Volando voy, volando vengo

El blog de Luis Pasamontes

Luis Pasamontes

Volando voy, volando vengo
Volando voy, volando vengo

Me habían hablado sobre esa competición, se disputaba en Avilés y era distinta, no era una carrera convencional. Tenía muchas ganas de poder participar en ella, lo que me había imaginado me hacia presagiar una carrera emocionante y con un escenario parecido al de un critérium. Una prueba de puntuación y una de eliminación, en un circuito que desembocaba en la plaza del Ayuntamiento, tras un “repecho”. No se adaptaba ninguna a mis cualidades, no era un corredor rápido como tal, únicamente me defendía. Había otros ciclistas con mejor punta de velocidad que yo, tenía que pensar una estrategia para poder hacerlo bien. Aprovechar mi fortaleza e intentar solventar de alguna manera mi debilidad, esa era la clave, no seria fácil. Los favoritos Pablo Rodríguez, corredor local y hombre rápido, además el gallego Gustavo Domínguez. Ya había oscurecido y las calles estaban abarrotadas de público, me puse a ver la última manga de la categoría que me precedía. Las motos de policía y los coches que abrían carrera entraban la última curva, después de la subida, a gran velocidad. Escuchar las sirenas desde lejos, ver sus focos y sus luces parpadeando, los ciclistas esprintando tras ellos, se me ponían los pelos de punta. En unos minutos seria yo el que estaría allí tras ellas, intentando alcanzarlas. El speaker anunció por su micro; “Ciclistas junior, a línea de salida”. Una gorra desgastada de tanto lavado, cubría mi cabeza. Era del equipo Euskadi y me la había dado el profesional Cesar Solaun, en la etapa del Acebo. Casco abrochado y guantes enfundados, por un momento me metí en el papel de un piloto del mundial de Motociclismo. Que nervios, os puedo asegurar que fue una de las salidas en las que sentí mayor estrés. Me impresionaba ver tantísimo público tras las vallas, la noche cerrada y saber que cada dos vueltas los tres últimos corredores del pelotón, estarían eliminados.

Adri, amigo y compañero de equipo, me miraba y me tranquilizaba; “no te preocupes Luisin, estas fuerte, lo harás bien”. No se si eso me ponía más nervioso aún, pero no había tiempo para pensar, toque de silbato y arrancamos. Las primeras vueltas no eran las más complicadas, intentaba rodar en mitad del “paquete” y de esa manera tener que evitar esprintar. Pablo y Gustavo estaban disfrutando, ese era su hábitat, se desenvolvían a la perfección. Había que guardar las máximas fuerzas posibles, con esos dos galgos me harían falta todas las del mundo. Al paso por meta, el speaker decía los dorsales de los corredores eliminados, bajo un griterío del público ensordecedor. Cada vez quedaban menos corredores en el pelotón y eran los más rápidos, los supervivientes, en breve me tocaba poner mi plan a funcionar. Intentar fugarme y de esa manera no tener que llegar al sprint de vuelta con el grupo. Aprovechaba el paso por meta para lanzar el ataque, era el momento en el que se paraba y donde te dabas cuenta que el ácido láctico existe. Era un plan que desgastaba mucho, pero no había otro. De momento las fuerzas aguantaban y cada vez que escuchaba mi nombre por megafonía, me motivaba más, me creía un “pro”. Últimas vueltas, Pablo y Gustavo aguantaban en el grupo principal, como era de esperar. Encaramos el “repecho” de meta e intenté volver a escaparme, pero a esas alturas era imposible, ambos estaban soldados a mi rueda. Al paso por meta eliminado, pero ya únicamente dos corredores quedaban en carrera. Había conseguido terminar tercero en una carrea que no se adaptaba nada a mis características, había intentado rodar fuerte en el llano y hacer la bajada a tope, para poder minimizar mi falta de sprint, estaba contento. Me dio tiempo de poder disfrutar del último sprint, Pablo Rodríguez se impone a Gustavo Domínguez. Que gran carrera, emocionante hasta el final, nada decidido, todo puede pasar…incluso en el podio.

Cuando entregan los premios, me obsequian con un viaje en avioneta para dos personas en el aeródromo de La Morgal, mi sonrisa era de circunstancia. Me daban miedo los aviones, nunca me había subido a uno, pero menos a una avioneta. Con boca pequeña le dije a Adri, “lo haríamos juntos”. Durante un año estuvo recordándomelo; “Luis al final va a caducar el vuelo”.  Yo intentaba zafarme como podía “este fin de semana estoy liado, el próximo seguro”. Quien me diría todos los viajes que tuve que hacer en avión años más tarde, que Pablo sería uno de los ciclistas de fixie más prestigiosos a nivel internacional y que Gustavo llegó a ser compañero en Relax-Bodysol como profesional. Quien me diría que cuando dejé el ciclismo profesional, los primeros años eché de menos ir a un aeropuerto cada fin de semana y volar a una competición.