Hay una estadística que define bastante bien cómo está siendo la carrera profesional de Joan Bou (1997, Valencia). En los 22 meses que lleva encuadrado en Nippo-Vini Fantini, equipo de corazón italiano y patrocinador japonés de categoría Profesional, ha competido en 11 países distintos: España, Italia, Francia, Bélgica, Países Bajos, Suiza, Polonia, Noruega, Eslovenia, Corea del Sur y Japón. "Te falta uno", repone al otro lado del teléfono. "La última etapa del Tour de los Alpes del año pasado se disputó en Innsbruck, en el recorrido del Mundial". Cierto. Con Austria, son 12. Dice la frase popular que las oportunidades se pintan calvas. Ahora mismo, en el ciclismo, se pintan más bien caras. Pocos aspirantes a profesional pueden permitirse dejar pasar un tren, porque circulan pocos y muchísimas personas que han dedicado su vida a la bicicleta se quedan en el andén. A Bou le recogió un tren bala en el verano de 2017, su segunda campaña de sub23. "Nippo estaba pensando internacionalizar su plantilla y, para abrirse puertas en el calendario español, quiso contratar una joven promesa de aquí", nos explica. Stefano Garzelli, ex ciclista profesional, miembro del cuerpo técnico del equipo y asentado en Valencia desde hace una década, había escuchado hablar de Bou y decidió ofrecerle la oportunidad. Le probaron en Vuelta a Burgos y les gustó tanto que se lo llevaron acto seguido a la Arctic Race of Norway. Fue el inicio de su periplo profesional. "Pasó un poco pronto, para mi gusto", tercia Rafa Díaz Justo, su director en la Fundación Contador durante su época sub23. "Bou es un ciclista con condiciones, un buen escalador que también se defiende contra el reloj cuando está en forma, pero que hubiera necesitado madurar algún año más en amateur antes de dar el salto. En mi opinión, el momento ideal para pasar a profesionales es el verano del tercer año sub23, o quizá el invierno del cuarto". Nuestro protagonista coincide, pero con matices. "He pasado pronto, sí, aunque no encuentro que haya sido precipitado -valora-. Hubiera sido ideal seguir un año en amateur para madurar y conseguir resultados, pero no me he visto sofocado en el pelotón profesional. Además, firmé dos años de contrato que me garantizaban una estabilidad y la posibilidad de adaptarme a la categoría. Nippo es un equipo con muy buen calendario y sin un líder claro, lo cual me otorga libertad en las carreras. Y tiene una mentalidad mediterránea que me resulta muy natural". La progresión está siendo, a su juicio, adecuada. "2018 lo empecé un poco mal, pero terminé en muy buena forma. Incluso tuve la oportunidad de correr Il Lombardia. Qué carrera. Pasas seis horas rodando a ritmo machacón, minándote, y de repente te encuentras con el muro de Sormano. Lo superas a duras penas y te queda una hora más a tope hasta meta". Acabó reventado, pero acabó. El quitamiedos El rendimiento fue bueno también en el principio de esta campaña, con actuaciones esperanzadoras en las etapas de montaña de Valencia o Andalucía, hasta que un accidente a principios de abril en el Giro de Sicilia interrumpió el crecimiento. "Me caí y me rajé el gemelo con un quitamiedos -rememora-. Fue un corte limpio a lo largo de la tibia que dejó la pierna abierta como si fuera un libro. Se veían claramente la piel, la grasa, el músculo, el hueso. Tuve que esperar a la ambulancia sentado en el quitamiedos, con una mano en la boca para reprimir el susto y otra en el gemelo para mantener la carne junta y que no se abriera más". Total: tres semanas en casa, sin moverse, hasta que la piel se regeneró. "Ahora me toca llevar la herida tapada un año, más o menos, para que no quede mucha cicatriz". Pese a los contratiempos, ser un trotamundos le resulta enriquecedor. "Competir en un calendario tan internacional requiere pasar mucho tiempo fuera de casa, pero merece la pena. Aprecias más el día a día y descubres otras culturas y otras formas de correr". A Bou le han impactado, sin ir más lejos, las carreras asiáticas. "En la Vuelta a Japón, por ejemplo, las etapas eran más cortas y explosivas. Llegué pensando que el nivel sería más bajo y resultó que marqué mejores números que en Europa. Me llamó la atención la cultura ciclista del país: la bicicleta se usa como medio de transporte y existe mucha afición al ciclismo". La sobrecogedora ascensión al Monte Fuji le marcó. "Es una etapa tradicional allí. Dura 38 kilómetros y los 11 últimos son para subir desde 600 metros hasta casi 2000. El puerto es una auténtica locura. La primera parte es muy recta, se antoja hasta tendida, pero en el tercio final te encuentras herraduras del 22%". Experiencias vitales y deportivas muy valiosas. "La lástima es que está compitiendo en carreras muy exigentes que no son conocidas, por lo que está luciendo poco", lamenta Díaz Justo. El ciclista valenciano, por su parte, encara el futuro sin excesiva ansiedad: acaba contrato a finales de esta temporada, pero confía en su rendimiento y en Garzelli, que a día de hoy es también su representante, para continuar en el pelotón UCI. El mundo de Joan ¿Qué tal llevas el italiano? Ya va bastante fluido. Me sueltas en Italiay no tengo ningún problema para sobrevivir. Todo lo he aprendido a base de práctica salvo los verbos, que me los miré en invierno del año pasado con un manual. ¿Cómo te enganchaste a la bicicleta? Me gustaba desde pequeño. Coincidió que Quique Gutiérrez, el Búfalo, abrió una escuela ciclista cerca de mi casa, en Vinalesa, cuando se retiró. Me apunté a las clases, que eran dos veces por semana, en infantiles de 2º año. ¿Sigues teniendo relación con Quique? ¡Por supuesto! Es una persona clave en mi vida deportiva. Me suele hacer trasmoto y me gusta acercarme a su escuela a ver a los chavales. Empezó con 7 críos y ahora tiene unos 40. ¿A quién más le debes haber llegado donde estás? A muchísima gente. A mis padres, a los equipos en los que he estado... y a Nippo, que confía en mí. ¿Y si no hubieras sido ciclista? Ahora mismo estudio la carrera de Educación Física en la universidad. Otra opción hubiera sido trabajar con mi abuelo como agricultor, en su campo de naranjas. Lo malo es que las están pagando a 10 céntimos el kilo, cuando antes valían 40. Ya no salen tan rentables como antes, casi no generan ni para pagar el agua necesaria para cultivarlas. ¿Algún ídolo de juventud? En el ciclismo, Alberto Contador. ¿Veías ciclismo de pequeño? Sí. Recuerdo ver el Tour de Francia cuando se corría sin casco o se entregaba a los motoristas en la subida final. A partir de los 12 años me enganché y veía más carreras. ¿Sigues el ciclismo cuando no estás compitiendo? Bastante. Entre Twitter y otras herramientas me mantengo informado. ¿Con quién sueles entrenar? Habitualmente, solo. En Valencia hay bastantes ciclistas y buenas grupetas, pero cuando entreno en serio prefiero ir sin compañía. ¿Cómo es Joan Bou como persona? Soy bromista, a veces un poco tímido con los desconocidos... y me ofusco muy rápido. Un tío con carácter. ¿Cuál ha sido tu mejor momento encima de la bici? Juveniles de segundo año con la Fundación Contador fue mi mejor temporada, por los compañeros y por las carreras. ¿Y el peor? Cuando me rompí tres costillas en una caída hace dos años. Fue en mayo, justo antes de un bloque importante de competición, y me fastidió bastante. ¿Practicas algún otro deporte? Ahora mismo, no. Me gusta mucho hacer senderismo en pretemporada, pero nada más. Una manía incurable. La altura sobre la bicicleta. Pedaleando noto mucho cuando cambio de sillín, de bicicleta... y hasta de badana en el culote.