A José Joaquín Rojas todo el mundo le llama sprinter. Velocista, llegador, hombre rápido. Que hay muchos sinónimos. Pero todos vienen a decir lo mismo. Y no. Él es mucho más que eso. “Soy un todo terreno”, se defiende el murciano, “la gente se ha empezado en catalogarme como esprinter pero soy mucho más que eso”. La pelea. Eso es lo que le gusta a Rojas. En esta Vuelta, como en casi toda su carrera, su rol era el de obrero. Arropar de cerca a Nairo Quintana y a su amigo Alejandro Valverde. Pero hay días que Rojas tiene marcados en rojo. Son los que Eusebio Unzue le ha dicho que tiene libertad para liberar su instinto de cazador. Uno era el de Murcia, la llegada a casa donde Valverde se llevaría todas las fotos y la atención pero él iba a ser la verdadera punta del Movistar para ganar la etapa.
Se lanzó con tanta ansia a por la etapa Rojas en la Cresta del Gallo, la subida que moldea sus piernas en cada entrenamiento en casa, se lanzó tan a tumba abierta que acabó arrastrándose por los suelos y a punto de caer por un barranco, salvando de milagro el cuello al pasar por debajo de un quitamiedos. Desde entonces hasta hoy, una semana ha pasado, Rojas se ha entregado en cuerpo y alma a sus jefes. En la Fuente del Chivo le dieron la libertad que necesitaba para atrapar la fuga junto a Quintero, De Marchi, Cherel y Puccio.
Aguantó los primeros ataques de la subida final “pero al final había rampas que eran demasiado duras para mi. No ha podido ser porque el rival era mucho más fuerte”. Tercero. Pero promete más guerra. “Mi terreno es éste y mi seña de identidad, la de ser combativo y luchar. Cuando se me da la oportunidad, lo aprovecho. Venía a ganar la etapa y me la he jugado pero seguiré intentándolo otra vez, sea donde sea”.