi, director del Bora, le gusta salir a andar en bici y no perdona ni aunque esté en el Tour, ni tampoco en la Vuelta. Aunque ya no está en carrera, puesto que se ha marchado a las pruebas de Canadá junto a Peter Sagan, los pocos días que ha estado los ha exprimido al máximo en lo que a pedalear se refiere. Un par de horitas cada mañana. Otros se conforman con nadar, si se duerme al lado del mar o, los más, con correr.
Es el caso de Alex Sans, director del Dimension Data que para las ocho y media de la mañana ya está saliendo del parque que rodea los maravillosos edificios de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de camino al hotel. “¿Cuánto has hecho?”, pregunta en la salida de Lliria. “Yo 40 minutos”, se responde. Al Dimension Data no le va nada bien este arranque de la Vuelta. De los cuatro ciclistas que se han retirado, tres de ellos lo han hecho por estar vacíos. “Creemos que es un virus, yo casi me voy a casa hoy también”, dice Omar Fraile cuando llega a casa. “Voy a tener que poner a Bingen a correr”, dice Alex Sans. Bingen, es Bingen Fernández, el segundo director del Dimension Data en esta Vuelta. El cuarto de sus retirados es Kudus, el hombre que más se ha lucido del equipo. Lo hizo en Alcossebre. Camino de Cuenca se cayó por culpa de una bicicleta MTB que su dueño olvidó dejar fuera de la cuneta ante el paso del pelotón y que le ha costado la retirada con un buen número de heridas.
Son los tatuajes que deja la Vuelta. Rui Costa se lleva unos pocos también de esta etapa, la espalda y el muslo magullado. Rafa Reis, el ciclista del Caja Rural-RGA que estaba en la escapada del día también se tatuó unos pocos más cuando una moto le tiró en el Alto del Castillo justo en el momento en el que él intentaba cambiar la trayectoria en busca de la fina y lisa baldosa que aliviase el traqueteo que se convierte en pesadilla del pavé que había a 11 kilómetros de meta.
En esa fuga también está José Joaquín Rojas. Él ya lleva los tatuajes que deja la Vuelta del año pasado. En la penúltima etapa camino de Aitana se rompió la tibia y el peroné. Ha cumplido el cupo.
Del pelotón que corre y suda en la Vuelta, el ciclista más tatuado es Ivan García Cortina. El asturiano es uno de los ciclistas con más desparpajo, naturalidad y alegría que tenemos en el pelotón español junto a David de la Cruz. Tienen una chispa que los hace especiales. Únicos. Una de esas que hacen de hablar con él un placer. Mientras se toma un café en Lliria y el staff del Bahrein le apremia para que suba al autobús a la reunión del equipo, Cortina no deja la charla que mantiene con tres periodistas. Después de hablar de sus objetivos, de sus vivencias en la que es su primera gran Vuelta en su primer año en la élite, Cortina empieza a enseñar sus tatuajes. Cortina es joven, aún no tiene marcas. Sus dibujos son de los buenos, los que se graban con tinta en la sangre. “Esta cadena en la muñeca, mira este otro, ¡el ciclista rockero! Lo que soy yo. También tengo una Virgen en el costado y una rosa en el hombro”, precisa.
#LV2017 @ivan_cortina nos acerca sus impresiones acerca del inicio de la Vuelta @Bahrain_Merida pic.twitter.com/SBleHAEVHE
— Ciclismo a Fondo (@Ciclismoafondo_) 25 de agosto de 2017
Después de hablar con él toca el peregrinaje diario al autobús del Trek-Segafredo en la salida. Cada día se hace más difícil entre tanto gentío que se agolpa para verlo. Muchos niños, alguno con posters de Ciclismo a Fondo con la imagen del Pistolero y otros con portadas de nuestra revista en las que él aparece, junto a un bolígrafo expectantes de que baje Contador.
No les vale otro. Sale Pantano, alguno medio lo confunde por el moreno de la piel y la complexión delgada del colombiano. Luego aparece Markel Irizar, agobiado. “¡Cómo echo de menos el monte!”, dice. Jacinto Vidarte nos avisa. Prevenidos. Cuando Contador asoma, se viene el griterío. ¡Gracias! ¡No te vayas! ¡Alberto, campeón! ¡una firma! ¡una foto! Y así todos los días. “No estamos acostumbrados a esto pero es precioso ver el cariño que le tienen y cómo se porta él con ellos”, dice Nathalie Desmarets, la encargada de los invitados en el Trek-Segafredo.
En Cuenca unas horas después asistimos al brillo de una estrella que promete, la de Matej Mohoric. El culpable, dicen, de la moda que se ha instalado en el pelotón de sentarse en el cuadro de la bicicleta para bajar lo más rápido posible camino de su primer triunfo en una gran Vuelta. “Es mi forma de bajar pero no se la aconsejo a nadie” (demasiado tarde). “A mi me ayuda a respirar”. Contador, mientras tanto le pide a Froome que ataque, como incitándole a unirse a la fiesta, como picándole para que entre en la guerra de la que él también quiere ser soldado. “Si tiene algún percance le van a pasar los rivales y necesita distanciarlos”, dice. Froome, pausado, educado y sonriente como acostumbra le responde poco después. “No es mi papel atacar, quizá el de otros sí”. Se siente cómodo en esta Vuelta el keniano. “Ataqué en Andorra y más días. Estoy haciendo todo lo que puedo. Cuando crea que sea el momento, tomaré la decisión de atacar”.