Matteo habla rápido, pero cada pensamiento, cada vivencia, es reflexionada. Su sonrisa es la antesala del momento tan feliz por el que está pasando, resultado de un esfuerzo con victoria tan buscada, como tardía.
La primera de ellas llegó cuando tan sólo era un niño. Durante dos años insistió a sus padres para que le dejaran probar con la bicicleta. Sus padres preferían que diera patadas a un balón, siempre menos peligroso que lanzarse a una carretera, pero su perseverancia logró imponerse a la prudencia paterna.
En la bici, su pedaleo adolescente iba rápido, acompasado por la ilusión de emular las gestas de Alessandro Petacchi o Paolo Bettini, grandes estrellas italianas de la época. Luego, por las tardes, se sentaba frente al televisor para ver repetido por enésima vez en aquella cinta de vídeo el sprint que coronó como Campeón del Mundo a Mario Cipollini en Zolder en el año 2002.
A Matteo la naturaleza también le hizo rápido, y la persistencia le regaló una victoria tórrida en la última etapa de la Volta a Portugal de 2015. La consiguió con un equipo modesto, el Idea, pero su gesta se hizo lo suficientemente grande para atraer la atención de Gianni Savio, Mánager del Androni, que, gracias a que por aquel entonces los ciclistas podían crecer a fuego lento, sin la virulencia actual que sufre un corredor juvenil, lo fichó el año siguiente aprovechando que uno de los sponsors era de la misma región que Matteo.
A partir de aquel momento, su trayectoria ciclista adquiría un matiz multicultural. El primer cambio de equipo se produjo dos años después, al recalar en el Caja Rural. Pero la experiencia en España no resultaría satisfactoria. Durante el primer año, tardó en adaptarse al equipo, además, hablar español le costaba. El siguiente año fue aún más difícil al sufrir las consecuencias de una Pandemia que, al igual que al resto de ciclistas, le privó de centrarse en un calendario concreto. A final de temporada, el equipo navarro no tuvo interés en renovarle. Afortunadamente, su teléfono volvió a sonar: Gianni Savio le ofreció otro año en Androni para relanzar su carrera.
Un año después, su evolución fue requerida por el Gazprom, un equipo ruso de contrastada trayectoria. Sin embargo, apenas dos meses después de aquella firma, durante la disputa del UAE Tour, el conflicto bélico iniciado en Ucrania desencadenó la desaparición de su equipo, viéndose sin un dorsal en pleno mes de febrero.
Fueron semanas de incertidumbre, de lucha interna por aplacar un sentimiento de impotencia que no debía ablandar sus piernas. Entonces llegó aquella victoria en el Tour de Sicilia, conseguida gracias al préstamo de un dorsal que le hizo la selección italiana. Sin embargo, aquella llamada de atención al ciclismo europeo se perdió como el eco al impactar contra el horizonte de la indiferencia. Tan sólo consiguió aferrarse a la mano que le tendió un equipo asiático, el China Glory, que lo reclutó para disputar con ellos la segunda parte de la temporada.
Los años siguientes le empujaron a un baile en el que cambiaba de pareja cada final de temporada. Primero volvió a Europa, para correr en el Bingoal belga, el año siguiente fue reclutado en Japón, aprovechando que Alberto Volpi, con amplia experiencia en equipos italianos con Fassa Bortolo o LIquigas acababa de tomar las riendas del equipo nipón, imprimiéndole una pincelada italiana necesaria para seguir creciendo.
Entonces llegó su victoria fetiche. La consiguió en el Tour de Langkawi, en Malasia. Alzó los brazos para recordar a su madre, fallecida años atrás. Era la tercera que conseguía en la carrera malaya. No podía creerlo. Por fin se iba a realizar el sueño por el que venía peleando desde hace años.
Superada la treintena, Matteo forma parte del Astana, equipo de categoría World Tour. A él llegó por una puerta chiquitita, aquella por la que sólo entrar corredores llegados desde el campo Continental. A cambio, este año ha cosechado 8 victorias, siempre en Asia, el continente que mejor entiende su velocidad.
Matteo detiene su discurso. Se acuerda del Giro de Italia. Nunca lo ha corrido, pero sabe que tiene un precio. No sólo son las tres semanas, por detrás habría un esfuerzo en prepararlo olvidándose de todo lo demás y, por delante, el descanso necesario para seguir adelante. Demasiado tiempo alejado de otras carreras que se le adaptarían mucho más.
Vuelve a sonreír, pasada su treintena, siente que su carrera está siendo justa. Además, ha vivido en muchos lugares, ha conocido muchas culturas. El giro quizás no sea tan necesario después de todo. Las victorias llegan de otra manera. En Portugal una de ellas le hizo profesional, en Sicilia consiguió otra que le hizo volver a creer en él cuando el destierro parecía evidente y, hace un año, mientras, brazos al aire, gritó para acordarse de su madre, el World Tour hizo lo propio con él.



