Teniendo en cuenta la revista que sostienen entre las manos ustedes ya estarán familiarizados con el concepto de gravel, ¿verdad? La nueva moda en esto de las dos ruedas. Bicicletas con aspecto muy similar a las clásicas de competición pero que permiten asimismo rodar por caminos y sendas donde el asfalto desaparece. ¿Ciclocross? Bueno, sí pero no. Algo parecido, aunque incluyendo cambios. La cosa se viene explayando a gusto en los últimos años. Seguramente fue el Giro de Italia la prueba que marcó el camino. Alejarse del alquitrán, introducir secciones más o menos largas sobre otras superficies. Parece que allí no tienen complejos para hacer cosas de estas, y lo mismo te pasan bajo un estrecho arco renacentista que te meten al pelotón por las strade bianche, esos caminos sin asfaltar que comunican zonas de viñedos en la Toscana. Ah, la Toscana… Tuvieron el punto de suerte que hace falta en estos casos y les salió una competición asombrosa en 2010, con el maillot arcoíris enfangado y Cadel Evans levantando las manos con cara de no haber olvidado el Somme. Imagen icónica y una fiebre que despierta. Después tanto el Tour de Francia como la Vuelta a España han incorporado tramos sobre superficies "anómalas" (más tímidamente los galos, con decisión La Vuelta, aunque en Andorra faltase la fortuna que sí tuvieron los transalpinos) y cada vez son más las rondas menores y carreras de un día que también se acercan a estos "experimentos". Y, claro, como somos así de caprichosos todos quisimos una máquina con la que poder acompañar a esa tendencia. Que ya existía, ojo. Lo llamaban gravel. Antes de continuar… oigan, no deja de ser una vuelta al pasado. ¿Cómo se piensan que eran las carreras de bicis antes? ¿Cómo fue el Tour de Francia de 1903, por ejemplo? O, más reciente… la primera Vuelta a Colombia en Bicicleta, año 1951. En aquel entonces solo estaban asfaltadas unas pocas calles en las ciudades. El resto… tierra, barro, fango. En los sitios donde había más infraestructura se contaba con macadán, esas piedras apelmazadas que dejan una superficie bastante lisa pero sobre la que siempre encuentras guijarros sueltos. Seguro que saben a lo que me refiero. Vean, vean las fotos antiguas. Está todo inventado. Gravel es Fausto Coppi trepando por el Stelvio (allá arriba asoma, coqueta, una joven de ojos negros y abrigo blanco), o Gino Bartali devorando el Izoard por entre la cellisca mientras piensa que quizá sí, quizá pueda evitar una guerra en su Italia querida. Gravel es, también, Fermín Trueba subiendo La Braguía, dejando muy atrás a Julián Berrendero, lanzándose en pos de una victoria que nunca sería suya, lamiendo viento de cara mientras le rechinaban los dientes de puro dolor. O Federico Martín Bahamontes descolgando a Jacques Anquetil (tan rubio, tan guapo) subiendo la Forclaz, dolor de dolores para el normando. Carreteras descarnadas que ni carreteras son. Es, también, parte del encanto que tiene el gravel… retroceder en el tiempo, volver a un ciclismo que era más puro, que era más libre, uno con menos obsesión por la media de velocidad, las marcas o las fotografías en la cima de cada puerto. Mirar al futuro para volver al pasado. Qué bien suena, joder…Digamos que el origen más directo, más seminal, se encuentra en Estados Unidos. Sí, donde las bicis de montaña, tampoco es demasiada casualidad. El circuito norteamericano de larga distancia, esas ultras que recorren el país en todas las direcciones, como si fuera una novela de Kerouac. Solo que deben eliminar ciertos clichés. Nada de Malibú o Manhattan, no. Entre ambas costas hay un enorme espacio, salvaje y desolado, donde surgen montañas gigantescas, inmensidades de maíz y algunas de las atracciones de carretera más locas que puedan imaginar (desde casas hechas con latas de cerveza hasta un cementerio donde descansan los sabores de helado que ya no se comercializan). Allí, además de bizarradas, hay gravilla. Mucha. Caminos y sendas donde el buen piso desaparece y se convierte en un machacado de piedras como el que se pisaba en los primeros Tours (cuando había suerte, de lo contrario baches, légamo y lágrimas). Lugares donde el tráfico es solo un ronroneo lejano y la libertad se abre ante tus ojos. Lugares, también, por los que no se puede (no se debe) pasar con una de nuestras sofisticadas máquinas, porque acabarían temblequeando todos los tornillos (no les quiero contar ya si vamos sobre una pensada para triatlón, también muy numerosas en EE.UU.). Así que le dieron vueltas a la cabeza e introdujeron algunas variaciones. Tipos hacendosos y autosuficientes. Híbridas para todo Hablamos con la empresa Cinelli para descifrar estas diferencias. Fundada en 1947 por Cino Cinelli (ganador, entre otras cosas, de una San Remo y un Lombardía), y con experiencia en competición y velódromos, Cinelli lleva varios años fabricando bicicletas orientadas a viajes con alforjas, que han servido de base para los posteriores modelos de gravel. Allí tienen claro que, aunque parezcan aparentemente iguales, los cuadros de carretera y gravel presentan diferencias fundamentales. Todos los vanos deben de ser amplios, porque las ruedas tendrán mayor grosor (más, incluso, que en las máquinas de ciclocross), muchos modelos se presentan con guardabarros y la mayoría de estas bicis llevan frenos de disco. Además la geometría también se adapta, permitiendo una postura más erguida para soportar mejor las vibraciones del terreno, y favoreciendo en todo lo posible el confort para el ciclista. La idea es sobrecargar menos la espalda, porque estas máquinas están pensadas no solo para salidas más o menos largas, sino también para desafíos ultras o, incluso, viajes de varios días. Por todo lo anterior, el material que suelen preferir los puristas será el acero (tan clásico, tan duro, tan fiable), aunque el aluminio también puede cumplir su cometido. El carbono aquí domina menos que en la carretera, aunque es la elección de las grandes marcas para sus cuadros de serie. Eso sí, olvídense de ruedas con perfil alto, cuadros aero y todas esas cosas modernas… porque aquí no les iban a servir de nada. Decíamos más arriba… ¿ciclocross? Pues bueno, la idea es parecida, pero la ejecución bastante distinta. Por decirlo en pocas palabras, las máquinas de CX están pensadas para ir rápido… y, si tienes piernas, para ir muy, muy rápido. Son balas, con geometría y materiales orientados a la competición. Las gravel son, en este sentido, exactamente lo contrario. Ciclismo lento (aunque puedes acelerar, ojo, nadie te lo impide, pero no es el objetivo) para una filosofía vital más relajada, menos basada en el deporte para machacarse y más en el deporte para disfrutar. Llegar a lugares insospechados, huir del estrés que a veces se nos aparece en carreteras o circuitos. Otra forma de ver nuestra pasión… sin abandonarla. Vale, y entonces… ¿de dónde viene el éxito de las gravel? Porque estas bicis han llegado, parece, para quedarse. En la misma Cinelli nos decían que ya eran uno de los dos sectores más importantes de su producción, junto a las burras de carretera. Bueno, desde luego la moda es un elemento fundamental. Digamos que las bicis gravel tienen una estética hipster que las hace muy deseables para un determinado grupo de potenciales clientes (seguro que los tienen en la cabeza… camisa a cuadros, barba, gafas de pasta, quizá un libro de Bukowski asomando de algún bolsillo). Oigan, tiene su público, pero nos sabe a poco, ¿no? Afortunadamente hay más. Las gravel permiten huir del tráfico que puede existir en algunos lugares de entrenamiento más clásicos, adentrarte en nuevos paisajes, en senderos que tenemos vedados con nuestras bicis de toda la vida. Eso sí, precisamente su naturaleza dual hace que puedan adaptarse a tramos más o menos largos por carretera, de tal forma que no sufriremos como perros en esos segmentos. Y tampoco tendremos ese sonido que hacen las ruedas de tacos cuando pedaleas a más de 25 kilómetros por hora sobre asfalto (ese "fuuuuuu" continuo, ustedes saben bien de lo que hablo). Estarán conmigo en que es un enorme alivio, ¿verdad? Es, sí, una idea particular. Una que se aleja de marcas, de cronometrajes en los puertos, de limar segundos por cada rotonda (vamos, no me miren así… ustedes saben que todos lo hemos hecho alguna vez). Hurtarse, también, del nerviosismo que a veces campa por las carreteras. Tráfico, humo, semáforos. Sitios solitarios, sitios aislados, sirgas, caminos de tierra. Parajes que no son los habituales. Volver a los orígenes, porque de los orígenes uno nunca se marcha del todo. Puede parecer moda pero, en realidad, no es sino retornar a ese pasado que (algunos) solo conocemos por los cuentos de los mayores. Alternativas de crecimiento Texto: Joaquín Calderón El gravel es una disciplina donde la competición genera controversia. Aunque las carreras, como la Dirty Kanza -un evento en Kansas de 200 millas en su recorrido más largo-, han contribuido a su popularización, algunas voces rechazan que se establezca un calendario más o menos profesionalizado. Hasta ahora, en las carreras participan juntos todo tipo de ciclistas, dentro de un fin de semana en el que algunos sólo buscan compartir kilómetros y experiencias con otros apasionados del gravel. El crecimiento de la modalidad ha abierto nuevas vías para ciclistas que han agotado su tiempo en el World Tour: Ted King, vencedor de la Dirty Kanza en 2016 y 2018, fue pionero y a finales de 2019 Peter Stetina e Ian Boswell anunciaron su retirada para centrarse en el gravel, que también seduce a Laurens ten Dam, aunque es un caso diferente por su trayectoria. Su participación en estos eventos -el año pasado también se dejaron ver Alex Howes y Lachlan Morton- ha contribuido a que las grandes marcas se fijen en ellos como un escaparate para sus productos. La última polémica surgió a principios de enero, cuando David Lappartient anunció que la UCI se planteaba organizar un Mundial oficial. En el futuro cercano veremos si el gravel se mantiene fuera de los parámetros tradicionales o, por el contrario, se profesionaliza para canalizar intereses de equipos, ciclistas y patrocinadores. Preservar la esencia o crecer para explotar el negocio, una cuestión en la que parece complicado encontrar el equilibrio.