En una contrarreloj, en una de esas en las que se juega el todo por el todo, la tensión a flor de piel, cuerpos rígidos, caras inexpresivas, o que expresan tranquilidad, que engañan y dejan la procesión por dentro, se torna revelador indagar en gestos y movimientos de los corredores que se tienen los dados en la mano y a lo poco se sentarán en la mesa para jugar la partida. Muy elocuente, un chivo expiatorio fue ver a Joaquim Rodríguez nervioso, como siempre el delgadito catalán 'expresso', un café solo que enciende el dinamismo con prontitud. Pero esta vez era diferente. Su tensión se llevaba por dentro y de tal, que lo paralizó. En las cronos siempre, "que yo no soy bueno en esta modalidad", repite y menos cundo es pura, de largas e interminables rectas, Purito se evade. Es como un día de descanso para él. Pero esta vez hasta éso era diferente. Tenía que correr como si fuera a ganar. Pedalear como si estuviera atacando. Pero diferente, acoplado a la incomodidad de la 'cabra', de los brazos apoyados durante 46 infernales kilómetros y el culo pegado al sillín. Agónico para el ciclista hiperactivo. Por eso en la salida cambió, repentino de carácter. Se abstrajo de todo aquel que le rodeaba. Cascos en los oídos, música potente, ensordecedora. Para no oír nada. Par ano oír a nadie. Había una Vuelta pendient por ganar.
Por ahí, cerca de la trinchera del Katusha andaban Rebeca y Miriam, las esposas de David García y Ezequiel Mosquera distrayendo al escalador de Teo. Relajándole. Bromas y risas. Miriam está embarazada, en febrero del año próximo nacerá su hijo y antes, mucho antes, su padre 'Eze' quiere coserle a mano su primer camisón. Rojo, y de talla grande será si lo consigue, como esta Vuelta, como todos y cada uno de sus ataques, desde Pal hasta Cotobello. Como la crono de Peñafiel, la mejor de su vida en la que no solo aguantó el tipo, retó a Nibali en medio minuto y con un poquito más, 38 segundos de nada, se sienta la Vuelta ante la Bola del Mundo, la pared de fuego que será adivina, reveladora también, decisiva. Arde la Vuelta. Se tostó desde el primer punto referencial,en medio de tanta recta era difícil encontrar uno, zafado al final en el kilómetro diez. Allí se terminó de quema Purito. Un minuto de desventaja con Vincenzo Nibali, la concentración de poco sirvió, y con 30 kilómetros por delante para morir lenta y dolorosamente.
Visita de Contador
Allí en la salida de Peñafiel paseaba también, cuerpo esbelto, algo más entrado en kilos, azaroso, Alberto Contador. Bromas y risas también. Había venido a ver la Vuelta y eligió el coche dela organización, el que iba detrás de Vincenzo Nibali para verle pedalear y recuperar el liderato. Se conocen poco, del Tour del pasado año en el que el Tiburón dio su primer dentellada de aviso al entrar en séptima fila a los Campos Elíseos donde Contador encumbró su segundo Tour, el Tour de la rivalidad con Armstrong. Entonces, en la etapa que finalizó en le Gand Bornand, el texano le dio la mano al 'Squalo' por haberle hecho todo el descenso en balde sin que él le diera un relevo. En Italia, la foto ya es historia, un mito atrayente del campeón que viene. Que está en camino. Construyó parte de esa vía Nibali en Peñafiel, con Contador a su rueda, en coche. "Te he estado siguiendo, te he dado suerte", le dijo en la trastienda del podium cuando Nibali subió a recoger el maillot que perdió en Cotobello, el que contaba, tranquilo y reposado, como suele serlo siempre, con perder.
Nibali salió de la rampa rápido, nervioso. Antes de lo normal. Quería acabar cuanto antes, quitarse el peso de la etapa más temida, los 46 kilómetros planos y mortíferos, el primer examen de la Vuelta. Le costó un segundo de castigo esa celeridad con la que fue penalizado, sumado todo eso a los "20, calculo que han sido", los que perdió cuando su rueda delantera se aghujereó nada más pasar el primer punto intermedio. "¡No vayas por el arcen!", le gritaba Scirea. Él ni caso. Lo cruzó poco después de lado a lado, con la rueda desinflándose él hecho un flan, la sacó de su enganche natural mientras su mecánico se agitaba de un lado a otro sin saber qué hacer. Al final le bajaron la otra bicicleta y corrió como un loco para continuar a por el rojo. Para continuar a por la Vuelta.
De ahí en adelante Nibali ya se calmó. Por el pinganillo le a visaron que Contador le seguía y luego, en la trasera del podium entre flores y ramos, le respondió al campeón madrileño, "cuando me lo han dicho me ha dado una motivación especial". Chispa encendida, la misma que se apagaba a cada paso en Purito, mientras Velits cogía las alas entre el viento favorable de los últimos kilómetros para acabar ganando a Menchov y Cancellara, mientras Mosquera aguantaba el reto, se amarraba raudo, luchador como es, como acostumbra a esta Vuelta que sitúa la esperanza en sus ataques, en la lluvia que anuncian para la Bola. Todos sentados hasta entonces, 38 segundos entre el gallego y el italiano, con partida de por medio ante la relevadora. Ella decidirá. Que lo diga la Bola.
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