A poco más de 5 kilómetros del final de La Classicissima, así estaban las cosas: por delante, cinco arcoíris de ciclocrós, dos Flandes, una Amstel y no sé cuántas cosas más; por detrás, un buen puñado de oros olímpicos, mundiales y europeos, unos cuantos Monumentos y un par de Tour de Francia, entre otros tesoros. Y unos cuantos minutos después de que la Milán-San Remo, y sus 294 km, llegara a su fin, el panorama era el siguiente: casi todas esas medallas, títulos y victorias –menos las del pobre cuarto-, que antes se perseguían las unas a las otras, ahora están juntitas en un minúsculo y algo ridículo sofá.
¡𝐌-𝐎-𝐍-𝐔-𝐌-𝐄-𝐍-𝐓-𝐀-𝐋 𝐕𝐀𝐍 𝐃𝐄𝐑 𝐏𝐎𝐄𝐋!
— Eurosport.es (@Eurosport_ES) March 18, 2023
🔥 Exhibición estratosférica del neerlandés para alzar al cielo su tercer monumento y conquistar la #MilanoSanremo
🥈 Ganna
🥉 Van Aert @Milano_Sanremo | #LaCasadelCiclismo pic.twitter.com/3l8SbtKRq0
En él, en el sofá, esperan, con caras de no saber muy bien qué hacer, tres de los cuatro que hacía un rato se habían pegado por las carreteras italianas. Esperan, decía, para levantarse, cruzar una puerta y salir a recibir los aplausos y los vítores de la afición, que espera a sus ídolos a pie de un podio que hay que fotografiar bien porque no tantas veces se ven tantos quilates juntos.

Ellos tres son Mathieu Van der Poel (Alpecin-Deceuninck), el increíble neerlandés de 28 años que disfruta ganando pero más exhibiéndose, Filippo Ganna (INEOS Grenadiers), el rodador italiano de 26 años que no en tantas ocasiones se ve las caras con estos tipos, y Wout Van Aert (Jumbo-Visma), el todoterreno belga de 28 años que puede ganar en cualquier lugar. Ellos tres son los que suben al podio, pero fuera de él está el cuarto fantástico del día, uno que viene de exhibirse, día a día, en un 2023 en el que sólo conocía el sabor de la gloria. En San Remo ha recordado el otro sabor, el de la derrota. Pero si hay que perder, que sea así. Al ataque. Porque fue él, Tadej Pogacar (UAE Team Emirates), el extraterrestre esloveno de 24 años, el que abrió la caja de los truenos. El que comenzó la fiesta. El que dio inicio a un final de carrera que hay que grabar y guardar en un cajón para siempre.

Quedaban 8 kilómetros cuando su compañero Tim Wellens aceleró el ritmo de un grupo que ya había tensado el Bahrain Victorious, con Pello Bilbao incluido, poniendo una marcha que no permitiera a nadie relajarse. Wellens y Pogacar tomaron las curvas como si fueran Max Verstappen y Fernando Alonso. Apenas nadie podía seguirles. Un par de arreones más del belga pusieron a todos en fila. Quedaban ya sólo ocho ciclistas. Ni uno más. La limpia perfecta para el remate de Tadej, que, a 6,6 km de meta, en pleno Poggio, lanzó una bomba que dejó el grupo en la mitad. Todo quedaba entre los cuatro elegidos: Pogacar, Ganna, Van Aert y Van der Poel.

Y sin esperar a que nadie respirara, Mathieu, que había cogido la bomba de Pogacar con sus propias manos, lanzó ésta contra el suelo para que la carrera explotara a 5,5 km. El del Alpecin-Deceuninck, de familia de leyenda, con su misma cara de niño de siempre, se lanzó hacia abajo y nadie le respondió. Dudaron o no había fuerzas. Una de las dos. Pero cuando Tadej, Filippo y Wout quisieron reaccionar, ya nada pudieron hacer. 5 segundos, 8 segundos, 10 segundos… La carrera se les fue en una bajada que ya forma parte de la historia de un deporte que continúa enamorado de esta generación de marcianos, de estos hombres que únicamente entienden el ciclismo como un espectáculo.

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