Hace no mucho tiempo, cuando Óscar Rodríguez era más joven todavía de lo que ahora es, no paraba de hacerse preguntas de las gordas. Existenciales. Que si valía para esto de la bicicleta. “Es que no me veía capaz. Nunca me había planteado ser ciclista", rememora. Todavía era amateur, corría su segundo año en el Lizarte, el vivero del ciclismo español actual dirigido por el genial Juanjo Oroz. De ahí vienen todos los grandes ciclistas españoles de la actualidad. Marc Soler, Jaime Castrillo, Arcas, Sergio Samitier…, Y también extranjeros como Andrey Amador y Richard Carapaz, que se quedó impactado con su potencia. Aún así, Óscar no podía evitar preguntarse si valía para esto. “¿Pero de verdad me ves ciclista?", le preguntaba a Oroz.
Él, inteligente y motivante como pocos, le respondió que mirase dentro de sí mismo, “que esa pregunta háztela a ti, Óscar". Eso fue en su segundo año dentro del Lizarte.Al inicio de la siguiente temporada Rodríguez se fue donde Oroz. Ya tenía la respuesta. “Si, quiero". Como si de un matrimonio se tratase. Amor eterno. Sí. Lo que se hubiese perdido el ciclismo con una negativa hubiese sido este corredor genial que en la Camperona fue capaz de mirar el potenciómetro y controlar sus nervios cuando Majka y Dylan Teuns cogían unos metros de ventaja a dos kilómetros de la meta. “He sido constante, iba a unos 400 vatios todo el rato y he conseguido pillarles. Al pasarles les he visto que tenían buena cara y me he dicho, igual gano.".
Puso “un puntito más" y se largó. A por la gloria de la etapa. Piernas y sobre todo, cabeza. Eso es lo que, cuentan, tiene por encima de cualquier otra cosa Óscar Rodríguez. Lo cuenta Juanjo Oroz al otro lado del teléfono sin poder evitar emocionarse, casi con las lágrimas en los ojos que se le notan al hablar. “Es un talento bestial, un corredor que funciona con la cabeza".
Ingeniero a medio hacer. Los estudios los dejó cuando se respondió a sí mismo que podía ser un gran ciclista. Si. “El primer curso lo saqué pero el segundo no lo compaginaba a gusto con la bici y en casa me dijeron que me centrara en el ciclismo, que era ahora o nunca". Ciclista inteligente. Óscar viene de Burlada, a escasos kilómetros de Villava, el pueblo de Miguel Indurain. Por allí el ciclismo se respira en el ambiente. Cuando él nació, en 1995 Miguel ganaba su último Tour. “Los de mi edad lo conocemos, a parte de porque anda en bici, por poco más. Su hijo corría conmigo porque es de mi edad y tengo muy buena relación con él y también con Miguel", explica. “Alguna vez he salido a rodar con él y da muy buenos consejos. ¡Rueda rápido el tío! Si estaría aquí a más de uno ya le apretaría". En el mismo club donde el campeón navarro dio sus primeras pedaladas empezó también Óscar. Prometedor.
Empezó a andar en bici como todos: Porque sus amigos tenían una y se pasaban la tarde por el pueblo dando vueltas. Él quiso una. Y más. Apuntarse a un club, el Villavés. Pero se le antojó tarde. En el mes de mayo. Tuvo que esperar a que se acabara esa temporada para apuntarse. “Ese verano se me hizo eterno". Desde hace dos años y medio pedalea vestido con el verde del Murias. Esperanza. La que él representa y todo su equipo. El futuro del ciclismo pasa por ellos. Hoy, el destino les ha brindado un premio a tanto desvelo y disgusto.
Merecen la pena por un día como éste. “Cuando he entrado en meta con respirar tenía suficiente", dice Óscar. No sabía qué sentir. Le costó reaccionar. “Tengo una felicidad enorme por todos los que han creído en mi, por los que me han apoyado, por el equipo…ellos se lo merecen". Es el triunfo de todo el Euskadi-Murias y de todo el ciclismo vasco. “Ha nacido un nuevo Euskaltel-Euskadi", defiende el navarro, “que pelea todas las etapas a las que va. Hoy he visto muchas ikurriñas en la subida, ha sido una ruidera increíble con todos los que nos animaban y muchos eran vascos". El ciclismo vasco ha vuelto a lo más alto gracias al Euskadi-Murias. Verde esperanza.
Desde el coche, Jon Odriozola y los directores Xabier Muriel y Rubén Pérez no pudieron evitar derramar lágrimas de emoción. “Cuando sueñas y cuando trabajas para conseguir esos sueños, a veces se cumplen", dijo el manager del equipo. El último kilómetro fue de infarto. “Me decían que era mía la etapa pero a falta de 600 metros se me ha caído el pinganillo y no oía los ánimos que me daban", desveló después Óscar Rodríguez.
A sus padres, “que no les gustaba nada el ciclismo cuando empecé ni entienden. Mi madre no hace deporte y mi padre sale de vez en cuando a correr", explica él, la victoria de su hijo les pilló de camino a la meta. No pudieron llegar a tiempo la cima de la Camperona pero sí a Sabero, a darle un abrazo entre lágrimas a Óscar. A ellos les ha brindado el triunfo, “a mi novia que también estaba abajo y a todos los que confiaron en mi". A los que sabían desde hace tiempo que valía para ser ciclista.
Como para no preguntárselo. Su primera victoria se la quitaron por una ley absurda. Fue en infantiles. Entró en la meta exultante, feliz y loco de contento. Alzando los brazos, como hacen todos. Pero en esa categoría no está permitido y le descalificaron. Desde el año pasado, además, Óscar tenía que ajustar cuentas con la Camperona.
“En la Vuelta a Castilla y León bajando la Panderrueda me caí, me pegué un buen trompazo y me metieron en la ambulancia pero no pudo subir hasta la Camperona, el embrague no le daba y se tuvo que parar en mitad de la ascensión, inclinada en una cuneta. Ahí me cosieron el labio", por las mismas rampas en las que destrozó a Majka y Teuns para llevarse la etapa. Las mismas que le han dado la respuesta que ya no necesitaba. Sí. Resulta que valía para ser ciclista".