A veces injusto, incomprensible, pero nos apasiona. El ciclismo es un deporte que posee un alto grado de situaciones que no controlamos, que no están bajo nuestro paraguas de seguridad. En los pocos días que llevamos de Tour de Francia, hemos vivido momentos complicados. Meses trabajando duro lejos de la familia, horas tras moto, kilómetros bajo el sol o el agua, dieta estricta… y en unos segundos, ves como todo eso se puede esfumar. Las caídas son imprevisibles, si que podemos saber donde hay menos probabilidad de irnos al suelo, pero tampoco es seguro. Cuando se cae un gran líder, se cae todo el equipo. Recuerdo cuando ocurría algo así y la preocupación era generalizada. También cuando se cae un gregario preocupa, temes quedarte sin un hombre, sin un escudero, sin un amigo o compañero, el Tour es muy largo y las fuerzas deben repartirse entre todos, de otra manera es arriesgado.
Temes que tenga que irse a casa, que el objetivo que te has planteado durante meses para estar a su lado y acompañarle se esfume. Alberto Contador ha sido el más perjudicado en esta primera parte de la carrera, al igual que otros ciclistas que ya han dado con sus huesos en el asfalto. Pero todos siguen pedaleando, colocan su dorsal cada mañana, suben la cremallera del maillot frente al espejo y se enfundan casco y gafas. Un ritual que quieres que dure 21 días, que ocurra cada mañana, es la manera de saber que sigues en carrera. En ocasiones hablas entre compañeros, “¿cómo le has visto?, parece que está más hablador, “yo le he visto tranquilo, incluso se ha reído en el desayuno, ha contado una anécdota”, “ha dormido bien, no se ha movido en toda la noche”, “ayer antes de irnos a dormir se puso a ver las etapas de montaña en el libro de ruta, sigue metido en carrera”. Cuando un ciclista abandona un Tour o cualquier otra competición, ten por seguro que no había otra posibilidad, no existía otro camino.
Recuerdo a un compañero que aguantó el dolor insoportable que le producía la manipulación de su escafoides, por parte del médico mientras lo exploraba. Sabia que si se quejaba se tendría que ir y apretó los dientes para hacer ver que todo estaba correcto, fisurado pero sin dolor. Dijo que iba al baño justo después y allí rompió a llorar. Forma parte de esto, una auténtica montaña rusa de emociones, esa también es la dureza de una carrera. Puedes estar arriba y en segundos abajo del todo, es así y todos los sabemos. Aunque estés mermado, dolorido, seguro que puedes subir algún bidón, tirar unos metros o colocar a alguno de tus compañeros antes del desenlace de la etapa. Esa es la mentalidad de un ciclista, generosidad debería de ser el tercer apellido que figurara en sus licencias.
El más interesado en dar todo lo que tiene es el corredor, siempre. Ni patrocinadores, ni manager, ni director, ni agente deportivo, ninguno de ellos tiene tanto interés en que todo vaya bien, como el ciclista. A veces el pelotón rueda a un ritmo inferior por una situación de carrera concreta y escuchas eso de “van de paseo”. Permitirme que os diga algo, yo he participado en las tres grandes y nunca, nunca vas de paseo o así lo entiendes. La concentración y el compromiso es el mismo, la bicicleta no anda si no pedaleas, tienes los mismos riesgos y las mismas ganas de hacerlo bien. Ciclistas que pierden tiempo descolgándose en los últimos kilómetros para ahorrar energía de cara al siguiente día, para poder seguir cumpliendo con su cometido, esa es la lealtad por un equipo. Hace un par de días, un buen amigo que está al frente de uno de los equipos que participan en el Tour me dijo “Pasa, los chicos lo están haciendo genial, están concentrados para administrar cada esfuerzo. Aquí a diferencia de lo que dice el refrán; se quita, pero no se pone”. Admiración y respeto, por todos y cada uno de los que están ahí dentro de ese gran pelotón, sea cual sea la velocidad a la que transitan, hagan lo que hagan, ¿sabéis por qué?, porque ellos desean ser su mejor versión cada día, cada kilómetro.
Luis Pasamontes
@pasamontesluis