No hay nada más reconfortante que la mirada de orgullo de un padre a un hijo. Enfundado en un traje, Jhonatan está a punto de ver graduarse a su retoño. Escucharle hablar le genera un brillo en los ojos que, instintivamente, le lleva a aflojar el nudo de su corbata.
A las afueras de Torino, en el Piamonte italiano, su rol de padre parece viajar paralelamente a la vida que tuvo de niño, en Pácora, un pequeño municipio ubicado en los Andes colombianos. Allí, Mario, su padre suspiró aliviado el día que Jhonatan le dijo que quería probar con la bicicleta. Su padre era director de la escuela de ciclismo del pueblo, pero lo que realmente le imantó fue el trato de héroe que Luis Orán Castañeda, un ciclista profesional de Aguadas Caldas, el pueblo de al lado, tuvo cuando regresó de correr el Giro de Italia del año 2000.
A él se le daba bien la carretera, pero su padre siempre quiso que la combinara con el ciclismo de pista. “Te gustará menos, pero te hará más inteligente y mucho más hábil”, le decía.
Un día, entrenando junto a su amigo Santiago Asmar, se imaginó corriendo en Europa, en el ciclismo de la tele. Santiago lo tuvo claro: “¿Y si escribimos a los equipos grandes? A los del World Tour, a ver si nos responde alguno, qué dices pana?”, le retó. Jhonatan al principio dijo que no, pero su amigo insistió. Pasaron una tarde entera encadenando mensajes por Facebook como si fueran botellas de cristal con un mensaje dentro lanzadas al mar de la incertidumbre. No hubo ninguna respuesta. Pero la terquedad de su amigo consiguió rescatar un único interés, el de Viacheslav Ekimov, exciclista profesional y Mánager del Katusha por aquel entonces. “Chico, si ganas el Panamericano de ruta te pruebo”, le respondió con la brevedad que describía a un tipo ocupado.
“Parce, este mail es de mentira”, sospechó Jhonatan con incredulidad, pero, semanas después, cuando ganó la prueba que le pedía Ekimov, no hizo falta volver a escribirle. El Mánager ruso le llamó por teléfono: “Muy bien chico, ahora llega el vértigo de verdad. Te voy a probar en la Vuelta a Burgos, como stagiaire”, le dijo.
En aquel tórrido verano de 2015, Jhonatan viajó a Europa con un pasaporte de 5 etapas. En la segunda, una crono por equipos, sintió miedo. “Yo nunca he disputado ninguna”, confesó aquel día. Pero, en cambio, fue capaz de llegar en el cuarteto que paró el crono que a punto estuvo de darles la victoria ese día. Sin embargo, el momento determinante llegó en la etapa final, la que terminaba en las Lagunas de Neila. Aquel día una fuga transitaba con más de 7 minutos. El equipo ruso quería disputar la etapa con Dani Moreno. A Jhonatan le pidieron tirar hasta donde llegara. Emocionado por llevar a su rueda a un corredor de tanto nivel, se colocó en cabeza del pelotón sin pensárselo dos veces. Casi setenta kilómetros después se apartó desfondado dejando la fuga apenas a un minuto. Luego, reptó como pudo hasta llegar a meta. Pero el premio, iba a ser inmenso. Le esperaba un contrato para el año siguiente.
En aquel momento, experimentó de golpe lo que significaba correr en Europa. Disputaba carreras por todo el mundo, pero luego le esperaba una casa vacía. Al menos hasta que pudo traerse a su mujer. Dentro del equipo, la relación con los compañeros sólo dejó de ser fría cuando la templaron los españoles, sobre todo uno: Joaquín Purito Rodríguez, era especial.
En una Vuelta al País Vasco, cuando se encontraban dentro del autobús antes de bajar al control de firmas para disputar una de las etapas, el pequeño catalán miró al cielo. Sonriendo se giró hacia el asiento del colombiano y con voz jocosa le dijo entre risas: “Hoy te voy a hacer un hombre”. Al principio, Jhonatan no entendió a que se refería Purito, pero lo supo un rato después. Cuando la carrera apenas llevaba transcurridos diez kilómetros y ya empezaba a llover con intensidad, Joaquim se acercó a él: “Ponte a tirar, hay que empezar a seleccionar”, le dijo. Un rato después, se dirigió a él de nuevo: “Baja a cambiarme la chaqueta por otra seca”. El escalador catalán repitió las mismas órdenes hasta tres veces. Siempre tirar del grupo y subirle chaquetas secas. En la última entrega, Jhonatan apenas si consiguió llegar a él de refilón: “¡Cógela Joaquím, cógela!”, jadeó. Luego, exhausto, se descolgó del grupo. Aquel día perdió veinte minutos pero, tiritando, al subir al autobús, recibió una calurosa felicitación: “¿Ves cómo te iba a hacer un hombre?”, le dijo Purito entre risas.
La aventura del World Tour duró tres años. Luego llegó otra más sentida, pero también más trágica. El Gobierno colombiano, desde años atrás, había decidido relanzar el Manzana Postobon, con los mejores talentos nacionales, y le pidieron entrar en el proyecto. En Colombia el ciclismo es pasional, mucho más cercano que en Europa. Los ciclistas de un equipo se consideran familia.
De todos aquellos chicos, Jhonatan encontró la amistad más dulce con Carlos Julián Quintero, uno de los hombres más experimentados del equipo. Y juntos recibieron la noticia más amarga de su carrera deportiva. En mayo de 2019, tras la disputa de la Vuelta a Aragón donde Jhonatan había logrado ganar el Maillot de la Montaña, retornaron a Cantabria, donde se encontraban alojados. Una tarde, los dos acudieron a un supermercado a realizar algunas compras. En ese momento un mensaje se incrustó en el teléfono de Quintero. Al leerlo, su cara palideció, lo que angustió a Jhonatan. “Qué pasa parcero, ya dímelo”, le rogó. “Han sacado el positivo de Amador, es el segundo. Nos cierran el equipo”, le respondió impotente. Jhonatan no se lo podía creer. Pero la administración colombiana fue tajante. No quiso esperar a aclarar un positivo que finalmente no lo fue.
Afortunadamente, el talento de Jhonatan encontró cobijo rápidamente. Dos meses después el Androni Giocattoli reclutó sus servicios. El encuentro fue breve. “Enseña a los más jóvenes lo que aprendiste como World Tour”, le pidieron.
Él, a cambio, se pidió correr un Giro de Italia. El primero de su carrera. Justo aquel año, su ídolo, Luis Orán Castañeda, murió en un accidente laboral en la empresa en la que trabajaba tras retirarse. El año siguiente, no pudo correrlo. A inicios de temporada, le atrapó el Covid. Le dejó postrado en cama dos semanas. Pero lo peor no fue eso. Secuestró su fortaleza que sólo pudo recuperar entre la afición más entregada de África. La ruandesa. Por eso es su victoria más importante. Ese día rabió su vuelta cuando muchos pensaban que, tras el Covid, no volvería a ser el mismo.
Luego se calmó. “Un buen resultado y ya. A por otra cosa”, le dijó un día Rigoberto Urán. Es el mejor consejo que ha recibido. Por eso, cuando semanas atrás cerró su temporada en un apretado sprint con Marc Hirschi por un segundo puesto en la Veneto Classic sólo se regaló un escueto cumplido. Un resultado y ya.
“¡Bravo, hijo!”, escucha de su mujer. Los aplausos frenan sus recuerdos. Ahora es su mirada de orgullo la que se acelera de nuevo. La más reconfortante. La misma con la que siempre agradecerá a su padre haber estado ahí siempre hasta convertirle en el ciclista que es hoy. Un Restrepo siempre ayuda a un Restrepo. El modus operandi del talento de Pácora.