Mi primera gran vuelta por etapas fue la Vuelta a España, en el año 2004. En aquella época militaba en el equipo Relax Bodysol, una fusión del conjunto madrileño con un sponsor belga. Van Summeren, Nico Mattan, Sébastian Rosseler, eran algunos de los ciclistas que justificaban esa fusión, además del director deportivo Herman Frison, actualmente en las filas del Lotto-Soudal. La carrera arrancaba en León, con una contrarreloj por equipos de 28 kilómetros. Mi primer dorsal con apellido y bandera, el 146, ya estaba en la espalda de mi “mono” integral. Los nervios me acompañaban desde que comencé a hacer la maleta en casa, no se despegaron de mi en ningún momento, pero tenía el control sobre ellos… casi todo el tiempo.
Rampa de salida, todo el equipo en paralelo y con la mirada al frente mientras escuchábamos la cuenta atrás. Tres, dos , uno, Top, “salida del equipo Relax-Bodysol”, exclamaba el gran Juan Mari Guajardo a través de su inseparable micrófono. El mayor estado de tensión es el previo a una competición, cuando estás pedaleando necesitas toda la energía en las piernas y te olvidas de los nervios, sólo piensas en hacerlo lo mejor posible. La frase de muchos deportistas los días antes de comenzar una gran vuelta, “ Ya con ganas de que esto arranque, de comenzar a competir lo antes posible”, es una prueba inequívoca de lo que os digo. Es difícil olvidar la primera vez de algo, nunca volverá a ocurrir, podrá haber una segunda, pero la primera es única. El próximo sábado arranca en Ourense una nueva edición de La Vuelta, también con una contrarreloj por equipos. Muchos vivirán algo parecido a lo que os cuento, será su primera gran vuelta por etapas. Otros después de Giro y/o Tour, no han sacado la nota que esperaban en sus exámenes y tienen que presentarse a la recuperación en septiembre. También los hay que con buenas notas y deberes más que hechos, quieren acudir a ayudar a sus compañeros o a obtener matrícula de honor, esto al alcance de muy pocos… como Valverde.
En mi primera Vuelta a España todo lo que hiciera estaba bien, el equipo me quitó todo tipo de responsabilidad, querían que aprendiera, que cogiera tablas. Disfruté y sufrí muchísimo a la vez, aunque suene contradictorio. Mi estado de forma era bueno pero en cualquier momento sabía que caería en picado, estaba en lo más alto de mi pico de forma y ahí arriba no se puede estar demasiado tiempo. La penúltima etapa que transitaba por la sierra de Madrid, mi físico dijo basta. Salíamos de Alcobendas y terminábamos en el puerto de Navacerrada, conocía el recorrido a la perfección, pero eso no es suficiente cuando se te acaban las fuerzas. Desde el comienzo sabía que mis piernas no marchaban, mi Vuelta debería haber durado 19 días, pero aún me quedaban dos. La contrarreloj podía hacerla a mi ritmo, pero en la etapa me tenía que agarrar al grupo como fuera, no podía quedarme tan pronto. El terreno era muy duro y en todo momento estuve acompañado de mis dos veteranos compañeros Rebollo y Jufré. De alguna manera querían premiar mi esfuerzo durante toda la carrera, querían recompensarme por mi gran debut en una grande y no se separaron de mi. Me llevaron en volandas hasta el comienzo del puerto, Rebollo me dijo que teníamos que aguantar hasta allí con el grupo principal y después marcar nuestro ritmo para no perder demasiado tiempo. Así hicimos, veían en mi cara que no había más, que estaba vacío y me animaban en todo momento a seguir pedaleando, a pasar ese día, el más duro de la Vuelta para mi.
Cruzamos la meta en Navacerrada y me abracé a ellos, “GRACIAS compañeros”. Se que ambos tenían fuerza para ir por delante, además Rebollo corría en casa y seguro le hubiera gustado echar el resto frente a su afición, pero prefirió esperarme y arroparme hasta la cima donde suele hacer frío, pero aquel día tenía calor, sobretodo por el que me había dado el público y mis dos compañeros. Mi familia me esperaba en la Castellana al día siguiente, aquel chaval de Cangas del Narcea que viajaba cada fin de semana en autobús para poder correr, llegaba a la capital de España. Recuerdo cuando iba con mis padres y hermanos de vacaciones a Madrid, le decía a mi madre que me avisara cuando estuviéramos llegando. Me gustaba atravesar el túnel de Guadarrama con los ojos cerrados y abrirlos al salir para ver los altos edificios que adornaban el horizonte. Si os digo que disfrutaba viendo la gran ciudad a través de las ventanillas del coche de mi padre, con mi madre y mis hermanos… imaginad lo que sentí aquel 26 de septiembre de 2004, el día que crucé Madrid en bicicleta como parte del pelotón de la Vuelta a España. La pantalla de mi casco de crono se convirtió en una improvisada ventanilla distinta a la del coche, aquella era perfecta, era la que siempre desee. Haz tus sueños realidad, baja la ventanilla.
Luis Pasamontes
@pasamontesluis