“No me ha dicho mi madre ninguna hora en concreto, no tengo hora de llegada a casa”. Me sentía un bicho raro cuando decía eso a mis amigos, hace años. No podían entender que sus padres les pusieran hora de llegada a casa y a mi no. Yo lo veía normal, lo único que escuchaba antes de salir un sábado por la noche era algo parecido, salvando las distancias, a lo que les decía el sargento Phil Esterhaus a sus chicos en “Canción triste de Hill Street”. “Ten cuidado y pásalo bien, hijo”. Puede parecer que el mensaje es lógico, coherente y eso pensaba yo, pero no era lo común entre mis amigos.
Algunos perdían tiempo en pelear unos minutos más de nocturnidad, como si la clave de todo fuera esa. Para mi lo más importante era tener claro el compromiso conmigo mismo y después con mi familia. Pensaba en los esfuerzos que hacía durante el año para entrenar con frío, lluvia, viajar cada fin de semana en bus, esfuerzos de mi madre trabajando cada día desde las 7,30 de la mañana para que mi bici siempre estuviera bien…todo eso era lo que me ponía mi hora de regreso a casa, nadie más. Había días que llegaba a casa pocas horas después de haber salido por la puerta, al día siguiente tocaba madrugar para estudiar o simplemente pensar en que ya era el momento de irme, de descansar. No me consideraba raro, disfruté, me divertí, bailaba, lo pasaba genial con mis amigos, ligaba de vez en cuando…era un niño normal. La relación con mi madre siempre se basó en la confianza mutua, los dos vivíamos muy de cerca el día a día y eso hacia que no necesitáramos nada más que una mirada para entendernos, a día de hoy sigue ocurriendo. El compromiso era por parte de ambos, ella me ayudaba a seguir peleando por mi sueño y yo le demostraba que realmente estaba haciendo las cosas en serio y convencido. Tenía un medidor infalible, nadie me obligaba a levantarme a las 6:45 de la mañana para ir a entrenar a Luanco, una localidad Asturiana donde estaba mi primer equipo en cadete. Nadie me obligaba a madrugar cada día para estudiar y así por la tarde poder entrenar un poco más.
El 14 de julio es un día importante en Cangas del Narcea, mi pueblo. Es el día del pregón, comienzan las fiestas del Carme y la Magdalena, os las recomiendo por cierto. Al día siguiente había una carrera más en Gijón, ganarla no me haría tener posibilidades de llegar a cumplir mi sueño, pero era una carrera conmigo mismo, no contra el resto. Me llegaban comentarios, “pero como te vas a ir a correr esta tarde si es el pregón, empiezan las fiestas” “tú estás loco, que más da una carrera, no es un campeonato ni siquiera” , pero allí estaba yo descendiendo por la Avenida del Acebo, con mi mochila roja y mi bicicleta del mismo color. Me intercalaba entre la gente que lucia sus camisas de peñas, sombreros de paja y que acompañaban su paso con canciones populares. Mientras esperaba el Alsa, muchos amigos se paraban a saludarme, a desearme suerte y a preguntarme cuando regresaba. Aquel hombre de poblado bigote desciende del autobús y abre el maletero para que yo pudiera meter mi bici, nunca dejaba que nadie lo hiciera por mi. Alguna discusión que otra me costó, pero al final todos los conductores me conocían y sabían que la bici la colocaba yo y solo yo. “Pero chaval, ¿dónde vas hoy?, joder ya estaba empezando a pensar que estaba loco de verdad, todos me decían lo mismo, excepto mi madre que cuando le dije que el día del pregón me tenia que ir a correr lo único que exclamó fue: “pues tengo que lavarte el chandal del equipo, que está sucio”. Cuando hablaba con el conductor, los dos solos viajamos hasta Oviedo. Todos los autobuses que nos cruzábamos venían “a tope”, algunos pasajeros hasta de pie y yo había elegido subirme al autobús menos poblado. Me caí en la carrera, no pude terminarla y encima fastidié las manetas que eran carísimas…años después y recién llegado del Giro de Italia no viajé a correr el día 14 de Julio, tenía una cita en el balcón del Ayuntamiento de mi pueblo y ante mis paisan@s. Tenía el honor de ser Pregonero y de pulsar el botón que hacía salir el chupinazo que daba comienzo a las fiestas. Recuerdo aquella frase del conductor “¿dónde vas hoy chaval?, que es el Pregón”…ahora se a donde iba, a cumplir un sueño.