A Manizales, ubicada en el centro de Colombia, se la conoce como la “Ciudad de las puertas abiertas”. A Juan José le recibió el año pasado cuando el mundo del ciclismo le echó a patadas. Allí le esperaba su familia. Su equipo por aquel entonces, el Manzanas Postobón, lo dejó bien claro: “Otro positivo y cerramos el equipo”. Su compañero, Wilmar Paredes, acaba de dar positivo por EPO. El equipo colombiano, que siempre enarboló la bandera del juego limpio, ya estaba marcado.
Pero el siguiente en ser acusado fue él. Se encontraba con otros compañeros de equipo cuando uno de los Directores se dirigió a él. “La UCI acaba de notificarnos un positivo tuyo por boldenona”, le comunicaron en una decepción que rasgaba el alma. Juan José enmudeció de pura angustia. Cuando recobró el habla lloró su inocencia a sus compañeros. La impotencia vistió de lágrimas frases que siempre suenan huecas “Soy inocente, yo no he hecho nada”, repetía compulsivamente mientras juraba que no había oído hablar de esa sustancia en su vida.
La boldenona es un producto que utilizan los ganaderos de su país para aumentar el peso de su ganado y así obtener más dinero por sus carnes. Pero Él juraba que, si aquello se encontraba en su cuerpo, era porque había sido ingerido por accidente, que nunca había sido inyectado como lapidaba la acusación. Qué necesidad tenía él de engordar si justamente un ciclista busca lo contrario.
La UCI le dio la posibilidad de defenderse. Y Juan José lo hizo. Se abrigó en el amparo de su familia. Se encomendó a la pericia de Alejandro León, el abogado que consiguieron pagar. Ambos demostraron que la cantidad encontrada en su cuerpo, un nanogramo, era totalmente insuficiente para considerarse de uso dopante y que, si esta se encontraba en su cuerpo, sin duda obedecía a una intoxicación alimentaria.

Pero el daño estaba hecho. Con el Manzana Postobón desaparecido, la comunidad ciclista se abalanzó sobre él. Era, a ojos censores, el culpable de haber hecho desaparecer un equipo entero. Una de las salidas del joven ciclismo colombiano al mundo.
Tras el varapalo, su círculo se fue reduciendo. Autoridades públicas, compañeros, y varios amigos dejaron de cogerle el teléfono. Agotó sus ahorros en su defensa. En tratamiento psicológico que el Estado nunca pagó alegando que no se apoyaba a los tramposos. Encerrado en casa, apenas tenía valor para volver a rodar en una bicicleta que ya no tenía. Su mayor apoyo fue el consuelo de unos pocos. Y de otra bicicleta. Se la regalaron sus amigos. Para que no olvidase nunca su sueño desde niño. El de ser ciclista profesional. Pero, sin un salario como ciclista, su familia, de la que él y su hermana eran el sustento, debía seguir comiendo. Por ello, tuvo que compaginar sus tímidos entrenamientos con el trabajo en una hamburguesería, además de la venta de arena para gatos. Llegó a recibir dinero altruistamente, y también Martín Ramírez y su equipo del Secretariado de Deportes le ayudaron.
Tras un duro trabajo de defensa de su abogado, las noticias procedentes de la UCI hace apenas unos días provocaron que de nuevo brotaran lágrimas de la mirada de Juan José. Quedaba absuelto. Un año y medio después, podía desprenderse de la marca rayada de la sospecha. Esa que ningún producto puede borrar de uno mismo. Porque se impregna en la mirada ajena.
Es ahora cuando el ciclismo debe de ejercer de Manizales. Debe abrirle su puertas de nuevo. Para devolver a Juan José la oportunidad que se le arrebató por un falso positivo. Por una injusta decisión que no sólo frenó la carrera de un joven colombiano. También obligó a cerrar un equipo de ciclismo entero.