No les suele gustar figurar, disfrutan manteniéndose en el anonimato, detrás de todo, centrados en su trabajo. Huyen de los reconocimientos populares, únicamente persiguen la satisfacción del deportista. Ángeles de la guarda, hermanos o en muchas ocasiones casi padres. Los auxiliares de un equipo de ciclismo, son mucho más que lo que su nomenclatura profesional indica. Cuidan de tu bici con mimo, saben la responsabilidad que tienen, en pocas horas descenderás sobre ella a gran velocidad puertos de alta montaña, precipicios que asustan.
Cuando terminas la etapa te miran, no es necesario ni hablar, un pulgar hacia arriba y un guiño de ojo. Buscan que todo haya ido bien, que la cadena no saltara, que el cambio fuera perfecto, que la frenada fuera idónea. “Gracias amigo, ningún problema, la bici fantástica”. Es entonces cuando una sonrisa aparece en sus rostros, mientras se enfundan sus monos de trabajo. Hay que revisar, lavar y engrasar de nuevo la máquina, mañana es otro día. Durante la etapa atentos a todo, la parte de atrás del vehículo que sigue carrera es su taller particular. Del cabecero del asiento del copiloto, cuelga un cuero con multitud de huecos para colocar la herramienta.
No falta de nada, os lo aseguro, buscar lo que queráis y lo encontrareis. Una nota de papel les indica la posición que llevan las bicis en la baca, la altura de sillín de cada corredor, saben a que lado del coche se tienen que ir corriendo cuando hay avería. Les vemos colgando literalmente de la ventanilla cuando hay que subir el sillín, apretar el manillar, cambiar de zapatilla, ajustar freno o cambio. Las ruedas giran a gran velocidad y con radios afilados que parecen cuchillas. Emulan a un rescatador cuando estira su brazo para salvar a alguien, saben lo que hacen y no quieren que pierdas comba con el grupo, hay que reparar en marcha, solo se para si no queda más remedio. Cuando sufres un pinchazo sacan una energía asombrosa, concentración máxima, todo está bajo control.
El ciclista nervioso, el pelotón no espera y ellos lo saben, lo hacen en un tiempo asombroso, record, no puede haber nadie que cambie una rueda tan rápido. Mientras aprietan los cierres y se disponen a darte un empujón les da tiempo a calmarte y trasmitirte paz “no te preocupes, ahora entras de nuevo al pelotón, seguro, vamos, vamos”. Son esenciales, son algo más que mecánicos, verdaderos artistas que viajan en el asiento trasero del coche, como lo hacen las estrellas del rock en sus limusinas. La camilla de un masajista es un diván digno del mejor psicólogo. Allí llegas con ganas de que te ayuden a minimizar ese intenso dolor de piernas y con tu versión de lo que ha acontecido durante la etapa. Te escuchan y te entienden, incluso cuando no llevas razón. Comprenden tu cansancio, tu fatiga extrema y saben como eso afecta a tu estado anímico.
Recuerdo que alguno me decía; “Pasa, sé cuando te tengo que hablar o cuando necesitas silencio”. Conocen tus gustos y tus necesidades mejor que nadie. Me viene a la cabeza un concurso televisivo donde las parejas intentaban acertar aspectos personales de su cónyuge, apuntando la respuesta en una pizarra. Creo que si un ciclista concursara con su masajista, se llevaría el premio seguro. Cuidan de la persona, las victorias del equipo son de ellos y los ciclistas lo saben. Se levantan casi cuando aún no ha salido el sol y preparan con mimo todo. Tu desayuno, tu comida en carrera, tu bebida caliente o fría, tu ropa para los descensos. Su cabeza va por delante de lo que va a ocurrir en la etapa, en ocasiones parece que han hecho un vuelo rasante sobre el recorrido. Conocen y prevén todo lo que podemos encontrarnos. El Giro más duro de la historia, según la propia organización, fue en 2011. Llegábamos cada día con mucho estrés físico y emocional. Estábamos sometidos a una dureza diaria que la plasmábamos con nuestro comportamiento. Cuando llegábamos a meta, al bus, al hotel… allí estaban. Creo que incluso se preparaban, “chicos están a punto de llegar. Ya sabéis como se encuentran, el Giro está siendo muy duro, vamos a darles cariño y sobretodo vamos a escucharles, que suelten todo”.
Después de una etapa de más de 7 horas entro en el bus medio apajarado, con un hambre descomunal y un plato de arroz humeante con atún se planta delante de mí. Al día siguiente y después de la lluvia del dia anterior mi casco y mis zapatillas limpios, secos. No sabes si darles un beso o abrazarlos. Es difícil perder el contacto con esos auxiliares que te han cuidado de manera magistral, incluso llegas a hacer amistad con los que no han estado en tu equipo pero otros ciclistas te hablan maravillas, me vais a permitir que no nombre a ninguno, se que prefieren seguir trabajando en silencio, sin que nadie los vea. Además no me perdonaría a mi mismo olvidarme de alguno y han sido muchos. Ellos saben quienes son, prefieren que el ciclista siga diciéndoles en privado, al oído y cuando no hay cámaras, ni micrófonos; “GRACIAS por cuidarme amigo”.
Luis Pasamontes
@pasamontesluis