Karen Hartley mantiene vivo en todo momento su inicial oficio de joyera. Sus realizaciones ya no adornan las manos o el cuello de una dama, pero sigue creando joyas. Actualmente construye cuadros de bicicleta. Son cuadros a medida, de alta calidad, capaces de cubrir las exigencias técnicas de unos clientes que demandan las prestaciones propias del ciclismo y al mismo tiempo solicitan un toque de exclusividad propio de una joya.
Sus cuadros no pasan desapercibidos en Londres, están provistos de un barniz artístico inherente a la creatividad que se refugia bajo su pintura. Caren es una mujer observadora, con una profunda vida interna que le llevó a dar un cambio radical a su vida personal. “Estaba aburrida. La joyería se basa en piezas pequeñas y yo quería hacer algo más grande. Algo nuevo. Iba en bicicleta y pensé que con mis habilidades podía construir cuadros de bici”. Con una experiencia acumulada de doce años, Caren dominaba a la perfección el manejo de los metales y la soldadura. Incluso también atesoraba la experiencia de una época en la que se dedicó a la escultura y el diseño. Entró en la burbuja de la bicicleta cuando se vio en la necesidad de desplazarse en ella al acudir a estudiar al Royal College of Art, debido a lo caro que resulta el transporte público en Londres. El contacto permanente con ella alteró su vida, pero su amplia formación necesitaba complementarse con los conocimientos estructurales que adquirió de un buen maestro, Jake Rusby, que le enseñó durante más de un año los secretos más valiosos de la profesión.
Funcionalidad y belleza
Acostumbrada a trabajar sin barreras en los campos del diseño y la escultura, Caren sí vio la necesidad de someterse a los límites creativos que impone un cuadro de bicicleta. “Me gusta trabajar dentro de esos límites. Es una obra artesanal que debe responder a las exigencias del conductor. Es un desafío permanente para la creatividad y eso me gusta. El trabajo se basa en casar la belleza del cuadro con su funcionalidad, el diseño y la efectividad son dos cualidades que deben ir juntas. No tiene sentido que sea bonito y luego no funcione. Es un compromiso entre ambas partes”.
En la gruta sagrada de Caren el espacio no sobra por lo que cada centímetro está perfectamente aprovechado.
Adentrarse en su taller es como entrar en un pequeño santuario. Caren comparte Jailmaker y cafetera con otros artistas. Para llegar a su gruta sagrada es necesario atravesar -literalmente- una zona de artistas que trabajan el metal y seguidamente otra de escultores en madera. Su entorno está dominado por un absoluto ambiente de arte. Su habitual pañuelo de seda al cuello, una amplia melena recogida por evidentes razones de seguridad y sus dedos vestidos con algunos detalles de su pasado profesional en la joyería, dan un toque especial al momento en el que Caren se dispone a encender el soplete y soldar las piezas que previamente ha ensamblado a la perfección o bien los detalles requeridos por el cliente. Es el momento del artista, que acoge con igual cariño la materia prima Columbus o Reynolds, o la soldadura a testa o con racores. “Eso dependerá del cliente”, apunta Caren, que a sus 32 años se ha convertido en una referencia en el campo de los cuadros a medida en Reino Unido, con cuatro distinciones en Bespoked, una Feria de bicicletas de artesanía que se celebra cada año en Bristol.
En esta pizarra Caren escribe a mano y con tizas de colores todas las tareas y los pedidos de material pendientes.
Caren no renuncia a su inicial oficio de joyera y viste a sus cuadros con algún detalle en plata. Como mínimo lo hace en su logo del tubo frontal, pero las opciones de posibles detalles adicionales son numerosas. Es una constructora que en su forma de trabajar, en sus detalles, en su desprecio al tiempo y en su cuaderno escolar, rodeado de herramientas y extendido sobre el banco de trabajo, recuerda profundamente al prestigioso constructor cántabro Marotias. Su agenda es una pizarra negra pintada sobre la pared en la que anota con tiza sus obligaciones.
Encuentra tu alma gemela
La producción de Caren es bastante limitada. Para ella el tiempo es algo muy relativo en la elaboración de un cuadro de bicicleta. Afirma que construye unos doce anuales. Mima cada detalle en su elaboración y eso le lleva tiempo, pero en el tiempo y en el precio todo dependerá de los complementos que exija el cliente. Sus cuadros oscilan entre 1.850 y 2.750 euros y los pedidos no se sirven antes de medio año. Se inician con una sosegada conversación junto a una taza de té en el que hace un “psicoanálisis”. Al futuro afortunado poseedor de un cuadro Hartley le suministra la información necesaria para acometer el diseño, pues cada cuadro es una obra única adecuada a unas exigencias concretas.
Cuatro son las distinciones que obtuvo en Bespoked, la feria de artesanía que se celebra anualmente en Bristol.
Durante el periodo de construcción, como si de un traje a medida se tratase, el cliente debe hacer una prueba de su encargo. En este proceso Caren tiene sus preferencias “Me gusta mucho el diseño en ciertas partes individuales del cuadro, como los puentes y, evidentemente, la soldadura. También me atrae la pintura”. Si el cliente lo exige, prepara cuadros tanto para cambios electrónicos como para frenos de disco. Todo es posible. Ella también pinta sus cuadros, aunque reconoce que adquirir la técnica le ha costado tiempo y rectificaciones.
Entregada al ciclismo
Respecto al futuro del metal en la competición, admite que la industria profesional está comprometida con el carbono, pero señala que hay equipos que están empezando a utilizar cuadros de metal. En su cohabitación diaria entre el diseño y la competición, y al preguntarle dónde le gustaría ver un cuadro de su marca si en el Tour o en el MOMA de Nueva York, su enorme modestia adopta un cierto egoísmo “Ja, ja, ja. Es difícil de responder. Me encantaría tenerlo en ambos sitios, aunque en el MOMA no pasaría de estar colgado en el pasillo de los baños”. Caren no se identifica con ninguna marca de bicicletas. “Creo algo diferente a lo que hacen las grandes compañías”. Tampoco aspira a formar una gran empresa. “Sí que es cierto que me gustaría crecer añadiendo alguna persona que se ocupase de los pedidos, el papeleo, etc., pero yo seguiría construyendo los cuadros”.
En su cuaderno, siempre sobre el banco de trabajo y rodeado de herramientas, anota los detalles de los encargos.
En su convivencia con la bicicleta, mantiene una relación especial. No tiene coche y, además de los desplazamientos diarios por Londres sobre una Hartley, da buena cuenta de largos recorridos los fines de semana. Este reportaje se realizó un lunes ante su bicicleta todavía con barro procedente de un lluvioso domingo británico “No he tenido tiempo de lavarla. Ayer hice 195 kilómetros, muchos de ellos con agua”. El pasado año estuvo disfrutando de la Provenza en bicicleta. En una sola jornada subió las tres vertientes del Ventoux. Quería ensayar la adaptación de su cuadro para la subida y la fiabilidad en los descensos. Con su habitual pañuelo de seda al cuello, como Isla Fisher con su pañuelo verde, está marcando tendencia al impregnar a sus cuadros de un exclusivo sentido de obra de arte.